• Personalmente
  • Fugazmente
  • Mentalmente
  • Editorialmente

Familiarmente

~ Ser y vivir en clave de familia

Familiarmente

Publicaciones de la categoría: Matrimonio

Tengo a mis hijos…

17 jueves May 2018

Posted by javiervq in Familia y sociedad, Hijos, Matrimonio, Uncategorized

≈ Deja un comentario

“El miércoles no puedo, tengo a mis hijos por la tarde”, me contestó el otro día un abogado cuando le propuse tener una reunión. Estaba separado y esa tarde recogía a sus hijos en el colegio y la dedicaba a ellos, pues el resto de la semana convivían con su madre. No era la primera vez que me daban esa razón para descartar un horario de reunión. Como las otras veces, lo encontré muy natural. ¡Faltaría más! Lo primero es lo primero. Y la familia está por encima del trabajo. Pero esta vez me dio que pensar.

Es una experiencia común darse cuenta de lo que uno tiene cuando percibe el riesgo de perderlo. Con la familia también sucede. Tu mujer, tu marido, tus hijos están ahí. No siempre tenemos conciencia actual de su existencia ni de la influencia que ejercen en nuestro bienestar. No se quejan mucho de nuestras ausencias, de nuestras desatenciones, de nuestra falta de disponibilidad. Y, de pronto, un día, por la razón que sea, percibimos su ausencia, el riesgo de perderlos, de que se alejen de nuestras vidas… y reaccionamos.

¿Alguien ha recibido alguna vez una respuesta como esta al convocar una reunión?: “Lo siento, el jueves no puedo, tengo a mi mujer y a mis hijos por la tarde”. Sonaría extraña. Claro que podría cambiarse por: “lo siento, el jueves no puedo, lo dedico a mi marido y a mis hijos”, porque, claro, tenerlos, lo que se dice tenerlos, los tenemos siempre. Y acaso ese sea el problema. Están ahí y nos cuesta percibir el riesgo de perderlos.

Escuché una vez a un experto en gestión de tiempo protestar vehementemente contra la conciliación familia-trabajo, contra el balance, el equilibrio entre estas realidades. “¡Cómo vamos a conciliar o equilibrar realidades que están en un nivel tan diferente de importancia!  Podemos arriesgarnos a perder el trabajo, es duro, pero es sustituible. ¡Pero no podemos arriesgarnos a perder la familia!”, argumentaba. Y defendía que podemos estar engañándonos toda la vida buscando términos soft que disimulen la distinta entidad de estas realidades, pero hasta que alcancemos la conclusión de que la única relación posible es la subordinación del trabajo a la familia, no encontraremos la felicidad en este ámbito. Creo que, últimamente, los más expertos prefieren hablar de ‘integración’ de la vida laboral y la vida de familia. Mucho mejor.

Hay trabajos muy exigentes. Y también mucha gente que se engaña a sí misma acerca de la importancia del trabajo o la profesión, cuya relación con la persona y la familia, aunque a veces nos cueste verlo, es de medio a fin.

Y no creo que sea solo una cuestión de horas (que también), sino de prioridades. He conocido personas que han pasado temporadas de durísimo trabajo, con exigencias de dedicación casi sobrehumanas y no han dejado de llevar consigo a su familia ni de volver a ella una y otra vez, creativa y perseverantemente, en cuanto podían.

No me cuesta admitir que en este terreno la mujer suele ir por delante del varón. Ella lleva siempre a su familia consigo con tremenda naturalidad. Nunca se olvida. No tiene vergüenza alguna de hablar de su familia en cualquier reunión, por encopetada que sea. A nosotros nos cuesta más. ¡Y cuánto ayuda a humanizar las relaciones meter la familia en la conversación!

Vuelvo al principio. La respuesta de aquel abogado me ha hecho reflexionar. ¿No deberíamos, precisamente los que estamos casados, es decir, los que hemos hecho profesión de amar, ser más explícitos acerca del amor a nuestra mujer o marido y a nuestros hijos?  ¿No tendríamos que evidenciar más palmariamente la preferencia, una tarde o una mañana cualquiera, de nuestra familia sobre el trabajo o, simplemente, hablar de ellos en cualquier ocasión?

Soy consciente de que es una realidad muy compleja. Hay grandes expertos, trabajos muy diferentes, algunos con sujeción horaria inevitable (lo que no excluye la ‘presencia’ de la familia), y no se puede generalizar. Solo quería apuntar una reflexión personal y lanzar al aire una pregunta que me hago a mí mismo: ¿es mi familia realmente prioritaria? Y, ya puestos, sugerir un camino: hacer más visibles a nuestras familias; visibilizarlas, como se dice ahora.

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Amor y voluntad

05 sábado May 2018

Posted by javiervq in Matrimonio, Uncategorized

≈ 8 comentarios

No sé si los lectores de este post recordarán una película titulada La Vida es Bella, que narra la experiencia de una pareja que se enamora, se casa, tiene un hijo, es apresada y llevada a sendos campos de concentración: el padre y el hijo, al de hombres; la madre, al de mujeres.

Durante su estancia en el campo de concentración, el padre recrea un escenario de ficción, simulando vivir un juego, para evitar, en la medida de lo posible, el trauma que aquella situación puede representar para el hijo, y consigue, admirable y sorprendentemente, distraerle del drama que están viviendo. Y no cuento más, no sea que alguien no la haya visto todavía.

Traigo a colación esta película a raíz de una expresión que oí el otro día en un curso de Family Enrichment (www.iffd.org): “cuando el sentimiento desaparece, el amor es una farsa, una comedia”.

Y, sin embargo, a veces hay que hacer ‘comedias’ en el amor. El protagonista de La vida es Bella, hace una comedia por amor. Una bella farsa para hacer reír a su hijo. Logra transmitirle alegría desde la tristeza, fuerza desde la debilidad, seguridad desde la vacilación, esperanza desde la desesperación, juego desde el drama. Y eso es amor. No siente nada de lo que hace, pero todo lo hace por amor. Percibe que el amor es un sentimiento espiritual, mucho más alto que los sentimientos físicos y psíquicos de dolor y tragedia que le embargan, y pone estos últimos al servicio de aquel. Un sentimiento más alto, el amor comprometido y para siempre hacia su hijo, logra imponerse a esos otros sentimientos tan humanos que le asaltan día y noche, e impide que se abandone a sí mismo y desista de dar a su hijo lo mejor de sí.

¿Cuántas veces hemos bailado, cantado, contado chistes y hecho las mil y una tonterías para arrancar una sonrisa a un hijo enfermo, aunque no sintiéramos ningunas ganas? ¿No era eso amor? ¿Era farsa, era comedia?

Y, sin embargo, aunque a veces hay que querer así, sin sentir, y no pasa nada, ordinariamente el papel de la voluntad en el amor no es amar a plomo, a pulso, con la sola fuerza del espíritu. La voluntad que ama hará lo que sea por amor, pero, si quiere ser eficaz y competente, no se quedará en sí misma. Concitará a la inteligencia. Estrujará el corazón. Exprimirá la memoria. Soltará la imaginación. Regirá el cuerpo. Se impondrá a todo su ser para llevarlo de nuevo hacia el amor.

El papel de la voluntad es, en efecto, re-crear (volver a crear) el amor, espolear la inteligencia entumecida, rescatar el sentimiento aletargado, despertar la memoria dormida, abrir la puerta a la imaginación enclaustrada, atraer de nuevo al cuerpo confundido… y llevarlos a todos hacia el ser amado. En momentos de dificultad, alguno de ellos se resistirá, pero la voluntad insistirá, con farsa y sin ella, y esperará, paciente, a que esa chispa avivada de nuevo vaya prendiendo poco a poco y crezca hasta quemar otra vez los maderos gruesos, aquellos que se enfriaron porque nadie agitaba el fuelle del amor auténtico. Y, si esto no acontece, la voluntad de amar será capaz de hacer un acto de humildad y buscará ayuda…, un amigo, un experto, alguien con criterio en quien confíe. Todo antes que dejar de amar.

¡Qué importante es la voluntad en el amor! ¡Y qué importante es no dejarla nunca sola!

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Amor y libertad

26 jueves Abr 2018

Posted by javiervq in Matrimonio, Uncategorized

≈ 2 comentarios

Una de las grandes dificultades de los jóvenes de hoy en día para casarse es el miedo al compromiso. Según se mire, no es mala señal. Significa que se lo toman en serio. Peor sería que se casaran frívolamente, sin valorar la profundidad de la decisión que están tomando.

Cualquier decisión que compromete la vida entera produce un vértigo existencial. Hay otras decisiones importantes, como la carrera que se va a estudiar, el trabajo que se va a aceptar o la dedicación a un voluntariado que generan dudas, tensiones e inseguridades, pero no ese vértigo característico de las decisiones irrevocables propio de quien no se toma la vida con ligereza.

Entre las decisiones de esta naturaleza hay una que suele escapar a la lógica descrita: tener un hijo. Es, qué duda cabe, una determinación que no admite vuelta atrás y compromete de por vida al más alto nivel, pero está rodeada de una serie de valores (ilusión, alegría, entrega, magnanimidad -ánimo grande-, etc.) que aportan una rara seguridad y alejan el vértigo y el miedo.

Me parece que lo que está en juego en todo esto es uno de los valores más preciados del ser humano: la libertad. Algunos tienden a ver en el matrimonio una atadura, una pérdida de libertad, y esta concepción les arredra y paraliza, de modo que huyen del compromiso o, si lo adquieren, no dejan nunca de verlo como un recorte, una mengua irrecuperable de su libertad personal. Aman hoy, pero no se atreven a prometer amor.

Sería muy pretencioso por mi parte aspirar a resolver esta dificultad en las escasas líneas de este post. La noción de libertad es una de las realidades más poliédricas y complejas con que se ha enfrentado la historia del pensamiento. Sin embargo, algo se puede decir.

Leonardo Polo afirma, apodícticamente, en una de sus obras: “el amor se impera porque es el despliegue de la libertad”. Esta enigmática frase puede ayudar a descifrar el misterio de la relación entre amor y libertad, pues el matrimonio, como la paternidad, no deja de ser un amor elevado a la máxima potencia, a la potencia de una vida entera.

Lo que quiere decir el filósofo es que el amor es obligatorio, imperativo para el ser humano precisamente porque es libre. Aunque se comprende mejor expresado al revés: el ser humano es libre porque solo así es capaz de amar. Sin libertad no hay amor, porque un amor impuesto no lo es. Por esta razón, el único que puede decidir amar es uno mismo. Lo sorprendente es que también puede decidir no hacerlo, porque amar es un imperativo, sí, pero solo moral. Ahora bien, si alguien decide odiar, que puede hacerlo, no ejerce adecuadamente la libertad. El odio es reflejo de la libertad que tengo -porque soy libre puedo decidir odiar -, pero no es su destino. Tenemos libertad para amar, no para odiar. Y, sin embargo, nadie puede obligarnos a hacerlo. Esta es la paradoja.

Yo pienso que nuestra libertad de elección está diseñada para las cosas grandes. Quien se mueve siempre en el terreno de las pequeñas elecciones (cerveza o Cocacola; falda o pantalón) acaba malgastando y frustrando su libertad, que aspira a algo más, a mucho más.

Se comprende, entonces, que casarse no sea fácil para todo el mundo: es un exceso de libertad. Lo mismo sucede con los hijos: son un exceso de libertad. Solo las personas enteramente libres y soberanas, capaces de poseer todo su pasado, todo su presente y todo su futuro y entregarlos al ser amado (el cónyuge o el hijo) están en las condiciones óptimas para tomar la decisión de casarse. Casarse exige una libertad soberana. Los esclavos (¡hoy tenemos tantos dueños!) no pueden casarse porque no saben si serán capaces de poseerse y decidir sus pasos dentro de cinco, diez o treinta años, y no tienen otro remedio que ceder las riendas de su vida a las circunstancias. Están excesivamente condicionados. No pueden prometer amor para siempre.

En el fondo, lo que sucede es que cuando decidimos entregar nuestra vida por entero a otra persona no perdemos la libertad, sino que le abrimos un horizonte inédito, nuestro matrimonio, y es ahí donde tendremos que desplegarla de nuevo.

La elección no es pérdida sino ejercicio de la libertad. Y si rodeamos esa determinación de aquellos valores de que hablaba más arriba (alegría, ilusión, entrega, magnanimidad…), no experimentaremos pérdida de libertad ni atadura algunas porque nos habremos ubicado en un nuevo escenario que nos brindará la oportunidad de volver a desarrollar y ejercer la libertad. Para ello, hay que rechazar la tentación de mirar atrás, como si importara más lo que perdemos que lo que ganamos con la elección.

Javier Vidal-Quadras

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Sexo sin amor

09 viernes Mar 2018

Posted by javiervq in Hijos, Matrimonio

≈ 2 comentarios

Ricardo Yepes utiliza una gráfica expresión para referirse al sexo sin compromiso. Le llama “la sonrisa falsa” porque una sonrisa falsa es un grupo de músculos que se mueven para expresar lo que en verdad no significan.

La entrega de la mera sexualidad sin la entrega de la persona entera comparte esta condición: expresa lo que no significa. Parece querer darlo todo, pero acaba entregando solo una parte. Desde el punto de vista intencional, esta entrega puede ser absolutamente burda y superficial o puede ser sincera y honesta, aunque en ambos casos sea incompleta.

Hace tan solo unas décadas, la entrega más burda de la sexualidad, es decir, la relación meramente genital y corporal, fría, sin mayor pretensión ni afecto alguno, al más puro estilo animal (pero con la sofisticación humana del placer), solía identificarse con la prostitución. Todo el mundo comprendía que era producto de un ansia de satisfacer instintos que conllevaba una degradación de la persona, que se utilizaba como mero instrumento de placer, como mero objeto al servicio del ‘cliente’, pues de la prostituta no se esperaba otra cosa que la entrega del cuerpo. Y de un cuerpo desgajado de la persona, si eso fuera posible. Así se evitaba cualquier riesgo de vínculo emocional que pudiera complicar la cosa al cliente. Era muy importante no enamorarse, ¡y todavía más no amarse! Sin embargo, surgían problemas: costaba dinero y propiciaba la transmisión de ciertas enfermedades asociadas a la promiscuidad.

Hoy el tema se ha perfeccionado y se han resuelto en buena parte estos inconvenientes. Ya no hace falta pagar. Hay aplicaciones que te indican las personas-objeto que están cerca de ti por si quieres utilizarlas un rato. O, todavía mejor, para evitar el engorro de tener que ir buscándolas y reducir el riesgo para la salud, puedes cerrar con alguna de ellas un acuerdo, normalmente verbal, de uso recíproco de cuerpo ajeno. Para que la sonrisa sea totalmente falsa, se utiliza un eufemismo que acaba degradando no solo a la persona sino también la amistad: a ese objeto-persona se le llama follamigo/a. Lo que ya no sé es si se puede incluir una cláusula de exclusividad para reducir aún más el riesgo de padecer enfermedades de transmisión sexual.

Uno de los rasgos más destacados de la sexualidad humana es que tiende a la unión personal y la genera. El follamigo o follamiga de turno está probablemente convencido de que ese sexo desinhibido es un juego inocuo e inocente. No se da cuenta de que la relación sexual tiene, en la persona humana, lo que podríamos llamar ‘razón de amor’ y es una fuerza unitiva muy potente. Unir está en su naturaleza. Es lo suyo.

Uno de los problemas de entregar la sexualidad de esta manera tan trivial es que ese efecto de unión se sigue produciendo, aunque los follamigos no quieran verlo. Pero, claro, como se ha anulado la persona y solo se busca el placer que provoca su cuerpo, el efecto de unión se produce solo con los genitales, no se eleva al nivel de la persona. Y ya se sabe que todos los genitales ‘despersonalizados’ son igual de eficaces en lo que a generación de placer se refiere. Son sustituibles.

La consecuencia es que quienes acceden a este tipo de relación no se aperciben de que, con cada una de ellas, se van vaciando por dentro. Algo de su interior se escapa en cada encuentro y va hipotecando su capacidad de amar en el futuro. Además, de tanto tratarse a sí mismos como objetos, acaban contemplando a los demás como instrumentos de su propio placer y se alejan del ideal de amor: querer el bien del otro en cuanto otro y no en cuanto instrumento de mi propia felicidad.

A veces escandaliza la profusión de la pornografía. He aquí una de las razones de su existencia. La unión de la persona con una persona-objeto no es capaz de colmar los altos anhelos del corazón humano. No es suficiente. Y acaba sucediendo lo mismo que pasa con los objetos de verdad —el dinero, los móviles, los coches, las casas, los vestidos o los relojes—: que siempre queremos más y mejor, y vamos en pos de la última versión, de la experiencia nueva, de la más moderna sofisticación…, hasta generar una adicción.

Solo la persona entera, con exclusión de toda reserva, con todo su cuerpo y sus afectos y su voluntad y su inteligencia, con todo su presente y todo su futuro, con toda la profundidad de su ser insondable es capaz de colmar esas altas aspiraciones del alma humana.

Claro que para una entrega de esta naturaleza hace falta algo que hoy es difícil de encontrar: una libertad soberana. Solo un ser soberanamente libre es capaz de casarse. Pero de esto hablaremos otro día.

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Amor y compromiso

03 sábado Mar 2018

Posted by javiervq in Matrimonio

≈ 3 comentarios

En la última entrada hablé de la incapacidad de la convivencia para contrastar el amor. Y ya avancé que, por razones de espacio, dejaba muchos aspectos de la cuestión en el tintero para futuras ocasiones, aspectos que, dado el interés que el tema suscita, voy a ir abordando en esta y sucesivas entradas.

Una pregunta que enseguida viene a la mente es qué diferencia hay entre convivir estando casado y no estándolo. Aparentemente, todo es igual. Si no es porque se lo dicen, nadie podría distinguir una pareja que convive more uxorio (según la costumbre de los casados) sin estarlo de otra que convive estando casada. ¿No hacen ambas lo mismo? ¿No se quieren y están igual de enamoradas? ¿A qué este empeño en comprometerse?

Y, en efecto, mecánica y externamente, todo es igual. A mí me sucede algo parecido con mi cuñado. Los dos tenemos una edad parecida. Los dos salimos a correr varias veces a la semana. Mecánica y externamente, los dos damos las mismas zancadas y movemos los mismos músculos. Pero él es capaz de correr maratones y yo no.

¿Cuál es la diferencia? El compromiso. Él se ha comprometido consigo mismo —y con los demás, que también lo saben— a correr una maratón. Yo, no. Por eso, sus zancadas no son exactamente las mismas que las mías. Son más comprometidas, más entregadas, si se me permite hablar así de una zancada. Tienen otra proyección. Responden a un entrenamiento específico, a unos tiempos, a unos ritmos, a unas frecuencias orientadas a una meta: poder correr la distancia del maratón en un tiempo determinado. Mientras corre, su mente está concentrada en lograr el objetivo, la mía divaga en mil ocupaciones. Y, cuando no corre, su inconsciente también tiene presente esa meta que se ha propuesto, de modo que mantiene su cuerpo y su mente dispuestos para lograrla. Mi inconsciente, en cambio, sigue siendo tal, no recibe ningún estímulo que le recuerde reto ni objetivo algunos en lo que a correr se trata.

Los besos, las llamadas, la distribución de los tiempos y tareas domésticas, la gestión del ocio, las decisiones logísticas y profesionales, la organización del deporte, la relación con nuestros compañeros de trabajo, las copas con nuestros amigos, hasta las oraciones…, toda nuestra vida se proyecta de manera diferente según hayamos prometido un amor para siempre o no.

Los actos y gestos del amor parecen iguales, y lo son externamente, pero contienen un significado y un alcance muy distintos. Si de verdad hemos decidido amar sin condiciones, cada vez que besamos, fregamos, hacemos la cama, llevamos al niño al cole, acabamos el informe, cogemos la raqueta, bebemos una cerveza con un amigo, chateamos o rezamos, aunque no lo percibamos, estamos preparando nuestro músculo personal para poder correr la maratón del amor sin retorno. Tenemos la convicción —tantas veces inconsciente en el momento— de que esos actos ya no son solo nuestros, sino que forman parte de un proyecto nuevo que no es ya de cada uno, sino que nos pertenece a los dos, al matrimonio.

Tomás Melendo lo expresa con palabras más precisas: el sí incondicionado y para siempre “me capacita para amar”, afirma. Me sitúa, podríamos decir, en un nivel de predisposición, de preparación —forma física, emocional, volitiva y mental— que difícilmente alcanzaré sin una «determinada determinación» (según expresión de santa Teresa) de amar para siempre. Es como el valor para tirarse en paracaídas. Puedo intentar entrenarme para adquirirlo, pero llega un momento, el momento de la verdad, en que todo depende de la decisión, de la voluntad: salto o no salto. Si salto, tengo el valor; si no salto, no lo tengo. Si salto, no hay vuelta atrás. No tiene sentido mirar arriba como queriendo volver y recuperar la seguridad perdida del avión, he de concentrarme en el futuro, que me abre un nuevo horizonte de libertad, de nuevas sensaciones y experiencias que formarán ya parte de mí para siempre. Y es que, como explica Melendo, hay grados de virtud que no se alcanzan mediante la repetición de actos, sino con una determinación irrevocable en un momento preciso.

Cuando me he comprometido para siempre, me hago capaz de amar porque sitúo al otro, al amado, en el centro de la relación y contemplo a esta, la relación, como término y meta de mi vida. Naturalmente, la decisión me capacita, pero no me asegura el éxito; después, he de trabajarla durante toda la vida, haciéndome experto en amores, que en esto del amor no puede uno despistarse, pues la cabra tira siempre al monte como el ‘yo’ tira siempre a sí mismo.

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Estrategias de amor

13 sábado Ene 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Hijos, Matrimonio

≈ 6 comentarios

C.S. Lewis, el autor de “Las Crónicas de Narnia”, entre sus muchas obras, escribió un opúsculo denominado “La Abolición del Hombre” en el que afirma: “sin la ayuda de sentimientos orientados, el intelecto es débil frente al organismo animal. Yo jugaría antes a las cartas con un hombre escéptico respecto a la ética pero educado en la creencia de que “un caballero no hace trampas” que con un intachable filósofo moral que haya sido educado entre estafadores. En medio de una guerra no serán los silogismos los que mantendrán firmes los nervios y los músculos tras tres horas de bombardeo. El sentimentalismo más burdo hacia una bandera, un país o un regimiento sería más útil”.

En otras palabras, ya podemos esforzarnos los padres en transmitir a nuestros hijos las más grandes y bellas verdades o los más altos principios, que si no les hemos enseñado a “sentir” —así: sentir—  agrado y simpatía por lo que “en verdad” y no “en apetencia” es bueno y verdadero, y disgusto y repulsa por aquello que, también “realmente”, es malo o falso, todos nuestros esfuerzos pueden ser en vano. Si sus sentimientos no han sido educados parejamente a su entendimiento y, por el contrario, han campado arbitraria y caprichosamente por sus anchas, serán incapaces de hacer suyas esas verdades porque, aunque quieran, no podrán ni sabrán vivirlas y sentirlas como propias.

¿Y cómo se educan los sentimientos? Me temo que no hay otro camino que el de la virtud, la adquisición de hábitos buenos.

Ahora bien, la virtud tiene dos aspectos inseparables: uno es el hábito. El sentimiento necesita un cierto acostumbramiento para hacer suya una acción. Por ejemplo, yo, a los 15 años, estaba acostumbrado a decir palabrotas, me sentía natural diciéndolas y parecía que formaban parte de mi configuración personal. Sin embargo, con el tiempo y cierto esfuerzo, fui abandonando esa manera de hablar adolescente y hoy me resulta extraña; más bien he de forzarme para decirlas, salvo alguna que surge espontáneamente en momentos puntuales.

Toda virtud requiere, pues, entrenamiento. Pero ese entrenamiento, ese hábito adquirido no se transformará en virtud (he aquí el otro aspecto) hasta que se dirija al amor. Si todo mi esfuerzo por hablar educadamente hubiera tenido como única finalidad ascender socialmente o poder adular a quienes pueden favorecerme, pongo por caso, habría quedado en mera perfección técnica egoísta, y no sería virtud propiamente dicha. Por eso, Paul J. Wadell define a las virtudes como “estrategias de amor”. Son estrategia, técnica, entrenamiento, pero dirigidas al amor. Si no, se desvirtúan (nunca mejor dicho).

Por eso, al educar los sentimientos de nuestros hijos, es importante que vayan asimilando ciertas acciones para integrarlas en su configuración sentimental, que las perciban como suyas, como propias de su organismo a fuerza de repetirlas. Pero más lo es aún que sepan ver en su entorno un destino atractivo al que dirigir esas competencias que van adquiriendo. En otras palabras, que descubran la verdad y el bien rodeados de belleza, para poder seguirlos con esos hábitos que han ido desarrollando.

Por ejemplo, si usted quiere que su hijo llegue algún día a amar a una persona para siempre, comience por ayudarle a poner las últimas piedras en lo que haga, a terminarse la manzana que no le gusta, a prestar servicios a la familia, para que comprenda, a golpe de esfuerzo personal, que hay una realidad fuera de él que no se transforma según su capricho, que un alimento no es un desecho ni una persona un instrumento, que el amor es muchas veces esforzado y que él no es el centro del universo.

Pero, al mismo tiempo, muéstrele la belleza, la verdad y el bien que hay en el matrimonio para que pueda enamorarse de él. Muéstrele la cara amable de su propio matrimonio: la preferencia que tiene siempre su esposa sobre su trabajo, sus amigos, sus aficiones ¡o sus propios hijos!, el beso especial que reserva para ella, los detalles que le prepara, las galanterías que le brinda, la atención que le procura, el roce, el cariño, los abrazos, el entrelazar de manos, el sentarse juntos, la alegría de su vida matrimonial.

Si no, aunque, con el correr de los años, sea capaz de entender con la inteligencia que el amor para siempre es el ámbito privilegiado de la felicidad, su voluntad no será capaz de preservarlo y su sentimiento, que tantas veces es la prolongación de la voluntad, no percibirá una atracción suficiente que le impulse.

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

 

José

23 sábado Dic 2017

Posted by javiervq in Familia y sociedad, Matrimonio

≈ 7 comentarios

La vida te hace a veces regalos inesperados. Yo acabo de vivir uno de ellos: un viaje a Tierra Santa. No puedo verter aquí todas las impresiones, fuertes, que me ha dejado, pero, teniendo en cuenta los días especiales en que estamos y la temática familiar de este blog, sí me gustaría reflexionar brevemente sobre una de las figuras de aquel primer pesebre: San José.

Tuve la ocasión de estar en Belén, Nazaret, Cafarnaúm…, lugares donde la evocación de José, aquel varón de la tribu de David, originaria de Belén, estaba humildemente presente.

Siempre me han atraído las películas en que una persona ordinaria, del montón, como usted y como yo, se encuentra de pronto, sin quererlo ni beberlo, inmerso en una aventura planetaria y va tomando conciencia de que de él depende el futuro de la humanidad. Ése es San José.

Un buen día se entera de que su novia es, en realidad, la madre de Dios y, claro, el hijo que espera, que, por cierto, no es suyo, es Dios mismo. Y hace lo mismo que todos los héroes inesperados de las películas. Se da la vuelta. “Mira, María, yo te quiero mucho, pero… esto es demasiado. No es que no te crea, eres el amor de mi vida y confío más en ti que en todos los notarios del mundo, pero no me veo preparado. Mejor que lo dejemos correr”.

Y no es de extrañar. Al margen de lo increíble de la historia, es una complicación espectacular. Todos los planes, al traste. Una vida nueva. ¿Y qué se supone que he de hacer yo?… ¡Uf! Olvídalo. Esto no es para mí, un simple carpintero… Y se va.

Pero, de repente, le da un ataque de realismo, provocado por un sueño angélico, y se mete en el misterio. Suena a paradoja, pero así es: el misterio es hiperrealismo, una medida sobreabundante de verdad, según la definición de Guardini. Una verdad que no alcanzamos a entender pero que se nos hace evidente, por encima de nuestra capacidad de intelección.

El episodio de la concepción de Jesús da mucho más juego, pero me parece que, por hoy y en vísperas de Navidad, con lo dicho es suficiente para extraer dos claras consecuencias que pueden ayudarnos en nuestra vida matrimonial y familiar.

La primera. Nosotros (me refiero ahora a los maridos) también somos como ese héroe anodino que, de pronto, se encuentra con un destino que le excede: amar y cuidar a su mujer y a sus hijos, consciente de que ellos son mucho más valiosos que él. Sabiendo que sus vidas y sus personas han de convertirse en el centro de gravedad de su amor y que él importa poco porque, como le sucedió a José en la Sagrada Familia, entre la madre de Dios, Dios mismo y él, él era el menos importante. Partir de esta premisa de humildad personal es fundamental para no confundir el matrimonio y la familia con una extensión de nuestros proyectos y deseos personales y ponerse al servicio de algo mucho más grande que nosotros mismos.

La segunda. Aceptado el misterio, y nuestra mujer, como toda persona, tiene una parte de misterio que es inútil empeñarse en resolver (se resuelven los enigmas, no los misterios), llega el momento de la lealtad. Te creo porque tú lo dices. Estaré siempre a tu lado, pase lo que pase, y tenga a quien tenga enfrente. Tomaré partido por ti en toda ocasión, te defenderé frente a los demás. Nunca te criticaré, menos aún en público, ni haré uso de la ironía o el sarcasmo en nuestra relación.

Humildad, misterio y lealtad, solo tres de las muchas lecciones que estos días podemos aprender ante el Belén. De nuevo, ¡feliz Navidad!

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Familia y relación

19 domingo Nov 2017

Posted by javiervq in Matrimonio

≈ 4 comentarios

El agua es una realidad emergente, es decir, tiene unas cualidades y propiedades que no son deducibles de las cualidades y propiedades de sus componentes, el hidrógeno y el oxígeno. Esta imagen sirvió a Pier Paolo Donati, prestigioso sociólogo italiano, para hablar de la familia como ‘bien relacional’ en el acto de investidura del doctorado honoris causa que le fue conferido por la Unversitat Internacional de Catalunya el pasado miércoles, 15 de noviembre.

La tesis de autor, muy sugerente y útil para mejorar la calidad de la vida de la familia, es que también la familia es una realidad emergente, consecuencia de unas relaciones que no estaban anticipadas ni preanunciadas en los individuos que la componen. “Puesto que la relación es un efecto emergente –afirmó-, no está escrito que de dos elementos positivos nazca un efecto emergentemente positivo”. Es decir, no basta con que dos personas sean individualmente buenas para que lo sea la relación entre ellas.

El efecto que esta realidad emergente tiene en las personas deriva de las relaciones que se establezcan. Las personas reciben el influjo de la relación que viven, y esta relación se incorpora a ellas hasta formar parte de su identidad: “es la relación la que me dice quién soy yo. Mi identidad depende del tipo de relación en que estoy”.

Haría falta algo más que un post para desarrollar todas las ricas derivadas de esta tesis de la familia como realidad y bien relacional, pero me parece que hay dos muy evidentes que me gustaría exponer aquí:

La primera, que claramente enunció Donati, es considerar que la relación con mi mujer o mi marido es constitutiva de mi identidad personal. Y si esto es así, me obliga a repensar mi matrimonio desde mi nueva identidad, sin añoranzas de un tiempo pasado ni ensoñaciones de una persona que ya no existe en mí, a pesar de que mi misma memoria me traicione y me quiera seducir con el espejismo de un pasado idealizado. Si, ante las dificultades que puedan surgir en la relación matrimonial, me empeño en huir de esta misma relación que ya es parte constitutiva de mi ser, me acabaré apartando no ya de mi mujer o marido, sino de mí mismo, provocando una quiebra interior difícil de recomponer: “afirmar que la identidad del marido viene generada solo por su conversación interior significa ignorar que la relación con su mujer es constitutiva de su identidad de marido”, afirma el profesor Donati.

Y la segunda, que también destacó el autor, es reconocer que una mejora individual no asegura una mejora en la relación. Cambiar o mejorar la familia o la relación de pareja transformando solo al individuo no es una ecuación segura, porque la relación tiene su propia dinámica, que no siempre resulta de los comportamientos individuales ni depende necesariamente de la calidad individual de sus componentes. Aunque la mejora personal es siempre un avance provechoso, la solución a los problemas matrimoniales o familiares se encuentra más fácilmente centrándose en la relación: pensando en “cómo generar y regenerar una relación en que los defectos propios y de los demás sean aceptados e incluso amados”. No se trata, añado yo, de amar los defectos en sí mismos considerados, pero sí a la persona que los tiene, de modo que esos defectos o carencias pasen a formar parte de la fisonomía de nuestro amor.

Si esto hacemos, en lugar de poner la atención en nuestro ‘yo’, como reclama la cultura postmoderna, desviamos la atención hacia la relación, nos olvidamos un poco de nuestros ‘derechos’, y, mejorando la relación, acabamos progresando nosotros mismos. Se trata, como propone Aaron Beck en alguno de sus libros, de ir eliminando de nuestra lista de agravios pequeñas ofensas sin consistencia real que no son sino las actuales aristas de una personalidad en continua progresión a la que amamos como es y como llegará a ser, en parte gracias a la incorporación de lo mejor de nosotros.

Donati propone edificar la estructura personal sobre dos principios: la ética de la primera persona (quién soy yo para mí) y de la segunda persona (quién soy yo para ti). La relación, en síntesis, me dice quién soy. Si cuido la relación, a mí me cuido.

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

13-O

13 viernes Oct 2017

Posted by javiervq in Matrimonio

≈ 17 comentarios

Nos conocimos el año previo a entrar en la universidad. Procedíamos de un entorno social similar y, tanto nosotros como nuestras familias, teníamos amigos en común y muchos más puntos de unión que de separación.

Sin embargo, la biografía de cada uno, el estilo particular, las diferentes fortalezas y debilidades, las pequeñas manías que el tiempo podía intensificar, el peso e influencia de cada cual en el perfil familiar que tendríamos que construir, esa tendencia -¡tan difícil de vencer!- a pensar que lo ‘mío’ es siempre mejor que lo ‘suyo’, las dificultades e inesperadas sorpresas que el futuro depara, las sugestiones y los aparentes destellos que ciegan por momentos desde fuera… y tantas otras fuerzas y desafíos estaban ahí, agazapadas, amenazando con enfriar y enturbiar la relación hasta desfigurarla, como, por desgracia, les ha sucedido a tantos que han emprendido un camino en común.

Sin mucha formación específica más allá de las propias experiencias familiares sobre lo que significa estar casado, teníamos claro que queríamos querernos para siempre, lo cual no atenúa un ápice el vértigo que se experimenta ante cualquier decisión de vida y de por vida.

Los primeros meses, y aun años, fueron de acomodamiento: “en mi casa lo hacemos así”, “anda, pues en la mía no”, “¿tú crees que esto es lo correcto?”, “es que mi padre siempre…”, “ya, y mi madre nunca…” Y así, paso a paso, construyendo un proyecto propio, impregnado de influencias externas e internas, pero, sobre todo, “nuestro” y de nadie más. Sin premisas que condicionen, sin imposiciones, sin apriorismos ni prejuicios. Poniendo todo, ¡todo!, en el tamiz de nuestro matrimonio, para contrastarlo, decantarlo y asumirlo como propio, sin dejar entrar a nadie sin permiso de los dos. A nadie más que fuera humano, claro, porque Dios siempre formó parte de nuestro proyecto.

Desde el principio, gracias a los buenos ejemplos recibidos, procuramos movernos en la lógica de la gratuidad y no en la lógica de los equivalentes. Nos propusimos (¡aunque no siempre lo lográramos!) desterrar el cálculo y la comparación. Dos lavadoras no equivalen a tres lavaplatos, ni se cargan las maletas a cambio de hacerlas, porque los dos quisimos poner todo lo que éramos, por poco que fuera. Y, así, sin contar ni sumar ni restar, procuramos dar todo lo que teníamos, tan distinto, tan igual. Y cuando, por cualquier circunstancia, uno no podía dar (¡qué compleja y azarosa puede llegar a ser la vida!) el otro luchaba, aunque le costara, por seguir dando y supliendo, sin limitarse a esperar y exigir. ¡Ah!, y el perdón, un perdón pedido, dado, y recibido una y otra vez.

Cuando fueron llegando, ¡y creciendo!, nuestros hijos, hubo que adaptarse a circunstancias inéditas, negociando mucho, previendo, formándose con lecturas, con amigos, con experiencias y cursos de orientación familiar, escribiendo incluso pequeños objetivos para nosotros y para nuestros hijos, revisando planteamientos, levantando la cabeza en las derrotas, bajándola en los éxitos, aprendiendo con afán de mejora, equivocándonos y acertando, pidiendo ayuda, preguntando, acercándonos a quienes veíamos avanzar por un camino seguro… y, sobre todo, hablando, hablando siempre para construir nuestra propia biografía familiar.

Y el trabajo, ¡los trabajos!, el de casa, los de fuera, procurando integrarlos en la familia sin separarlos ni enfrentarlos, compartiendo todo y cada día, intentando poner siempre por delante a la familia, conscientes de que familia y trabajo no están al mismo nivel porque perder el trabajo es una seria adversidad, pero perder la familia es una tragedia.

Y llegaron éxitos y fracasos, fallecimientos, enfermedades, dificultades, alegrías, metas cumplidas y también amigos, muchas y nuevas amistades, trayectorias vitales que se fueron y se van entrelazando en nuestras vidas hasta crear una gran comunidad de amistad y cercanía que percibimos siempre a nuestro lado, esté o no físicamente próxima. ¡Qué tranquilidad saberse querido, mimado por tanta gente, tantas personas que forman ya parte de nuestra biografía matrimonial y a quienes poder acudir en cualquier circunstancia!

Y, a pesar de este largo recorrido, aquí solo esbozado, que tantos que conozco podrían suscribir y que hoy cumple 33 años (¡más 5 de novios, que ya ni recuerdo haber sido soltero!), no soy capaz de detallar mucho más el pasado…, y no solo por mi mala memoria, sino, muy especialmente, porque sigo teniendo la vista puesta en el futuro. ¡Qué importante es no confundir nunca el punto de partida con el punto de llegada!

Ese amor un poco tosco de los comienzos, empujado por una pasión apenas incoada y en el que no era siempre fácil distinguir la entrega del interés, lejos de menguar ha ido creciendo y enriqueciéndose, aquilatándose con los mil matices y tonalidades que la vida vivida proyecta sobre todo lo humano, hasta adquirir una intensidad y una calidad absolutamente insospechadas cuando, a mis 22 años, me casé convencido de que era imposible amar con más pasión que la que en aquel momento me invadía.

Y ahora, asomándome a estos 33 años, no veo la hora de escribir y publicar este post para clamar a los cuatro vientos lo que tantos como yo sentimos y tantos otros se empeñan en negar; y también para animar a los matrimonios jóvenes a que quemen de verdad las naves y se atrevan a descubrir que a los 33 años de matrimonio les espera un grado de felicidad que, lo siento, por más que se empeñen, no pueden ni siquiera soñar; y, por último, escribo también para sosegar mi alma, inquieta solo con pensar adónde es capaz de llegar esta locura, este delirio hecho realidad de un amor para siempre hecho una carne.

¡Si esto es así a los 33 años, me digo, qué no será a los 50!

Javier Vq

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

El camino del otro

26 miércoles Jul 2017

Posted by javiervq in Matrimonio

≈ 2 comentarios

En el post anterior puse un ejemplo debidamente caricaturizado con el que quería destacar la torpeza que a veces exhibimos, incluso los que nos consideramos más perdidamente enamorados, a la hora de conocer y colmar las expectativas de nuestro cónyuge.

Y es que en todo esto del amor hay un lugar común en que caemos una y otra vez todos, en especial, me atrevería a decir, los más versados y leídos: la confusión entre teoría y práctica, ciencia y experiencia, conocimiento y acción.

Hemos asistido a una conferencia brillante y divertida donde, por enésima vez, nos han descrito las diferencias arquetípicas entre varón y mujer y su dispar manera de experimentar el amor y la sexualidad. Nos hemos reconocido en muchas de las manifestaciones. Volvemos a casa y todo sigue igual. ¿Qué ha sucedido?

Ha sucedido que algunos de nosotros habíamos acudido a la conferencia en modo inteligencia, que es un modo cómodo, lejano y abstracto, muy habitual en los varones (aunque también se da en mujeres), que nos permite aprender sin auténtica comprensión ni compromiso personal. Otros, mayormente otras, habían acudido, en cambio, en modo afectivo, que es un modo amable, próximo y sensible, muy habitual en las mujeres (aunque también se da en varones), que permite ser comprendida sin acabar de comprender.

Y es que conocer la verdad del amor entre un hombre y una mujer, incluso saber con certeza y detalle el estilo y modo en que mi mujer, pongo por ejemplo, experimenta el amor y la sexualidad no modifica un ápice mi manera de vivir uno y otra. Sigo siendo el mismo antes y después de incorporar ese conocimiento a mi acervo cultural.

De modo que el único camino posible hacia el amor es, precisamente, el camino del otro. La sorpresa es que cuando uno se esfuerza en discurrir por el camino del otro y este hace lo propio con el camino del primero, esa senda se ensancha hasta convertirse en una vía amplia, cómoda y placentera en que ambos disfrutan con lo suyo y con lo del otro. Pero exige un primer paso, y detrás de este un segundo, y un tercero…  por el terreno del otro, jugando en campo contrario, sin miedo a perder.

En el terreno de la sexualidad, recuerdo una regla infalible que no me canso de repetir: en el varón, el deseo sexual atendido (que no caprichosamente satisfecho) favorece la inclinación a la ternura; en la mujer, el anhelo de cariño colmado (hasta donde un hombre, ¡este hombre en particular!, puede hacerlo) favorece la inclinación al deseo sexual.

Y en el terreno más amplio del amor, lanzo tres interrogantes que recojo de un libro de Gary Chapman, “Los cinco lenguajes del amor”: ¿Qué echas en falta? ¿Qué pides con mayor frecuencia? ¿Cómo expresas habitualmente tu amor? La respuesta a estos tres interrogantes abrirá una puerta al conocimiento propio. Después, hay que tomarse el tiempo para compartirlo serenamente con aquel o aquella que sabemos nos ama y quiere amarnos como a nosotros nos gusta ser amados, aunque, a veces, no sepa hacerlo.

Es muy probable que esto no sea suficiente. Entonces, mi consejo es: busquen en internet el test de los lenguajes del amor de Gary Chapman (distingue hasta cinco), que les ayudará a identificar el suyo o suyos (nadie tiene uno solo), contéstenlo, compártanlo y aprovechen el verano para descubrir no el amor de las conferencias, los libros y las películas, sino el que tienen a su lado, que, a fin de cuentas, será el termómetro de su felicidad o de su desgracia. Por muchos años que lleve a su lado, no le quepa la menor duda, le queda un mundo por descubrir.

Contestó una vez un lord inglés, miembro de la cámara de los lores, a un periodista escandalizado de que se tomara un mes entero de vacaciones y, encima, se jactara de ello: “Mire usted, es muy fácil de entender, yo lo que puedo hacer en once meses no soy capaz de hacerlo en doce. Por eso necesito un descanso”. Ignoro cuántos días de vacaciones podrá disfrutar usted. Sean los que sean, haga de lord inglés y dedíquese en ese tiempo a lo que de verdad importa: su felicidad…, que está en la de los suyos, sobre todo en la de ella o él.

¡Felices vacaciones!

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

← Entradas anteriores
Entradas recientes →

Entradas anteriores

Categorías

  • Crecimiento personal (30)
  • Espíritu (26)
  • Familia y sociedad (225)
  • Hijos (30)
  • Libros (2)
  • Matrimonio (63)
  • Uncategorized (15)

Comentarios recientes

Avatar de javiervqjaviervq en Dos hacia Dios
Avatar de AV-DAV-D en Dos hacia Dios
Avatar de javiervqjaviervq en Dos hacia Dios
Avatar de javiervqjaviervq en Dos hacia Dios
Avatar de delightfullycd69aa2fdedelightfullycd69aa2f… en Dos hacia Dios

Blog de WordPress.com.

  • Suscribirse Suscrito
    • Familiarmente
    • Únete a otros 1.474 suscriptores
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Inicia sesión.
    • Familiarmente
    • Suscribirse Suscrito
    • Regístrate
    • Iniciar sesión
    • Denunciar este contenido
    • Ver el sitio en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra