¿Para qué nos vamos a ir a celebrarlo, para acabar como el año pasado?, fue la respuesta que recibió Ernesto de su esposa cuando le propuso ir a cenar y al cine para celebrar su aniversario de boda.

En efecto, el año anterior habían hecho un plan similar. A Susana le gusta bailar y habían reservado una mesa en un buen restaurante que ofrecía baile después de la cena. Habían hablado de todo y disfrutado como cuando eran novios. Bromas, risas, complicidades, baile hasta el agotamiento… ¡Casi se habían olvidado de que tenían hijos!

Pero, de vuelta a casa, ya de madrugada, cansados y alegres, hasta más de la cuenta, Susana propuso un itinerario que Ernesto decidió cambiar ya casi llegando, en la penúltima calle, con tan mala fortuna que se encontraron el camión de la basura vaciando cuatro contenedores.

-¡Es que nunca me haces caso! ¡Mira que te he dicho que fueras por la otra calle!

-Bueno, mujer, es que en esa calle suele haber embotellamientos, y pensaba…

-¿Embotellamientos a las tres de la madrugada?

-Bueno, no pasa nada por unos minutos. Nadie nos espera.

-Si no es eso…, es que no tienes en cuenta mi opinión, Y, ahora, diez minutos parados contemplando la basura. ¡Menudo fin de fiesta!

La conversación fue subiendo de tono y Susana y Ernesto llegaron a casa enfadados, se metieron en cama y, a dormir.

A esta deformación cognitiva se le denomina visión restringida. Ha transcurrido un año desde aquella noche y la memoria de Susana ha borrado seis horas de gozo, alegría y sana diversión, reteniendo los últimos diez minutos de la velada.

Es una trampa de la mente. Los impactos negativos percuten con más fuerza en nuestra psique y tienden a permanecer más tiempo. Son insidiosos y, si no estamos atentos, van invadiéndolo todo, cubriendo con una negra sombra los aspectos positivos de cualquier evento.

Recuerdo que en la boda de mi hermano Jorge (Coque para la familia) llovió a cántaros. Tuvimos que ir a comprar polainas de plástico para que los invitados pudieran proteger zapatos y tobillos. Los coches se embarrancaban. Todos los de la familia íbamos de un lado para otro con paraguas, rescatando a las señoras para salvar sus peinados. Una de las carpas se inundó por completo y los comensales tuvieron que trasladarse al porche. Fue una boda indescriptible…, ¡genial!

Lo que más ayudó fue la actitud de los novios. Alegres desde el primer momento, sin darle ninguna importancia a la desatada fuerza de la naturaleza. Al contrario, parecían disfrutar todavía más el momento y su comentario más repetido era: «¡Esta boda la recordarán todos los invitados toda su vida!». Y así ha sido. Lo pasamos en grande. Improvisamos espacios y compañeros de mesa, hicimos amigos inesperados y se generó una camaradería que difícilmente se habría logrado sin esa circunstancia aparentemente adversa que los novios y, con ellos, todos los invitados, supieron transformar en una divertida aventura. Todo el mundo distinguió de manera natural lo importante, dos personas que deciden amarse para siempre, de lo accesorio, un cielo que quiso hacerse presente con especial intensidad.

Como decía en la entrada anterior, en que anunciaba esta serie de posts sobre deformaciones cognitivas de nuestra mente, todo depende del color del cristal con que se mira. José Antonio Marina lo decía en una entrevista que ya cité también en otra entrada anterior: “lo que caracteriza, en último término, a la inteligencia creadora es la libertad para decidir en cada caso el significado que quiere que tengan las cosas

¡Buen fin de semana!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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