Se acerca el verano en el hemisferio norte y las vacaciones de invierno en el sur. Dicen las estadísticas que después de las vacaciones se incrementa el índice de separaciones matrimoniales. Al parecer, el mismo efecto ha causado la pandemia. El roce hace el cariño, afirma la sabiduría popular, pero, por lo que parece, el roce continuo también puede irritar la piel de algunos matrimonios. 

Creo que este periodo prevacacional es un buen momento para entrenarse a amar. Sí, el amor tiene su técnica. Leí en un libro la anécdota de aquel catedrático de Estética (una rama de la filosofía) que impartió una conferencia sobre la belleza y, molesto ante la objeción de una de las asistentes basada en el argumento de que “sobre gustos no hay nada escrito”, le espetó: “Señora, sobre gustos hay mucho escrito; lo que pasa es usted no lee nada”. Pues, lo mismo sucede con el amor: hay mucho escrito, y no querer aprovecharlo podría ser un acto de absurda arrogancia. 

Uno de los libros que a mí más me ha aportado es el de Aaron Beck, “Con el amor no basta”. Entre otras muchas cosas, trata allí las que él llama deformaciones cognitivas, una buena área de mejora en la comunicación matrimonial. Me he propuesto tratar algunas de ellas durante los siguientes posts, ¡a ver si, a fuerza de escribirlas, las voy corrigiendo en mí mismo!

Las deformaciones cognitivas son adulteraciones de la realidad que todos cometemos inconscientemente. Como decía Epícteto, a los hombres no nos afectan tanto las cosas que suceden como la interpretación que hacemos de ellas. Es inevitable. Vamos por la vida interpretando la realidad. Asignamos un significado personal, subjetivo, a todo lo que sucede. Y, claro, después reaccionamos emocionalmente como nos dicta ese significado, de modo que, si nuestra mujer interpreta la realidad en un sentido y nosotros en otro, el desencuentro y la discusión están servidos. 

Los abogados lo comprobamos cada día en los juzgados. Cuántas veces preguntamos sobre el mismo hecho a dos testigos oculares y nos dan versiones diferentes, cuando no contrapuestas. Y no siempre mienten. Simplemente, han centrado su atención en aspectos diferentes de la realidad y la han ido interpretando subjetivamente.

¿Y con qué interpretamos? Con nuestra biografía personal y familiar, con nuestra cultura, con los falsos lugares comunes, con prejuicios, con refranes absurdos, con comentarios de terceros que nos han influido, con experiencias anteriores que nos marcaron, con nuestro estado de ánimo actual… Es decir, con todo lo que somos y experimentamos. 

Paradójicamente, esta diferente interpretación es lo que da credibilidad al testimonio. Cuando dos testigos dicen exactamente lo mismo y con las mismas palabras, surge la sospecha. ¿Ni un detalle diferente? ¿La misma perspectiva? ¿Un enfoque igual? ¿No se habrán concertado? Por ejemplo, cuando los cuatro evangelistas transcriben la inscripción de la cartela de la cruz en que murió Jesús, hay diferencias de matiz. Si todos hubieran escrito lo mismo y con las mismas palabras, sería sospechoso. ¿Todos tuvieron la serenidad para leer exactamente lo mismo, aterrados y afligidos como estaban los pocos que osaron acercarse a ver morir a su maestro y amigo? Al contrario: probablemente, nadie se fijó en ese detalle. ¡No era lo importante en ese momento! Solo sabían que la ley romana exigía poner la causa de la condena y eso fue lo que escribieron, cada uno en los idiomas y con las palabras en que supuso se habría escrito. Si ahora tuvieran que ponerse de acuerdo, seguro que se originaría una discusión apostólica, porque cada uno lo interpretaría a su manera.

¿Qué sentirá una jovencita recién casada el primer día que su joven marido y consultor junior llega a las 5 de la madrugada porque estaba en el ‘closing’ de una operación muy importante? No lo sabemos, pero probablemente su reacción emocional será diferente si su padre, cuando alguna vez había llegado de madrugada, lo hacía borracho y pegaba a su madre o, por el contrario, llegaba tras haber comprado un croissant de desayuno y se lo dejaba a su madre en la cocina con una nota cariñosa para disculparse por la ausencia. 

El problema es que con el estado de ánimo que generemos encararemos la comunicación. Aaron Beck habla de los pensamientos automáticos, breves estallidos al borde de la conciencia que muchas veces no detectamos, pero condicionan nuestra interpretación de la realidad y el sentimiento que provocamos en nosotros mismos. En los próximos posts me propongo analizar los más frecuentes, que nos afectan a todos y entorpecen nuestra capacidad de amar a nuestra mujer, a nuestro marido o a cualquiera como ellos y nosotros merecemos. 

Quizás no podremos cambiarlos del todo, pero sí seremos conscientes de que muchas veces no hay que mirar muy lejos para encontrar al responsable de tantas torpezas en la comunicación. 

Feliz fin de semana. 

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes 

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