Cuando mis hijas eran pequeñas, aprendí a hacer coletas. Me costó lo mío. En mi familia de origen somos seis hermanos varones y lo de las coletas fue una absoluta novedad en mi vida. Loles, con extremada paciencia, me enseñó la técnica, aunque he de admitir que nunca logré la habilidad que ella tenía.
La prueba del nueve llegó con Belén, nuestra cuarta hija mujer (tenemos siete hijos, pero tres son hombres y, gracias a Dios, nunca han reclamado una coleta). Belén y yo nos parecemos en algunas cosas. Por ejemplo, a mí me molesta que los bancos de las iglesias estén torcidos y, para desesperación de Loles y sorpresa de los otros feligreses, cuando nos levantamos o hacemos la cola para comulgar, a veces me dedico a enderezar algunos de ellos. A Belén le molestaba que sus coletas estuvieran a diferente altura, así que, cuando su madre estaba fuera, llegábamos siempre tarde al colegio porque yo tenía que rehacer las coletas una y otra vez, cosa que a Loles nunca le pasaba.
Este año, durante las compras de Navidad, tuve la oportunidad de confirmar una regla que, desde mi época de las coletas, venía intuyendo. Técnicamente, la regla se podría formular así: las mujeres tienen, por lo general, más facilidad para los trabajos que exigen motricidad fina. Obsérvese que digo ‘por lo general’. Como toda regla, tiene sus excepciones y tampoco quiero irritar a los censores de género en vísperas de Reyes. En realidad, para ser riguroso, lo que yo puedo afirmar tras mi personal comprobación de campo es: las mujeres, por lo general, envuelven mejor los regalos que los hombres.
Todo esto viene a cuento de lo que me sucedió el otro día con ocasión de la compra de un regalo de Navidad que quería hacer a una persona en agradecimiento por un favor. Decidí regalarle algunas cervezas especiales, fui a una conocida tienda de bebidas alcohólicas y me aconsejaron tres botellas de litro (con su tapón de cierre hermético) de una cerveza artesanal. Me gustó la idea, pero me pareció poca cosa y la completé con una buena botella de vino.
Había que hacer dos paquetes de regalo: las tres botellas de cerveza por un lado y la botella de vino, en sus cajas respectivas, por otro. Ante un reto tan descomunal, el dependiente que me atendió pidió ayuda a una compañera que estaba conversando animadamente con otro dependiente.
Por lo que deduje de algunos paquetes ya preparados que había al lado del mostrador, la técnica consistía en hacer una pequeña doblez en uno de los bordes del papel, que era de color gris por un lado y negro por el otro, para que quedara como una cenefa negra de uno o dos centímetros sobre fondo gris. Muy elegante.
La mujer comprendió sin necesidad casi de palabras lo que le pedía su compañero y, en el rato que este tardó en cortar (mal) el primer trozo de papel, aquella envolvió su paquete, tres veces más grande, sin perder un ápice de la conversación que mantenía con su otro compañero, la cual yo hubiera escuchado con gusto si no hubiera tenido que concentrarme en el paquete que estaba envolviendo mi homólogo de sexo, aunque solo fuera para solidarizarme con él.
Aquí, el paquete de la dependienta (motricidad fina):

El hombre necesitó por lo menos diez minutos. Yo, que había presenciado la depurada técnica de su compañera, estaba por darle instrucciones, pero una mirada repentina de ella haciendo negativas con la cabeza, me cohibió. No sé si su intención era ayudar a que su compañero adquiriera autonomía, pero, como abogado, la interpreté como una cláusula de prohibición de transferencia de tecnología, así que me abstuve de darle indicación alguna.
La tercera vez que deshizo el paquete, que coincidió con la sexta que yo miraba el reloj, tras secarse el sudor, el hombre, acaso para comprobar que yo aún continuaba allí, levantó la cabeza por primera vez y me miró azorado. Yo, condescendiente, mientras le indicaba con la vista el paquete de su compañera a ver si le inspiraba, le dije: “a la tercera va la vencida”, aunque, en previsión de lo que pudiera pasar, añadí: “aunque, no se preocupe, tampoco queda mal en la caja, sin el papel”.
Por fin, el hombre terminó, contempló su creación y, por lo visto, «vio que era bueno«; cogió después una bolsa en la que claramente no cabían los paquetes y, como ofreciéndome una compensación por la espera, dijo: “aunque no llegará al asa, le pongo la caja de las tres botellas en esta bolsa; por lo menos se lleva la bolsa”. Entonces me vinieron a la cabeza las coletas de Belén y me identifiqué tanto con él que, a pesar de ser un engorro para transportar las cajas, aún conservo la bolsa en homenaje a su esfuerzo.
Aquí, el paquete del dependiente (motricidad gruesa):

Eso sí, terminado su trabajo, sin que ella se lo pidiera, se apresuró a ayudar a su compañera a trasladar unas cajas que ella, claramente, no podía levantar (motricidad de corazón).
Un buen propósito para el día de Reyes: no esperar nada y agradecer todo.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
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Bravo como siempre Javier, no cambies, muchas gracias juan buil
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Muchas gracias, Juan!
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Buenisimo , como siempre!!!! Felices Reyes
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Muchas gracias, David!!
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Genial!!! Refrescante!
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Gracias, Mar!!
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Aunque sea una pena que haya que andar de puntillas con esa «supuesta» pero real diferencia entre los sexos… es de lo mejor que he leido en tiempo. No he parado de reir. Muchas gracias 😂😂😂
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Muchas gracias, Carla!
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