No sé si los lectores de este post recordarán una película titulada La Vida es Bella, que narra la experiencia de una pareja que se enamora, se casa, tiene un hijo, es apresada y llevada a sendos campos de concentración: el padre y el hijo, al de hombres; la madre, al de mujeres.

Durante su estancia en el campo de concentración, el padre recrea un escenario de ficción, simulando vivir un juego, para evitar, en la medida de lo posible, el trauma que aquella situación puede representar para el hijo, y consigue, admirable y sorprendentemente, distraerle del drama que están viviendo. Y no cuento más, no sea que alguien no la haya visto todavía.

Traigo a colación esta película a raíz de una expresión que oí el otro día en un curso de Family Enrichment (www.iffd.org): “cuando el sentimiento desaparece, el amor es una farsa, una comedia”.

Y, sin embargo, a veces hay que hacer ‘comedias’ en el amor. El protagonista de La vida es Bella, hace una comedia por amor. Una bella farsa para hacer reír a su hijo. Logra transmitirle alegría desde la tristeza, fuerza desde la debilidad, seguridad desde la vacilación, esperanza desde la desesperación, juego desde el drama. Y eso es amor. No siente nada de lo que hace, pero todo lo hace por amor. Percibe que el amor es un sentimiento espiritual, mucho más alto que los sentimientos físicos y psíquicos de dolor y tragedia que le embargan, y pone estos últimos al servicio de aquel. Un sentimiento más alto, el amor comprometido y para siempre hacia su hijo, logra imponerse a esos otros sentimientos tan humanos que le asaltan día y noche, e impide que se abandone a sí mismo y desista de dar a su hijo lo mejor de sí.

¿Cuántas veces hemos bailado, cantado, contado chistes y hecho las mil y una tonterías para arrancar una sonrisa a un hijo enfermo, aunque no sintiéramos ningunas ganas? ¿No era eso amor? ¿Era farsa, era comedia?

Y, sin embargo, aunque a veces hay que querer así, sin sentir, y no pasa nada, ordinariamente el papel de la voluntad en el amor no es amar a plomo, a pulso, con la sola fuerza del espíritu. La voluntad que ama hará lo que sea por amor, pero, si quiere ser eficaz y competente, no se quedará en sí misma. Concitará a la inteligencia. Estrujará el corazón. Exprimirá la memoria. Soltará la imaginación. Regirá el cuerpo. Se impondrá a todo su ser para llevarlo de nuevo hacia el amor.

El papel de la voluntad es, en efecto, re-crear (volver a crear) el amor, espolear la inteligencia entumecida, rescatar el sentimiento aletargado, despertar la memoria dormida, abrir la puerta a la imaginación enclaustrada, atraer de nuevo al cuerpo confundido… y llevarlos a todos hacia el ser amado. En momentos de dificultad, alguno de ellos se resistirá, pero la voluntad insistirá, con farsa y sin ella, y esperará, paciente, a que esa chispa avivada de nuevo vaya prendiendo poco a poco y crezca hasta quemar otra vez los maderos gruesos, aquellos que se enfriaron porque nadie agitaba el fuelle del amor auténtico. Y, si esto no acontece, la voluntad de amar será capaz de hacer un acto de humildad y buscará ayuda…, un amigo, un experto, alguien con criterio en quien confíe. Todo antes que dejar de amar.

¡Qué importante es la voluntad en el amor! ¡Y qué importante es no dejarla nunca sola!

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