El sábado pasado se casó Carmen, una ahijada mía. En mi familia, instauramos la tradición de que el padrino fuera el chófer de la novia en este día. Carmen me lo pidió, y me hizo mucha ilusión. El oficio de chófer es un trabajo precioso, y el de chófer en una boda, más todavía.
Tiene sus dificultades, claro. Primero, buscar un vehículo adecuado. Como la boda era fuera de Barcelona, no era tan fácil pedir prestado un coche bien elegante. Al final, después de darle algunas vueltas y hacer varias consultas, decidí que utilizaría nuestro propio coche, que es un 4×4 gris oscuro más o menos decente. La boda era en una casa de campo y se prestaba a la ocasión.
Enseguida surgió un problema: ¡el coche tenía una rayada en el lado derecho y no había tiempo de repararla! Averiguamos que el coche se aproximaba a la iglesia desde la derecha de la puerta de entrada, de modo que no se vería el lado derecho sino el izquierdo. ¡Salvados! O no… ¿Y las fotos? ¿Desde dónde las harán? Con mis hijos Álvaro y Pablo, diseñamos la estrategia: en cuanto el coche se aproximara, ellos se acercarían y caminarían al lado del coche hasta su estacionamiento, ocultando la abolladura.
El viernes llevé el coche a lavar. Quedó como una patena. Luego llovió y se mojó, pero no mucho. Como la boda era en el campo, el viernes por la tarde, entre idas y venidas, circulé por caminos que lo ensuciaron, así que el sábado volví a llevar el coche a lavar. ¡Gajes del oficio!
Llegó el gran momento y yo, el chófer, estaba preparado. Poder estar con la novia y su padre, participar de esos últimos momentos de intimidad intentando no entorpecer mucho constituye un privilegio muy especial y requiere una pericia y saber estar que solo un chófer auténtico es capaz de desarrollar.
Después de la boda cayeron unas gotas, pero, como buen chófer, ya lo había previsto y llevaba conmigo un espectacular paraguas de color blanco novia que quedó satisfecho y orgulloso de poder prestar su servicio durante los cinco escasos metros que separaban a la novia del coche. Como chófer, sentí un orgullo especial al abrirlo, y, cuando los novios entraron en el coche, exhibí el paraguas a todo el que se me acercaba antes de guardarlo.
Después, los acompañé a un bosque y a un precioso trigal para que los fotógrafos les pudieran hacer las fotos de rigor. Me dieron libertad para ir al banquete, pero yo, casi ofendido, me opuse firmemente: ¡ningún chófer que se precie abandonaría a sus señores en manos de los fotógrafos, que eran nada menos que tres, con su coche de trabajo y lleno de cachivaches! Me mantuve en mi papel y, en la distancia, observé la sesión de fotos como un general que contempla las maniobras de su ejército. Terminada la sesión, acompañé a los novios al banquete y, mientras ellos entraban en olor de multitud, me fui discretamente a aparcar el coche, le di un par de palmaditas (¡buen trabajo, colega!), y me integré en la boda.
Cuento todo esto no solo por la ilusión que me hace, sino también porque el oficio de chófer me ha parecido siempre una buena metáfora del amor matrimonial. En el Derecho hay una figura curiosa que se denomina “el servidor de la posesión ajena”, y el ejemplo más gráfico es el del chófer.
El chófer sirve a una posesión ajena: un coche que normalmente no es suyo. En mi caso, servía a una boda. Esto obliga al chófer a poseer esa cosa ajena no como a él le da la gana, sino como el dueño quiere que se posea. No puede revestir el asiento con una mugrienta camiseta del barça ni colgar una calavera del retrovisor, no puede esparcir cáscaras de pipas ni dejar olor a tabaco. Ha de mantenerlo limpio y dispuesto para que el dueño lo encuentre como a él le gusta.
Esto es el matrimonio: la posesión de un cuerpo que pertenece a otro. El día de la boda, Joan entregó su cuerpo a Carmen, y Carmen a Joan. A partir de ese momento, ya no se pertenecen solo a ellos. Poseen su cuerpo, sí, pero para otro, para la persona amada. Han de mantenerse en forma y atractivos… para ella, han de hacerse amables (dignos de ser amados)… para ella, han de evitar exhibirse… si no es para ella, han de eludir las ocasiones de peligro… por ella. Y, si su ‘coche’ se abolla, han de repararlo rápidamente y dejarlo mejor que antes… para ella.
Creo que se entiende la metáfora. Muchas gracias, Carmen y Joan, por haberme permitido ejercer esta preciosa profesión por unas horas. ¡Que siempre sepáis servir a esta posesión ajena que el sábado os entregasteis mutuamente!
Feliz fin de semana.
Javier Vidal-Quadras Trias de Bes
Fué la boda más bonita a la que he asistido en muchisimos años
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👍
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Me encanta la historia y la metáfora. Gracias por compartir.
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Gravias por el comentario, Hanna!
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Como siempre es genial.
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Gracias, Juana!!
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Me gusta, pero no soy Juana sino Jorge aunque después de 57 años de matrimonio me identifico con todo lo que piensa y hace mi mujer
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😂😂😂
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Gracias Javier !
Siempre sacas “ punta” a todo !
Y enhorabuena por ser padrino y chófer de Carmen
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Muchas gracias, Marita!!
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Preciosa historia Javier, me encanta como lo cuentas y siempre me doy una vuelta por aquí para ver tus historias, me llenó de mucha ilusión la boda, muy bonita historia.
Atte. Unique.
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Muchas gracias por tus comentarios!
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