A medida que nuestros hijos van creciendo, las amistades van adquiriendo relevancia en sus vidas. Lo importante, he dicho muchas veces a mis hijos, es que tus amigos y amigas sean buenas personas, con lo que quiero destacar que hay que mirar el interior de las personas, lo que son, y no lo que poseen o saben o han recibido sin mérito propio.

Sin embargo, de pronto y por distintas circunstancias, este verano me he dado cuenta de que estaba parcialmente equivocado. Ser buena persona es una premisa necesaria, pero no suficiente.

Me explicaré.

Ser una buena persona puede confundirse con ser bondadoso. Está muy bien ser bondadoso, pacífico, manso, amable, tratar bien a los demás, etc., pero puede no bastar. Hay bondadosos improductivos: no hacen daño a nadie, pero tampoco hacen, activamente, bien a nadie. Se limitan a estar: escuchan (que no es poco), aconsejan (que es bastante), incluso templan los ánimos (que es hasta mucho), pero no tiran del carro. Se dejan llevar.

Mi socio y buen amigo, Xavier Amat, muy dado a las imágenes, distingue siempre entre los que tiran del carro y los que van subidos en él. Hay muchos bondadosos, bonachones, que van siempre encima del carro. Y desaprovechan buena parte de sus cualidades.

Así que, a partir de ahora, no me limitaré a aconsejar a mis hijos que ayuden a sus amigos a ser buenas personas, sino, también y sobre todo, a ser personas buenas.

Una buena persona, un bondadoso, lo puede ser por naturaleza, por carácter, casi por casualidad. Una persona buena, no. Una persona buena es la que se hace tal. Puede ser de natural maliciosa, torcida, desconfiada, zafia, pero se da cuenta y decide ser buena. Claro que también se puede ser bondadoso y decidir, además, ser bueno.

¿Y cómo se logra ser una persona buena además de una buena persona? Pues, haciendo cosas buenas. Hay quien piensa que las personas bondadosas hacen cosas buenas y las maliciosas cosas malas, pero  esto no siempre se cumple; más bien, la ecuación es a la inversa: los que hacen cosas buenas sí acaban siendo personas buenas, como consecuencia de la fuerza configuradora de la personalidad que tiene la virtud.

En efecto, este verano he coincidido con algunas buenas personas que, literalmente, han tirado el mes de agosto por la borda, un mes perdido. Han deambulado por él. Sin hacer daño a nadie, claro, porque son bondadosos, pero teniendo muy poca iniciativa para hacer cosas buenas, buenas de verdad, con esfuerzo y olvido de sí, con iniciativa, por los demás. Han dormido, han bailado, han bebido, han comido, han jugado, según procedía en cada momento,… y, de repente, ha llegado septiembre.

Y a mí me gustaría que los amigos y amigas de mis hijos, además de ser buenas personas, hicieran cosas buenas, que no se limitaran a vagar por el aburrido campo de los propios antojos y deseos. E, incluso, que alguno de ellos soñara con cambiar el mundo…, ¡y lo intentara!

Y de estos, gracias a Dios, también he conocido a unos cuantos.