Estos días ha saltado a los medios la historia de Francisco, un soldado que ha cambiado registralmente de sexo, aunque prefiere seguir llamándose Francisco, y reclama utilizar el vestuario femenino. Sus atributos sexuales y toda su fisonomía siguen siendo masculinas, se inscribió en un programa televisivo de citas para encontrar una mujer y sus compañeras de regimiento saben que le siguen gustando las mujeres, por lo que se han negado a compartir vestuario con él. Él/ella insiste y afirma que esa atracción al sexo femenino aparentemente contradictoria se debe a que es lesbiana. Por lo visto, le han ofrecido utilizar un vestuario mixto, pero él se ha negado.

No soy nadie para juzgar las motivaciones ni las decisiones del soldado Francisco, cuya vida no debe de haber sido fácil, pero hay que admitir que la situación es, cuando menos, paradójica: un hombre que afirma ser una mujer a la que le gustan las mujeres y quiere compartir el vestuario con ellas. La reacción de sus compañeras al tener que compartir una cierta desnudez es comprensible.

La noticia me ha traído a la cabeza una ponencia de Juan José Pérez-Soba en que hablaba del mito de Narciso y exponía una teoría muy sugerente.

Nuestra cultura ha sido definida como narcisista. En el mito de Narciso hay dos versiones. En una, Narciso, prendado por su propia belleza al ver su imagen reflejada en el agua, se enamora de sí mismo y se ahoga al quererse abrazar. En la otra versión, en cambio, queda como absorto, ensimismado con su propia belleza y no es capaz de separarse de su imagen, de modo que muere de inanición. Las dos sirven al propósito de este post.

Que nuestra cultura tiene una deriva autorreferencial, individualista y emotivista es ya un lugar común difícil de negar: lo importante soy yo y lo que siento, y cualquier voz discrepante es un atentado intolerable (o “tolerable cero”, que no estoy seguro de que esté permitido utilizar esta palabra tan fuerte).

Pero lo que explica Pérez-Soba es que esto no es lo más dañino del narcisismo. “Narciso se ahoga no porque se fascine por su propia belleza, sino porque no sabe reconocerse a sí mismo en la imagen especular que le presenta el agua. Se enamora de su imagen y se pierde, porque no le da identidad alguna. De aquí que acabe en la muerte como disolución de sí mismo”.

El error primero de Narciso no es el ensimismamiento o una irreprimible autoestima, sino la ignorancia. Narciso no sabe que su imagen no es su realidad porque no es capaz de preguntarse por su origen. Le puede la emoción y no entiende que su amor a sí mismo no es capaz de alterar la verdad de las cosas y no puede dar vida y realidad a esa imagen de sí que se ha forjado en el agua.

“No sabe reconocer la fuente del amor, la existencia de un amor primero que nos llama y nos saca de nosotros mismos. No sabe de dónde viene el amor y es incapaz de hacer de él una luz en el camino”, añade el autor.

Estamos hechos desde el amor y para el amor, pero, sobre todo, “estamos hechos”. Nadie puede hacerse a sí mismo desde cero, desde el origen, como creyó Simone de Beauvoir, y la indagación sobre nuestro origen y destino es esencial para ser nosotros mismos. El cuerpo tiene su lenguaje, y aprender la gramática del cuerpo es fundamental para llegar a ser quienes somos y no la imagen que nuestra emotividad puede crear erróneamente.

Para reflexionar. Ahí lo dejo.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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