En esta cruz vacía que me espera
y llevo junto a mí todos los días
parece no haber nada y está llena
de todo lo que pasa por mi vida.

Es la cruz que rompió la tuya entera,
Madre, cuando a tu Hijo tú perdías,
la misma que miraste, el alma en pena,
y te dejó una tarde malherida.

Es la cruz que quedó sola, a la vera,
matando a un Dios que solo tú veías,
la misma que mudó su palo en vena
y recogió la sangre allí vertida.

Es la cruz paradoja que aligera
el peso de mis falsas agonías,
aquella en que mi alma se serena,
si en ti, Jesús, la carga desprendida.

Es la cruz de mi vida, compañera
que las penas transforma en alegrías,
la cruz sin cruz que el desespero frena
y alienta la esperanza redimida.

Es la cruz que Tú llevas, cruz ligera,
cuando pierdo el temor, como pedías,
y dejo de mirarla como ajena
para hacerla mi cruz, mi cruz querida.

Es la cruz que tu despertar advera,
la que anuncia el triunfo en que morías
de dolor hecho amor en la condena
injusta que dictó un alma engreída.

La cruz que de mi vida se apodera
y me eleva al lugar en que extasías,
aquella en que veré, ya de amor plena,
la luz de mi existencia en ti fundida.

Javier Vidal-Quadras Trias de Bes

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