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Familiarmente

~ Ser y vivir en clave de familia

Familiarmente

Publicaciones de la categoría: Uncategorized

Gracias I WiL

14 jueves Jun 2018

Posted by javiervq in Uncategorized

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En esta ocasión, me limito a poner el link al blog de Nuria Chinchilla, donde podréis encontrar un perfecto resumen y el vídeo de la conferencia que tuve ocasión de dar en el foro Iese Women in Leadership.

Agradezco especialmente a Nuria esta oportunidad, y también a Cristina Moreno y a Ana Amat por su cálida y profesional acogida. Es una maravilla poder compartir el anhelo por la verdad del ser humano con profesionales de esta talla.

Y, naturalmente, mi agradecimiento también a todas las asistentes al acto y a la comida posterior. Fue muy motivador comprobar en primera persona que el interés por los temas de fondo sobre la familia y la persona está presente en la agenda de tantas empresas.

Muchas gracias.

https://goo.gl/m99sVu

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¿Casarse por amor?

09 sábado Jun 2018

Posted by javiervq in Uncategorized

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El uso de las preposiciones en la lengua española es uno de los grandes retos que afronta cualquier escritor, en especial los que son de algún territorio bilingüe, como es mi caso. En muchas ocasiones no es la influencia del segundo idioma la que distorsiona el uso correcto, sino la frecuencia de ciertas composiciones gramaticales que van arraigando hasta integrarse en el modo de hablar propio de un grupo o de un tiempo.

Recuerdo que, en mis primeros años de dedicación al Family Enrichment, cuando moderaba casos del curso Primeros Pasos, para padres con hijos de 0 a 3 años, era muy frecuente oír la expresión “disfrutar de mis hijos”. Esta inocente frase me daba pie para introducir un interesante debate: ¿es lo mismo disfrutar “de” tus hijos que “con” tus hijos? ¿Qué es mejor? Porque también se puede disfrutar “contra” o “a pesar” de tus hijos. Al final, una anécdota gramatical permitía ahondar un poco en la dignidad del hijo como ser autónomo y no como una pertenencia de sus padres.

Algo parecido sucede con la expresión “casarse por amor”, que tiene una fuerza innata que parece expulsar cualquier otra motivación para el matrimonio. La pregunta “¿tú por qué te casas?” remite de manera espontánea a la respuesta “porque le/la quiero”. Y, sin embargo, siendo muy loable, es una razón insuficiente para casarse.

Nadie duda de que es muy bueno querer a alguien. De hecho, todos queremos a muchas personas y nunca nos hemos planteado casarnos con ellas. Aun admitiendo que solo a una de ellas la amamos de verdad, con todos nuestros afectos, nuestra voluntad y con todo lo que somos, ¿por qué casarnos? ¿Por amor? ¿Por el amor que le dispensamos ahora?

Desde luego, el amor que experimentamos hoy es el motor que nos impulsa a querer estar con esa persona, pero no puede asegurar el éxito de nuestro matrimonio. Hay que casarse no por amor, sino “para amar”. Este es el enfoque correcto: me caso “para” amar siempre y en todo momento a esta persona. O, si se quiere, me caso porque quiero quererla, amarla para siempre.

Si no, más vale no casarse. Por amor puedes hacer mil y una tonterías: cantar en la ducha, dar saltos por la calle, sonreír a todo el que te mire, hurtar unas flores en un parterre municipal o gastarte el sueldo de un mes en un regalo extraordinario…, pero ¿casarte? ¿Solo por amor? Es poco.

En posts anteriores he tratado la importancia de poner todos los dinamismos en el amor (afectos, voluntad, inteligencia, memoria, imaginación…), y seguiré haciéndolo. Hoy quería invocar solo la ilusión, el entusiasmo, la convicción de que os vais a amar para siempre y de que esa es la razón (y el corazón) por la que os casáis. ¡Sí! ¡Me caso para amar! ¡Y lo haré siempre, pase lo que pase! No basta el amor que os tenéis en el presente. Si descansáis solo en él, estáis perdidos, vuestro matrimonio fracasará inevitablemente. Pensáis que es mucho, pero yo os digo, desde la experiencia de casi 35 años de matrimonio y 5 de novios, que vuestro amor de ahora, ese que os impulsa a casaros para asegurar vuestra unión y que os parece insuperable, no es nada comparado con la intensidad que puede alcanzar en el futuro, en la fragua de una vida bien acrisolada. Hay que atreverse a amar. Sin miedo. Sin red. Lanzarse a la mayor aventura que existe sin volver la vista atrás. Enamorándose cada día. Volviendo a empezar una y otra vez.

Si el vuestro es un corazón avejentado y mustio que no cree en el amor para siempre…, de verdad, mejor que no os caséis. Pero si el vuestro es un corazón enamorado, joven y resuelto, que se ve poca cosa y desconfía de sí mismo y de su pasado, pero tiene una fe grande en el futuro que el amor es capaz de construir con las fuerzas propias y ajenas (¡Dios incluido!), entonces, si queréis ser felices de verdad, en la profundidad del corazón humano, no lo dudéis: casaos, haceos vulnerables y poneos en manos de quien quiere edificar una vida nueva con vosotros. Y tened la valentía de poner todos los medios, divinos y humanos, para hacer de esa unión el destino de vuestras trayectorias personales, calibrando una y otra vez la brújula sin admitir otro puerto al que arribar que no seáis vosotros dos, aunque soplen vientos contrarios.

¿Veis adónde nos ha llevado una inocente y discutible cuestión gramatical?

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Tengo a mis hijos…

17 jueves May 2018

Posted by javiervq in Familia y sociedad, Hijos, Matrimonio, Uncategorized

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“El miércoles no puedo, tengo a mis hijos por la tarde”, me contestó el otro día un abogado cuando le propuse tener una reunión. Estaba separado y esa tarde recogía a sus hijos en el colegio y la dedicaba a ellos, pues el resto de la semana convivían con su madre. No era la primera vez que me daban esa razón para descartar un horario de reunión. Como las otras veces, lo encontré muy natural. ¡Faltaría más! Lo primero es lo primero. Y la familia está por encima del trabajo. Pero esta vez me dio que pensar.

Es una experiencia común darse cuenta de lo que uno tiene cuando percibe el riesgo de perderlo. Con la familia también sucede. Tu mujer, tu marido, tus hijos están ahí. No siempre tenemos conciencia actual de su existencia ni de la influencia que ejercen en nuestro bienestar. No se quejan mucho de nuestras ausencias, de nuestras desatenciones, de nuestra falta de disponibilidad. Y, de pronto, un día, por la razón que sea, percibimos su ausencia, el riesgo de perderlos, de que se alejen de nuestras vidas… y reaccionamos.

¿Alguien ha recibido alguna vez una respuesta como esta al convocar una reunión?: “Lo siento, el jueves no puedo, tengo a mi mujer y a mis hijos por la tarde”. Sonaría extraña. Claro que podría cambiarse por: “lo siento, el jueves no puedo, lo dedico a mi marido y a mis hijos”, porque, claro, tenerlos, lo que se dice tenerlos, los tenemos siempre. Y acaso ese sea el problema. Están ahí y nos cuesta percibir el riesgo de perderlos.

Escuché una vez a un experto en gestión de tiempo protestar vehementemente contra la conciliación familia-trabajo, contra el balance, el equilibrio entre estas realidades. “¡Cómo vamos a conciliar o equilibrar realidades que están en un nivel tan diferente de importancia!  Podemos arriesgarnos a perder el trabajo, es duro, pero es sustituible. ¡Pero no podemos arriesgarnos a perder la familia!”, argumentaba. Y defendía que podemos estar engañándonos toda la vida buscando términos soft que disimulen la distinta entidad de estas realidades, pero hasta que alcancemos la conclusión de que la única relación posible es la subordinación del trabajo a la familia, no encontraremos la felicidad en este ámbito. Creo que, últimamente, los más expertos prefieren hablar de ‘integración’ de la vida laboral y la vida de familia. Mucho mejor.

Hay trabajos muy exigentes. Y también mucha gente que se engaña a sí misma acerca de la importancia del trabajo o la profesión, cuya relación con la persona y la familia, aunque a veces nos cueste verlo, es de medio a fin.

Y no creo que sea solo una cuestión de horas (que también), sino de prioridades. He conocido personas que han pasado temporadas de durísimo trabajo, con exigencias de dedicación casi sobrehumanas y no han dejado de llevar consigo a su familia ni de volver a ella una y otra vez, creativa y perseverantemente, en cuanto podían.

No me cuesta admitir que en este terreno la mujer suele ir por delante del varón. Ella lleva siempre a su familia consigo con tremenda naturalidad. Nunca se olvida. No tiene vergüenza alguna de hablar de su familia en cualquier reunión, por encopetada que sea. A nosotros nos cuesta más. ¡Y cuánto ayuda a humanizar las relaciones meter la familia en la conversación!

Vuelvo al principio. La respuesta de aquel abogado me ha hecho reflexionar. ¿No deberíamos, precisamente los que estamos casados, es decir, los que hemos hecho profesión de amar, ser más explícitos acerca del amor a nuestra mujer o marido y a nuestros hijos?  ¿No tendríamos que evidenciar más palmariamente la preferencia, una tarde o una mañana cualquiera, de nuestra familia sobre el trabajo o, simplemente, hablar de ellos en cualquier ocasión?

Soy consciente de que es una realidad muy compleja. Hay grandes expertos, trabajos muy diferentes, algunos con sujeción horaria inevitable (lo que no excluye la ‘presencia’ de la familia), y no se puede generalizar. Solo quería apuntar una reflexión personal y lanzar al aire una pregunta que me hago a mí mismo: ¿es mi familia realmente prioritaria? Y, ya puestos, sugerir un camino: hacer más visibles a nuestras familias; visibilizarlas, como se dice ahora.

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Amor y voluntad

05 sábado May 2018

Posted by javiervq in Matrimonio, Uncategorized

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No sé si los lectores de este post recordarán una película titulada La Vida es Bella, que narra la experiencia de una pareja que se enamora, se casa, tiene un hijo, es apresada y llevada a sendos campos de concentración: el padre y el hijo, al de hombres; la madre, al de mujeres.

Durante su estancia en el campo de concentración, el padre recrea un escenario de ficción, simulando vivir un juego, para evitar, en la medida de lo posible, el trauma que aquella situación puede representar para el hijo, y consigue, admirable y sorprendentemente, distraerle del drama que están viviendo. Y no cuento más, no sea que alguien no la haya visto todavía.

Traigo a colación esta película a raíz de una expresión que oí el otro día en un curso de Family Enrichment (www.iffd.org): “cuando el sentimiento desaparece, el amor es una farsa, una comedia”.

Y, sin embargo, a veces hay que hacer ‘comedias’ en el amor. El protagonista de La vida es Bella, hace una comedia por amor. Una bella farsa para hacer reír a su hijo. Logra transmitirle alegría desde la tristeza, fuerza desde la debilidad, seguridad desde la vacilación, esperanza desde la desesperación, juego desde el drama. Y eso es amor. No siente nada de lo que hace, pero todo lo hace por amor. Percibe que el amor es un sentimiento espiritual, mucho más alto que los sentimientos físicos y psíquicos de dolor y tragedia que le embargan, y pone estos últimos al servicio de aquel. Un sentimiento más alto, el amor comprometido y para siempre hacia su hijo, logra imponerse a esos otros sentimientos tan humanos que le asaltan día y noche, e impide que se abandone a sí mismo y desista de dar a su hijo lo mejor de sí.

¿Cuántas veces hemos bailado, cantado, contado chistes y hecho las mil y una tonterías para arrancar una sonrisa a un hijo enfermo, aunque no sintiéramos ningunas ganas? ¿No era eso amor? ¿Era farsa, era comedia?

Y, sin embargo, aunque a veces hay que querer así, sin sentir, y no pasa nada, ordinariamente el papel de la voluntad en el amor no es amar a plomo, a pulso, con la sola fuerza del espíritu. La voluntad que ama hará lo que sea por amor, pero, si quiere ser eficaz y competente, no se quedará en sí misma. Concitará a la inteligencia. Estrujará el corazón. Exprimirá la memoria. Soltará la imaginación. Regirá el cuerpo. Se impondrá a todo su ser para llevarlo de nuevo hacia el amor.

El papel de la voluntad es, en efecto, re-crear (volver a crear) el amor, espolear la inteligencia entumecida, rescatar el sentimiento aletargado, despertar la memoria dormida, abrir la puerta a la imaginación enclaustrada, atraer de nuevo al cuerpo confundido… y llevarlos a todos hacia el ser amado. En momentos de dificultad, alguno de ellos se resistirá, pero la voluntad insistirá, con farsa y sin ella, y esperará, paciente, a que esa chispa avivada de nuevo vaya prendiendo poco a poco y crezca hasta quemar otra vez los maderos gruesos, aquellos que se enfriaron porque nadie agitaba el fuelle del amor auténtico. Y, si esto no acontece, la voluntad de amar será capaz de hacer un acto de humildad y buscará ayuda…, un amigo, un experto, alguien con criterio en quien confíe. Todo antes que dejar de amar.

¡Qué importante es la voluntad en el amor! ¡Y qué importante es no dejarla nunca sola!

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Amor y libertad

26 jueves Abr 2018

Posted by javiervq in Matrimonio, Uncategorized

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Una de las grandes dificultades de los jóvenes de hoy en día para casarse es el miedo al compromiso. Según se mire, no es mala señal. Significa que se lo toman en serio. Peor sería que se casaran frívolamente, sin valorar la profundidad de la decisión que están tomando.

Cualquier decisión que compromete la vida entera produce un vértigo existencial. Hay otras decisiones importantes, como la carrera que se va a estudiar, el trabajo que se va a aceptar o la dedicación a un voluntariado que generan dudas, tensiones e inseguridades, pero no ese vértigo característico de las decisiones irrevocables propio de quien no se toma la vida con ligereza.

Entre las decisiones de esta naturaleza hay una que suele escapar a la lógica descrita: tener un hijo. Es, qué duda cabe, una determinación que no admite vuelta atrás y compromete de por vida al más alto nivel, pero está rodeada de una serie de valores (ilusión, alegría, entrega, magnanimidad -ánimo grande-, etc.) que aportan una rara seguridad y alejan el vértigo y el miedo.

Me parece que lo que está en juego en todo esto es uno de los valores más preciados del ser humano: la libertad. Algunos tienden a ver en el matrimonio una atadura, una pérdida de libertad, y esta concepción les arredra y paraliza, de modo que huyen del compromiso o, si lo adquieren, no dejan nunca de verlo como un recorte, una mengua irrecuperable de su libertad personal. Aman hoy, pero no se atreven a prometer amor.

Sería muy pretencioso por mi parte aspirar a resolver esta dificultad en las escasas líneas de este post. La noción de libertad es una de las realidades más poliédricas y complejas con que se ha enfrentado la historia del pensamiento. Sin embargo, algo se puede decir.

Leonardo Polo afirma, apodícticamente, en una de sus obras: “el amor se impera porque es el despliegue de la libertad”. Esta enigmática frase puede ayudar a descifrar el misterio de la relación entre amor y libertad, pues el matrimonio, como la paternidad, no deja de ser un amor elevado a la máxima potencia, a la potencia de una vida entera.

Lo que quiere decir el filósofo es que el amor es obligatorio, imperativo para el ser humano precisamente porque es libre. Aunque se comprende mejor expresado al revés: el ser humano es libre porque solo así es capaz de amar. Sin libertad no hay amor, porque un amor impuesto no lo es. Por esta razón, el único que puede decidir amar es uno mismo. Lo sorprendente es que también puede decidir no hacerlo, porque amar es un imperativo, sí, pero solo moral. Ahora bien, si alguien decide odiar, que puede hacerlo, no ejerce adecuadamente la libertad. El odio es reflejo de la libertad que tengo -porque soy libre puedo decidir odiar -, pero no es su destino. Tenemos libertad para amar, no para odiar. Y, sin embargo, nadie puede obligarnos a hacerlo. Esta es la paradoja.

Yo pienso que nuestra libertad de elección está diseñada para las cosas grandes. Quien se mueve siempre en el terreno de las pequeñas elecciones (cerveza o Cocacola; falda o pantalón) acaba malgastando y frustrando su libertad, que aspira a algo más, a mucho más.

Se comprende, entonces, que casarse no sea fácil para todo el mundo: es un exceso de libertad. Lo mismo sucede con los hijos: son un exceso de libertad. Solo las personas enteramente libres y soberanas, capaces de poseer todo su pasado, todo su presente y todo su futuro y entregarlos al ser amado (el cónyuge o el hijo) están en las condiciones óptimas para tomar la decisión de casarse. Casarse exige una libertad soberana. Los esclavos (¡hoy tenemos tantos dueños!) no pueden casarse porque no saben si serán capaces de poseerse y decidir sus pasos dentro de cinco, diez o treinta años, y no tienen otro remedio que ceder las riendas de su vida a las circunstancias. Están excesivamente condicionados. No pueden prometer amor para siempre.

En el fondo, lo que sucede es que cuando decidimos entregar nuestra vida por entero a otra persona no perdemos la libertad, sino que le abrimos un horizonte inédito, nuestro matrimonio, y es ahí donde tendremos que desplegarla de nuevo.

La elección no es pérdida sino ejercicio de la libertad. Y si rodeamos esa determinación de aquellos valores de que hablaba más arriba (alegría, ilusión, entrega, magnanimidad…), no experimentaremos pérdida de libertad ni atadura algunas porque nos habremos ubicado en un nuevo escenario que nos brindará la oportunidad de volver a desarrollar y ejercer la libertad. Para ello, hay que rechazar la tentación de mirar atrás, como si importara más lo que perdemos que lo que ganamos con la elección.

Javier Vidal-Quadras

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En lo alto de la cascada

17 martes Abr 2018

Posted by javiervq in Familia y sociedad, Uncategorized

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Cuenta la leyenda que, en un país muy lejano, un hombre bueno vio al pie de una cascada a un joven ahogándose en un remolino. Con gran esfuerzo, el buen hombre logró sacarlo del agua y llamó a un vecino para que lo ayudara a revivirlo. Cuando estaban en esa tarea, vieron que otro joven caía por la cascada. Mientras intentaban salvar al segundo, notaron que caía un tercero. Horas después, un gentío bien intencionado se esforzaba por rescatar a los que caían, uno tras otro. Algunos meses más tarde, los vecinos fundaron la Asociación de Ayuda al Ahogado, y con mucho sacrificio reunieron fondos para contratar a un batallón de buzos, que iba sacando del agua a los jóvenes que seguían cayendo. Cierta vez llegó a la comarca un hombre sabio, que preguntó: ¿No sería mejor subir a lo alto de la cascada y averiguar por qué se cae tanta gente? Los esforzados vecinos le contestaron, con poca paciencia: ¿No ves que estamos muy ocupados salvando vidas? ¡No tenemos tiempo ni dinero para excursiones! Entonces, el sabio subió al cerro en sentido contrario a la corriente y descubrió en la cima una aldea muy pobre, con una sola escuela. Frente a ésta, había un terreno baldío, enfangado y sin vallas situado justo al lado del nacimiento de la cascada donde los jóvenes resbalaban e iban cayendo uno tras otro.

Con este sugerente relato, tomado de Nieves Tapia, empezó Cristian Conen, abogado, profesor e investigador de la Universidad de La Sabana, la conferencia que impartió este fin de semana en el Congreso Latinoamericano de Líderes de Family Enrichment (también conocida como Orientación Familiar) organizado por la IFFD (International Federation for Family Development) en Cartagena de Indias, Colombia.

Unas doscientas personas, en representación de 18 países latinoamericanos, decidimos subir la cuesta de la cascada en busca de la raíz de tantas y tantas corrientes que arrastran y ahogan a nuestros jóvenes hoy en día: el aumento de adicciones, la delincuencia, la violencia, la apatía vital, los trastornos de personalidad y el suicidio juvenil; la continuidad intergeneracional de fenómenos familiares dolorosos como la infidelidad, las separaciones, el maltrato de mujeres, los niños huérfanos de padres vivos y recientemente, de padres digitales…

Durante dos días nos olvidamos de rescatar a los jóvenes que se iban precipitando por la cascada y nos concentramos en encontrar la causa de sus caídas.

Cuando llegamos arriba no vimos la escuela ni el fango ni el baldío, sino una multitud. Miles y miles, millones de familias desorientadas, deambulando sin norte en busca de una felicidad que se les escapaba entre los dedos.

Y volvimos a darles la esperanza que desde la IFFD venimos ofreciendo desde hace ya 50 años: la certeza de que es posible amar para siempre, y cada día con mayor pasión e intensidad; la convicción de que los padres seguimos siendo los titulares del derecho a la educación de nuestros hijos y sus primeros educadores, y de que ningún Gobierno puede dictarnos cómo hacerlo; la inevitable realidad de que la educación no es una ciencia cierta ni un recetario de cocina, sino una sabiduría prudencial que se adquiere con la misma formación, dedicación y competencia con que se logran las carreras profesionales; y la seguridad de que la familia es el hábitat del ser humano y el lugar privilegiado en que la felicidad se puede ver y tocar.

Y para que estas declaraciones no se transformaran en un brindis al sol, profundizamos durante dos días en todos los aspectos de los cursos de Family Enrichment que la IFFD imparte cada año a más de 30.000 personas en 68 países del mundo, que han llevado la felicidad a tantas familias y recibido el reconocimiento de Naciones Unidas en varias resoluciones del más alto nivel.

Cristian Conen, en su conferencia inaugural, abogó por una rebelión educativa pacífica que ampliara el enfoque del desarrollo aislado de la dimensión intelectual de la persona al desarrollo de la capacidad de amar en sus dimensiones intelectual, física, afectiva, social y espiritual para poder superar todas las lacras sociales que aquejan hoy a la familia.

Y nosotros le hicimos caso. Los cerca de doscientos participantes en el congreso, decidimos subir a lo alto de la cascada y preparamos el único terreno en que puede evitarse que los jóvenes sigan cayendo por la pendiente resbaladiza hasta la cascada del fracaso vital: la familia.

Ahora, de vuelta a nuestros países, vamos a seguir propagando la noticia a voz en grito: ¡poned en lo alto de la cascada una familia fuerte y no necesitaréis rescatar ahogados! Y, junto con el anuncio, continuaremos ofreciendo y perfeccionando el mejor instrumento para lograrlo: la formación familiar.

http://www.iffd.org

 

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Hoy

30 viernes Mar 2018

Posted by javiervq in Espíritu, Uncategorized

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Hoy, al verte en la cruz, ¡hoy!, enclavado,
la razón se rebela, humana y fría:
¿Cómo un Dios agoniza así, colgado?
¿Cómo un hombre doliente Dios envía?

Hoy, al verte en la cueva, ¡hoy!, sepultado,
la voluntad se rompe y desconfía:
¿Cómo un Dios bajo tierra y olvidado?
¿Cómo un hombre, acabado, nuestro guía?

Hoy, al hundirte, ¡hoy!, en la amargura,
el corazón repudia esta quimera:
¿Cómo un Dios que se cubre de negrura?
¿Cómo un hombre que puede ser cualquiera?

Hoy, al no verte, ¡hoy!, en mi alma oscura,
mi memoria se olvida y desespera:
¿Cómo un Dios sin presencia ni figura?
¿Cómo un hombre que muere y nadie espera?

Pero hoy, que mi mente no comprende,
hoy, que mi voluntad duerme vacía,
hoy, que mi corazón ya ni se enciende,
y mi olvido de noche cubre al día….

¡Hoy es cuando te entiendo sin pensar,
cuando quiero quererte sin querer!
¡Y hoy es cuando te siento de verdad
y veo lo que en ti no supe ver!

¡Hoy es cuando mi mente tú reclamas,
cuando mi voluntad tú solicitas!
¡Y hoy es cuando, en recuerdos, tú me llamas
y cuando más mi amor tú necesitas!

¡Porque hoy es mi razón… tu prendimiento
y hoy es mi voluntad… tu sufrimiento,
la fuerza que me mueve…, tu tormento
y hoy es mi corazón… tu sentimiento!

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Donde hay confianza…

24 sábado Mar 2018

Posted by javiervq in Uncategorized

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En mis años de juventud física (la espiritual, gracias a Dios, aún la conservo), uno de los chicos del grupo con el que iba hizo una ‘bromita’ a una de las chicas que me quedó grabada, para mal. Estábamos en una piscina, se le acercó por detrás y le desabrochó el lazo de la parte de arriba del bikini. Previamente, había avisado a sus amigos de chanzas y andanzas para que estuvieran atentos, porque, claro, si nadie lo veía ni se reía, qué gracia tenía la cosa.

La chica se tapó al ver su intimidad corporal al descubierto, se volvió, le dirigió una mirada que habría fulminado a cualquiera y se fue corriendo, con lágrimas en los ojos, a refugiarse donde las otras chicas, que afearon la conducta al graciosillo.

¨Donde hay confianza, da asco”, reza el dicho. Y, en efecto, hay quien confunde la confianza con la falta de respeto. En particular, esta confusión se intensifica durante los ambiguos años de la tardoadolescencia, que en algunas personas parece no acabar nunca.

En el fondo, esa falta de respeto que surge del exceso de confianza consiste en una incapacidad de reconocer de verdad, sin complejos, vergüenzas ni respetos humanos, la dignidad de la otra persona, que tiene derecho a ser tratada siempre como tal.

En los grupos de jóvenes es una postura muy extendida, agravada con la falta de personalidad propia de algunos en esta edad (¡y en todas las edades!), que se dejan llevar inevitablemente por la presión del grupo y de sus líderes. Esta conducta gregaria irrespetuosa, descortés e irreverente acaba contaminando las relaciones, hasta que llega un momento en que la diversión del grupo se alimenta del sufrimiento, a veces callado y doloroso, de otros.

Sin llegar a estos extremos, vengo observando entre algunos jóvenes, sobre todo varones, una tendencia inconsciente a lastimar la dignidad y consideración de las chicas con quienes se relacionan, sin darse cuenta de que quienes realmente se degradan son ellos mismos. Expresiones como “churri”, “guarri”, “pava” y otras semejantes para referirse o para llamar a una amiga son pequeños menosprecios, tantas veces inadvertidos, a su condición de persona. Paradójicamente, quienes cometen estos excesos se suelen justificar con la intensidad de la amistad o la confianza mutua, lo que es tanto como decir: a quien más quiero, peor le trato; sé tanto sobre ella que yo decido lo que le conviene y cómo ha de ser tratada. Lo cual evoca la concepción posesiva del amor que, por desgracia, tantos hombres tienen y tanto dolor provoca.

Lo primero que hacen los tiranos con sus víctimas en todos los regímenes totalitarios es intentar desposeerles de su identidad y anularles como personas por la vía de sustituir su nombre por un número, de modo que aprendan desde el primer día que allí no son nadie.

¡Qué importante es el respeto! Se empieza por perderlo en estos pequeños detalles de delicadeza y, si no se cortan, se acaba por desconocer al otro, que termina convirtiéndose en un mero instrumento a nuestro servicio. Poco importa lo que ella prefiera: “Total, si lo hago sin mala intención. Es que nos queremos mucho, hay mucha confianza y, por eso, me permito esos pequeños abusos cariñosos”. Pero hay amores que matan. Y, con el tiempo, esas faltas de delicadeza, de tono humano, se transforman en ironías, luego derivan en sarcasmos, hasta que llega un momento en que la relación se hace insostenible.

Esos años de juventud son un momento decisivo en la vida de muchas personas. Son años críticos (en el doble sentido de la palabra) en que se da forma definitiva a muchos aspectos de la personalidad. Y uno de ellos es nuestra futura relación con la mujer (hoy me dirijo a los varones) con la que construiremos nuestro común proyecto vital.

Pensar: “cuando la encuentre cambiaré y la trataré de otra manera” es desconocer absolutamente la naturaleza humana. Todo acto me conforma como persona y, si no me acostumbro ya, con mis amigas y mis amigos, a ser delicado en las formas y atento en el trato, no seré capaz de hacerlo cuando llegue el momento. Por desgracia, lo he visto ya en más de una ocasión.

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Amor, donación y préstamo

16 viernes Mar 2018

Posted by javiervq in Uncategorized

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Hace una semana mantuve una entretenida tertulia con un grupo de jóvenes universitarios y salió el tema de la cohabitación previa al matrimonio que traté días atrás en otra entrada (Amor y convivencia). Como una de las tesis que sostengo allí es que el amor precede a la convivencia y la sustenta, siendo esta la que se subordina a aquel, surgió una dificultad conceptual en uno de los asistentes con formación aristotélica.

¿Cómo puede ser que primero tenga que decidir amar y después conviva, si no es posible amar lo que no se conoce?

Me vino a la cabeza, entonces, una de las aproximaciones intelectuales más lúcidas que he leído acerca del noviazgo y las relaciones prematrimoniales. La que desarrolla José Noriega en su libro El Destino del Eros.

En efecto, como mi amigo aristotélico sostenía, no es posible amar lo que no se conoce, y el camino de la virtud pasa de ordinario por la reiteración de hábitos y conductas, por lo que resulta anómalo decidir amar antes de conocer (a pesar de que en otras culturas no occidentales se sigue, a veces, ese camino).

La tarea del noviazgo es, para Noriega, la verificación, pero no la verificación de las rutinas (si baja la tapa del váter y cambia el rollo de papel cuando se termina), que son fáciles de modificar cuando hay determinación, sino la verificación del amor.

Lo primero que hay que verificar es que en los dos se ha producido la misma revelación, vamos en pos de la misma verdad y estamos dispuestos a luchar por ella. Es decir, si me ama como yo entiendo el amor y está dispuesto a hacerlo para siempre. Lo segundo es comprobar que se va dando una concordia en los caminos que vamos a recorrer, sobre todo en los asuntos importantes de nuestra vida (hijos, padres, trabajo, amigos, familias de ambos, prioridades y jerarquías, vida de fe, etc.), lo que requiere largos ratos de diálogo sincero “en el silencio de las pasiones”, como diría Rousseau. Y lo tercero es verificar que ambos hemos sido capaces de ir integrando nuestros dinamismos humanos en el amor: que vamos adquiriendo las virtudes que nos permitirán esa comunión plena de vida que será nuestro matrimonio y aprendemos a recoger nuestras distintas dimensiones personales (sexualidad, afectividad, inteligencia, voluntad, imaginación, memoria) para dirigirlas al amor, a nuestro amor y no a otros.

Se dirá que esta verificación se puede realizar en la convivencia. Y, en efecto, así es. Que la convivencia o cohabitación no tenga la capacidad de asegurar el amor en el futuro no significa que impida verificarlo en el presente. Pero no añade nada esencial, porque lo que se trata de verificar es el amor, una disposición del corazón que se extiende a toda la persona, y no la practicidad de una mejor o peor organización doméstica y de un más lento o rápido acomodo recíproco en la cohabitación o en los tiempos y ritmos del acontecer diario.

No añade nada esencial, decía, pero sí introduce un elemento de especial calado: la relación sexual previa al futuro matrimonio. Es esta, cuando es sincera, una relación sexual honesta, que nace de un contexto afectivo de unión mutua (no hablo aquí de una aventura sexual caprichosa), pero se da en un marco de referencia muy diferente al del matrimonio.

Esta entrega anticipada carece de una voluntad real de donación recíproca. Existe, ciertamente, un acto de entrega mutua, pero está teñido de circunstancialidad. Está circunscrito a la lógica de la experimentación y gozo mutuo porque no es capaz de prometer el tiempo, lo que impide que la entrega sea total. El propio Noriega, a quien estoy siguiendo en este post, afirma que “la persona es también su tiempo”, y la entrega del tiempo introduce una diferencia esencial, la misma que hay entre la donación y el préstamo. En la primera, que incorpora el tiempo, se excluye la posibilidad de reclamar lo dado; en la segunda, que lo excluye, el prestamista se reserva ese derecho a reclamar para sí lo transmitido. De modo que el amado puede preguntar legítimamente: ¿en verdad te entregas o te prestas?

Podríamos decir que la acogida del otro no es total, se introduce una reserva. Por eso, al margen de la experiencia previa de cada uno, solo en el momento en que los novios deciden despojar a las circunstancias del papel rector que les habían concedido en sus vidas y se determinan a tomar ellos las riendas de su futuro con el sí definitivo e incondicionado de su amor, se disponen realmente a abandonar la lógica de la experimentación y entrar en la lógica de la donación, del amor pleno.

Y, aunque pueda haber periodos de ofuscamiento, ese es el camino hacia la felicidad.

Amor y convivencia

27 martes Feb 2018

Posted by javiervq in Uncategorized

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Hace unos días me tocó moderar una sesión de debate con jóvenes profesionales solteros sobre la conveniencia o no de cohabitar antes de casarse cuando se hace con la buena intención de asegurar el éxito de un matrimonio que se piensa y se quiere para siempre.

El debate fue rico en argumentos y posturas, y fueron surgiendo varias ideas que, naturalmente, no puedo concentrar en la extensión de un post como este. Se barajaron argumentos de gran calado con otros de tipo más práctico, pero una conclusión se fue asentando a medida que la sesión avanzaba: no es posible. Con independencia de las razones de mayor fundamento antropológico, de las que me ocuparé en otra ocasión, se fue comprendiendo que la ‘prueba’ del amor a través de la convivencia no es humanamente posible.

¿De dónde procede la imposibilidad? Digamos que concurren, cuando menos, tres tipos de impedimentos: ontológico, cronológico y lógico.

La ‘imposibilidad ontológica’ consiste en una evidencia de tal calibre que no requiere demostración alguna: las personas no se prueban como quien prueba un electrodoméstico. Nadie lo discutió. Las personas se aceptan tal como son, y como serán, en el grado de amor que a cada una corresponde (al cliente como cliente, al amigo como amigo, al hijo como hijo, al amado como amado), pero no se prueban.

No obstante, quedaba por demostrar que tampoco la relación de amor se puede probar. Y ahí surgió el otro obstáculo: la que he llamado ‘imposibilidad cronológica’. Y es que no es posible probar una relación de futuro en función de una relación de presente. El ser humano es dinámico, -proyectivo, diría Julián Marías- y evoluciona con el tiempo. También las circunstancias que le rodean cambian. Hay matrimonios que se separan a los pocos años sin otra razón que esa evolución propia de la persona humana: ‘es que ha cambiado mucho’, afirman con sorpresa, como si el cambio y el movimiento no formaran parte de nuestras vidas. El problema no es tanto el cambio (nadie se casa con una silla o con una piedra, aunque, a veces, algunos puedan parecerlo), como el no haber estado atento a él.

En cualquier caso, esta realidad incontestable de que vamos transformándonos y avanzando en nuestra trayectoria personal con matices diversos nos indica que la prueba del amor no es posible. ¿Cuándo acaba la prueba? Porque la convivencia que surge del amor no es la misma con trabajo que sin trabajo, a los 30 que a los 60, sano que enfermo, gordo que flaco, con dinero que sin dinero. Ni siquiera la de hoy asegura la de mañana, cuando él o ella pueden caer en una profunda depresión que alterará toda nuestra dinámica vital.

Algunas parejas deciden casarse al cabo de un tiempo, cuando ya se han convencido de que la cosa funciona, porque han decidido tener un hijo y quieren darle más estabilidad familiar. Es decir, han probado todo menos lo que les mueve a casarse. O sea, la prueba no ha servido de nada, porque, cuando el hijo nazca, e incluso antes, su vida va a dar un vuelco de tal naturaleza que ninguna convivencia previa es capaz de anticipar. Para que esa convivencia nos aportara algo significativo sobre lo que asentar nuestro amor, si queremos que este sea para siempre, tendríamos que estar toda la vida probando, es decir, amando. No, el amor matrimonial no puede probarse.

Y la tercera ‘imposibilidad’ es la lógica, que también podemos llamar ‘inversión de los términos’ porque consiste, precisamente, en una subversión de la relación entre el amor y la convivencia. Quien prueba la convivencia para poder decidir si va a amar para siempre subordina el amor a la convivencia, cuando la ecuación es la contraria: ¡es la convivencia la que ha de subordinarse al amor! Es la capacidad de amar la que permitirá convivir y no la capacidad de convivencia la que permitirá amar. «Como te amo, podré convivir contigo porque, entonces, tú serás la importante y yo lucharé por acercarme a ti, como sé que tú lo harás por adaptarte a mí». Así conviven y han convivido siempre todos los amantes que han existido en la historia de la Humanidad: los padres y los hijos y los hermanos y los abuelos… y hasta los monjes de una comunidad religiosa. Porque se aman, pueden convivir. Se da en la convivencia a modo de prueba una fuerte paradoja: el amor romántico se acaba subordinando a los aspectos más prácticos y materiales.

De la entrega de la intimidad corporal sin la entrega definitiva de la intimidad personal hablaremos otro día.

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