Una de las distracciones más divertidas es observar a los adultos imitando a los bebés o tratando que ellos les imiten. El bebé hace un sonido onomatopéyico y todos los adultos que están a su alrededor y quieren interactuar con él lo repiten. Lo que con sus congéneres adultos resultaría cómico o burlesco, con los bebés es divertido y desestresante.

Este fin de semana nos ha tocado cuidar de Nico, nuestro nieto de un año y lo estamos experimentando ya desde ayer tarde.

Shawn Achor habló en su libro The happiness advantage de las neuronas espejo, que tienden a replicar lo que ven en otros. La diferencia es que estas neuronas actúan reflejamente y no reflexivamente.

¿No os habéis encontrado llevando instintivamente vuestras manos a la nariz cuando veis que un jugador de fútbol ha recibido un violento codazo en la suya, casi sintiendo el mismo dolor? En sus conferencias, Achor suele comenzar por un experimento: pide a cada uno que mire a la persona que tiene al lado. El que está a la izquierda tiene que intentar no mostrar ningún afecto: cara seria y contenida. Mientras que el de la derecha ha de sonreír lo más amplia y afectivamente que pueda. No transcurre un minuto sin que el auditorio explote en carcajadas.

Las emociones se contagian. Está demostrado que cuando tres extraños se encuentran en una habitación, el más expresivo emocionalmente transmite su estado de humor a los otros dos en escasos dos minutos. También en los grupos de personas sucede lo mismo. La convivencia diaria va transmitiendo un estado de humor, de modo que los psicólogos de organizaciones han descubierto que cada grupo desarrolla su propio tono emocional grupal, que va generando con el tiempo normas emocionales por las que acaban rigiéndose todos.

Naturalmente, en las familias sucede lo mismo. Cada una desarrolla su tono vital. Hay familias serenas, nerviosas, alegres, tristes, amargadas, animosas, apocadas… Y otras que transitan por los distintos estados de ánimo familiares dependiendo de quiénes de sus miembros tomen la iniciativa emocional y contagien al resto. En las familas numerosas esta es una experiencia común: el estado de ánimo general varía en función de los que estés presentes ese día… o esa temporada.

¿Se puede cambiar? ¡Se puede! Cada familia es capaz de decidir hasta cierto extremo el estado emocional que quiere imprimir en su hogar.

El contagio emocional comienza por las expresiones faciales, el lenguaje corporal y el tono de voz de los que nos rodean. Cuando sin darte cuenta imitas la sonrisa de otro aunque no tengas muchas razones para estar contento ese día, te haces más feliz porque, inconscientemente, provocas un sentimiento de alegría: tu cerebro, al detectar ese movimiento, piensa que estás feliz y genera sustancias neuroquímicas que te mueven a sentir la alegría, explica Shawn Achor. Se ha comprobado en experimentos que basta con un solo miembro del grupo que transmita buen humor, sea porque es alegre por naturaleza o porque lucha por serlo, para mejorar el de los demás… e, incluso (tomen nota los empresarios) influir también en su desempeño y rendimiento laboral.

La recomendación del autor del libro es muy sencilla: fake it till you make it. Simúlalo hasta que lo sientas. ¿A algún abuelo le apetece hacer el avioncito para que su nieto coma la dichosa papilla de pescado? Pues, eso, hay que hacer el avioncito también para nuestra mujer o marido, nuestros hijos, nuestros padres…, hasta generar el ambiente sano, confiado, optimista y alegre que nuestra familia merece. Y, a fuerza de hacerlo, nos acabará apeteciendo. ¿No te lo crees? Allá tú. Si no lo pruebas, nunca lo sabrás.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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