Hace dos semanas decidí espaciar un poco más mis posts. Pienso que uno a la semana es demasiado. Por su extensión y por la materia tratada, suelen requerir un tiempo, tanto para escribirlos como para leerlos y reflexionarlos. Decidí establecer una frecuencia quincenal, y hoy la estreno. Salvo que algún tema de actualidad me urja en algún momento a escribir, claro.

La actualidad informativa está, qué duda cabe, invadida de coronavirus. En la iglesia de mi barrio, el párroco ha dispuesto que la paz se da con una leve inclinación de cabeza y se comulga con la mano. Buena parte de los wasaps que recibo hacen alusión, sea jocosa, dramática, higiénica o informativa, a esta enfermedad.

Y, mira por dónde, ayer me topé con una persona que me contagió de “coronavirtus”, con t intercalada, porque la virtud puede ser también muy contagiosa. Se trata de una persona que dio conmigo a través de este blog, aunque luego ha resultado que tenemos bastantes puntos de conexión.

El único dato que me facilitó al contactar conmigo en Linkedin fue que era exalumno de mi cole, aunque algo más joven que yo. Suficiente para bajar las defensas de cualquiera. “Sigo tu blog y me gustaría que habláramos”, me vino a decir, lo que, sin un pasado común en un buen colegio como el mío (Colegio La Farga, por cierto), puede significar una declaración de guerra. Para mí, en cualquier caso, resultó de una cierta excentricidad. Un extraño que surge de la nada y quiere hablar. Yo, por mi manera de ser más bien retraída y algo acomodaticia, difícilmente lo haría. ¡Uf, escribirle, salir de mi entorno, llamarle, quedar, vernos…! Demasiado trabajo.

Quedamos a primera hora de la mañana, antes de ir a trabajar. Él iba con prisas porque un suceso imprevisto le exigía acompañar a un familiar a una reunión delicada. Con media hora de conversación fue suficiente para descubrir un alma grande (¡magna ánima!). Con la premura que el poco tiempo disponible nos imponía, hablamos de nuestras luchas y anhelos. Hablaba poco de sí mismo y mucho de los demás. De todo lo que le gustaría hacer, y ya había hecho, por la Humanidad en los lugares en que más se necesita. Y, por su experiencia biográfica y profesional, percibí que, en efecto, podría ayudar mucho a mucha gente.

Pero, acabamos hablando del ordo amoris, el orden en los amores de que hablaba San Agustín, que ha de comenzar siempre por los más próximos, a quienes no se debe abandonar por razón de los más lejanos, porque esa alma grande que desbordaba energía y sentía la urgencia de los tiempos para salir de sí y entregarse a los demás, estaba en este momento plenamente dedicada a los suyos, a los más próximos.

Me contó la situación, dura, durísima, de unos familiares suyos que reclamaba toda su atención. Me explicó también que, “sin ser muy creyente”, recientemente había experimentado de manera especial la presencia de Dios (a quien, paradójicamente, yo había intuido en él a los pocos minutos de empezar a hablar). Comprendí que se encontraba en un momento de especial dificultad y tensión y, tontamente, me vino a la cabeza la imagen de un arco.

Una afición de origen ignoto que tengo es el tiro con arco, y hay un modelo de arco fabricado con poleas excéntricas, como la de la imagen.

Como se aprecia, el eje por el que la polea gira está desplazado, descentrado, como sucede con mi amigo. Ha desplazado el centro de su vida, que ya no está en él sino en los demás. Ha logrado lo que muchos luchamos toda la vida por conseguir: la excentricidad, en el sentido etimológico y exacto de la palabra. Por eso su vida es tan plena… y por eso también a veces experimenta tanta tensión y siente una gran resistencia, como si todo se fuera a romper de repente.

Es lo que sucede con los arcos de poleas. El desplazamiento del eje de la polea excéntrica a la que está sujeta la cuerda hace que la máxima fuerza para tensar el arco se produzca a mitad del recorrido. Cuando se sobrepasa ese punto, la resistencia de la cuerda se reduce sensiblemente, de modo que el arquero logra mantener la cuerda tensada sin gran esfuerzo y mejora la potencia y la puntería.

Pensé que a mi nuevo amigo le estaba sucediendo esto mismo. Está ahora alcanzando el punto de máxima tensión. A veces hace falta una pequeña o una gran ayuda para rebasarlo, un brazo más fuerte, como el de un amigo… o el de Dios, que él estaba notando. Pero una vez rebasado ese punto (¡que puede parecer interminable!), la resistencia vence, el anclaje se facilita y se puede apuntar y disparar sin dificultad. Después, cuando la flecha se ha lanzado y ha dado en el blanco, con mayor o menor acierto, ya ni se recuerda el esfuerzo que requirió el tensado.

Como decía al principio, este encuentro fortuito con mi amigo me contagió de coronavirtus, con t intercalada, y para sellar bien el contagio, en lugar de una inclinación de cabeza, nos dimos un fuerte abrazo, como mandan los cánones del coronavirtus, y quedamos para un próximo encuentro. De momento -él no lo sabe-, su esfuerzo por salir de sí mismo ha tenido un primer efecto: ayudar a un desconocido, o sea, a mí, a descubrir una vez más la fuerza y la belleza de la virtud. Una buena lección que desde aquí le agradezco.

¡Buen fin de semana!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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