Un ‘amigo invisible’ me regaló estas Navidades dos libros de Byung-Chul Han, un sugerente filósofo coreano formado en Alemania al que no había leído. De momento, me he leído uno: La sociedad de la transparencia, una implacable crítica a la cultura de la exposición permanente, la información sin límites y la pretensión de transparencia a toda costa.

Byung-Chul Han reivindica la distancia. La sociedad de la transparencia reclama, en cambio, verlo todo. Pero «solo lo muerto es totalmente transparente”, afirma Han.

Aunque Han dirige su crítica a la sociedad actual, en la que la exposición constante amenaza con aniquilar la profundidad de la persona humana para transformarla en mera información y exposición exterior, a mí, cómo no, me ha venido a la cabeza el matrimonio.

Un debate al que he asistido en diversas ocasiones es el de la transparencia en el matrimonio, es decir, dónde está el límite de lo comunicable en la relación matrimonial. ¿Tenemos que contarlo todo, hasta la más recóndita intimidad?

Una de mis hijas, cuando era pequeña, tenía una necesidad de contar todo lo que había hecho en el cole, y lo hacía con tal lujo de detalles que tuve que advertirle más de una vez: “hija, como tardes lo mismo en contar tus experiencias que en vivirlas, te vas a condenar a vivir siempre el mismo día”.

En todo ser humano hay una parte de misterio, y querer conocerlo todo es una quimera. Como afirma Han “el alma humana necesita esferas en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro (…) Una iluminación total la quemaría (…) Solo la máquina es transparente”.

Paradójicamente, el encuentro de un matrimonio en lo más íntimo y profundo, en lo personal e intransferible, no se logra en la transparencia, si por esta entendemos la comunicación y exposición permanentes, sino en la distancia. Solo desde una cierta distancia es posible la contemplación de aquel que no es una prolongación de nosotros mismos, sino un ser totalmente otro, resistente y real, como decía C.S. Lewis.

Han se atreve a afirmar que “es imposible establecer una transparencia interpersonal. Y esto tampoco es deseable. Precisamente, la falta de transparencia del otro mantiene viva la relación (…) El hombre ni siquiera para sí mismo es transparente”.

El misterio no es un enigma que haya que descifrar, explicaba Romano Guardini, sino una medida sobreabundante de verdad. Y en nuestra mujer, en nuestro marido, el misterio habita y, probablemente, constituye el fuego que alimenta nuestro amor. Si le conociéramos exhaustivamente, con toda probabilidad se introduciría la rutina en nuestras vidas porque la rutina no es tanto fruto del aburrimiento cuanto de una mirada prejuiciosa y pretenciosa que cree ya saberlo todo y no se abre al misterio.

El espejismo del conocimiento mutuo exhaustivo acaba desgastando la atracción y amenaza con degradar la relación a mera rutina de lo conocido. Surge el peligro de “lo ya sabido”, una visión avejentada de la relación que no espera nada nuevo. Se pierde la capacidad de admiración.

El equilibrio entre la transparencia y la distancia es un asunto complejo y delicado. A mi juicio, el camino no está en dejar de abrirse, en renunciar a penetrar en la intimidad del ser amado, sino en incorporar a esa intimidad el misterio de los misterios, el que Agustín de Hipona llamaba intimior intimo meo, lo más íntimo de mi intimidad, es decir, Dios. Si aceptamos que nuestra mujer (o nuestro marido) coexiste con Dios en su interior y vive una intimidad con Él intransferible, nuestra mirada se tornará humilde y nuestro corazón se abrirá a lo nuevo que siempre hay en ella y siempre queda por descubrir. Pero, con la misma humildad, es preciso reconocer que este ámbito de intimidad con Dios no es comunicable: solo podemos descubrirlo en el silencio interior, en la contemplación propiamente dicha, que suele manifestarse en la unión de los corazones y sin ruido de palabras. Si alcanzamos a mirar así al ser amado, nunca se introducirá la rutina en nuestra relación. “El peligro es la rutina: imaginar que en esto, en lo de cada instante, no está Dios, porque ¡es tan sencillo, tan ordinario!”, afirmaba Josemaría Escrivá.

Feliz domingo.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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