Dicen que el epitafio de la tumba de San Ivo rezaba así: «Sanctus Ivus erat brito, advocatus et non latrus; res miranda populo» (San Ivo era bretón, abogado y no ladrón, cosa que admiraba el pueblo), lo que muestra crudamente la mala fama que en el imaginario popular tienen, tenemos, los abogados. Un amigo de mi suegro, que me quería mucho y me conocía poco, siempre me decía: “Javi, tú solo tienes un defecto: que eres abogado”. ¡Y no he mejorado mucho!
Hace casi cuatro meses falleció mi padrino, Federico Trias de Bes. Era abogado, como yo, y siempre le vi como el abogado por excelencia. Su muerte me hizo reflexionar sobre esta cualidad, la de abogado, y no me refiero ahora a la abogacía como profesión (la profesión se acaba un día y la persona permanece), sino como condición, como cualidad humana… y divina.
Etimológicamente, el término abogado viene del latín «ad (auxilium) vocatus«, es decir, el llamado en auxilio, que después se contrajo y resultó en advocatus. Todos necesitamos tener un abogado cerca. ¿Qué se espera de un abogado? ¿Que sea equilibrado, neutral, frío, objetivo? ¡No, sino todo lo contrario! De un abogado se espera que sea pasional y vehemente, que tome partido, que crea en ti contra viento y marea, que te asesore, te aconseje, te ayude y te acompañe, que muestre lo bueno de ti y silencie lo malo.
Traigo este tema a colación en el blog porque me ha parecido que la abogacía es una cualidad eminentemente familiar. Los mejores abogados son aquellos que más nos quieren porque solo tienen ojos para lo bueno que tenemos. Solo ellos son capaces de verlo incluso cuando nosotros mismos lo olvidamos.
Yo, como católico, pienso que ha habido dos grandes abogados en la historia de la humanidad… y de la divinidad. Uno, el Espíritu Santo, de quien dijo Jesucristo: “os conviene que yo me vaya para que os pueda enviar al abogado, que os recordará todo lo que os he dicho”. El otro, la virgen María. Decimos en la Salve: “ea, pues, señora, abogada nuestra”.
Apoyarse en la Virgen es más fácil. Su condición de madre lo allana todo. Al Espíritu Santo, como es tan espiritual, lo tenemos un poco olvidado. Yo, cuando hace unos años tomé conciencia de verdad de que éramos compañeros de profesión, decidí hacerle más presente en mi vida. Compuse un ripio, malo pero eficaz, que repito a menudo: Espíritu Santo, / divino abogado / que me quieres tanto, / ¡mantente a mi lado!
Conviene estar a bien con ambos porque el día del juicio particular de cada uno de nosotros, cuando tengamos que rendir cuentas de nuestra vida, el Espíritu Santo y la Santísima Virgen serán nuestros abogados. Estarán ahí, de pie, a nuestro lado, convencidos y convincentes, mostrando a Jesús todo lo bueno que hicimos, nuestras virtudes, nuestras fortalezas, nuestras bondades, y cubriendo bajo un velo de caridad y de pudor todo lo malo que hicimos, nuestros errores, nuestras carencias, nuestros defectos.
Vamos, lo que cada día hacen nuestra mujer, nuestra madre y quienes de verdad nos quieren… ¡nuestros abogados! ¿Qué haríamos sin ellos?
Feliz fin de semana.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
Muchas gracias por su excelente aportación para compartir
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Gracias a ti, Pili, por leer y comentar!
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Javier, servidor tambien es abogado y tu articulo es una maravilla. Un fuerte abrazo, Charlie Paternina
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Muchas gracias, Charlie! Vamos acumulando puntos en común!
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Es verdad! Pero si no os queda nada para el 13 de octubre!!! Muchas felicidades a Loles y a ti por vuestros 40 años. Impresiona.
Por razones familiares que no vienen al caso, estoy literalmente alucinado con cumplir 40 de casado el proximo 1 de diciembre. Pero alucinado y profundisimamente agradecido a Dios y a la Santisima Virgen. Claro que todos sabemos que es mérito de Ana, mi mujer, que me aguanta! ::)))
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Muchas gracias, Charlie!!
Sí que impresionan los 40!!
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no conocía la etimología!!! Gracias Javier, también por el resto de tu post
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Gracias, Marita!!
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