Mi buen amigo José Miguel Cubillo, experto asesor familiar, suele explicar en sus conferencias que la mejor arma que tiene una mujer para poner nervioso a su marido es una simple frase: “tenemos que hablar”. Este inocente anuncio activa todas las defensas masculinas: “¿qué he hecho mal?, ¿me olvidé de su cumpleaños?, ¿nuestro aniversario?, tenemos cuatro hijos, ¿no?, ¿quién era el que le respondió mal el otro día?, diría que esta semana he bajado la tapa del váter cada día, ¿no le di un beso esta mañana al despedirme?”
Según las encuestas del libro que vengo comentando (For Women Only, de Shaunti Feldhahn), el 76% de los hombres encuestados confiesan no sentirse tan seguros como normalmente aparentan.
Si un viernes por la tarde su jefe les dice, “me gustaría verte el lunes a primera hora”, aunque sean el mejor empleado de la empresa y lo sepan, pasarán el peor fin de semana de su vida, dando mil vueltas a su desempeño laboral de los últimos días.
Tienen, tenemos, muchas veces, un cierto complejo de impostor, como me sucede a mí cuando, siendo un simple abogado, me pongo a escribir sobre temas de familia. Recuerdo que una de mis pesadillas más recurrentes en una época consistía en descubrir un buen día que, en realidad, no había terminado la carrera y no tenía el título de abogado.
Aaron Beck (Con el Amor no Basta) denuncia una deformación mental que afecta en especial a los varones, la personalización, que consiste en andar siempre pensando que los demás están continuamente pendientes de uno mismo. Se ve claro en la conducción: la mayor parte de hombres conducimos como si todos los demás condujeran en función de nosotros, o para ser más exactos, en contra de nosotros.
Y, sin embargo, este complejo de impostura, de no dar la talla, tiene en el varón un gran aliado que le lanza a plantearse retos extraordinarios y acometer grandes proyectos: su espíritu de superación y aventura. “No tengo ni idea, pero voy a hacerlo” nos dice la voz interior. Y, paradójicamente, ese miedo a fallar, a no estar a la altura se transforma en el gran acicate que nos impulsa a intentarlo, aun siendo conscientes de nuestra falta de competencia.
A mí me sucede con las excursiones. En mi casa siempre las organizo yo, siempre nos perdemos y siempre vuelvo a organizarlas, convencido de que soy capaz de hacerlo mejor.
En el trabajo, el varón se siente reemplazable y tiene el mismo miedo a no dar la talla, pero allí encuentra más fácilmente elementos objetivos que le indican cómo medir su desempeño, cómo tener éxito. En casa, no. ¿Cómo se mide el éxito en casa, en el matrimonio, en la familia?, ¿cuál es el indicador de estar a la altura requerida? Solo hay uno, y no es un elemento objetivo, sino subjetivo por definición: nuestra mujer.
“Cuando un hombre es valorado, puede conquistar el mundo. Cuando es minusvalorado, pierde la confianza en sí mismo y en su condición de varón. Y, creedme, consciente o inconscientemente, buscará en otros lugares esa afirmación de sí mismo”, manifestaba un encuestado en el libro referido. Podrá buscarla en el trabajo, en los deportes, en el halago de esa compañera que le admira…, en la pornografía, que parece decirle: “te quiero, te deseo, eres el hombre más adorable del mundo”.
Una encuesta demoledora indica que solo el 25% de los hombres se sienten valorados en su familia. Y, lo que es peor, casi el 50% se sienten infravalorados.
¿Qué hacer para ayudarles? Sí, claro, una propuesta es que los hombres cambiemos. Y estamos en ello. Pero, mientras tanto, y como hoy me dirijo a las mujeres, se puede proponer:
- Crear una zona segura, el matrimonio y la familia, donde pueda equivocarse en paz y no tenga que estar en guardia porque solo sus fallos se realzan. Esforzarse por destacar más lo bueno que lo malo. No es lo mismo decir “ayer no me diste un beso al irte” que decir “me encanta cuando me besas como hoy al despedirte”.
- Aunque ya escribí un post sobre la relación sexual (Dos rombos), el sexo constituye en el varón un refuerzo incuestionable. El mensaje que recibe es: “puedes salir a comerte el mundo porque yo te quiero, me atraes tal como eres y te veo capaz de alcanzar cualquier meta”. O bien, ante la persistente negativa: “no me toques, que no estás a la altura ni ejerces ya en mí atracción alguna”.
- Es el regalo de la confianza. Hay muchas maneras. Las madres sois expertas. Recuerdo que, cuando era joven, un día mi madre me pidió que cortara el lomo. Lo hice a conciencia, en cortes delgados, como le gustaba a ella y correspondía a una familia numerosa, y me esmeré para que fueran lo más iguales posible. El halago de mi madre me inspiró tanta confianza…, ¡que me he pasado la vida siendo el encargado de cortar la carne! Una tarea, como se sabe, altamente cualificada.
Hasta mañana.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes