Esto de tener nietos es una actividad llena de imprevistos. Cada uno es diferente y especial. Después de haber tenido a Félix, Paloma y Javi ya son padres expertos, y Camila ha llegado sin darnos casi tiempo de respirar.
Y eso que las primeras noticias fueron alarmantes. Un lacónico mensaje de Paloma a la escasa hora y media de ingresar en el hospital despertó mi imaginación: “Ya he borrado el cuello. Con Félix estuve dos días para borrar medio cuello”. Por un momento, mi memoria se desplazó a la preciosa carita de Félix…, lo recordaba con el cuello entero. Menos mal que el mensaje terminaba diciendo que estaba muy contenta y me devolvió a la terminología ginecológica, que tan bien me sabía cuando nacieron nuestros siete hijos.
Camila significa, etimológicamente, la que está frente a Dios o la que sirve a Dios. Me encanta este nombre, y su significado coincide con la definición de persona más certera que he leído. Es de Carlos Cardona y dice así: alguien delante de Dios y para siempre.
Entre esta referencia y las oraciones de toda la familia, ha venido al mundo divinamente, en un abrir y cerrar de ojos. Dice su madre que se parece a su padre, pero eso es amor de una madre enamorada de su marido porque yo, que soy una nulidad para esto de ver parecidos, sé que, como todos mis nietos, a quien en realidad se parece es a Dios.
Ayer conocí a Camila y puede tenerla entre mis brazos unos momentos, los suficientes para que, hoy, dedicándole a ella mi rato de oración matutino y dando gracias a Dios por lo bien que había ido todo, me hayan venido a la cabeza las bellísimas palabras que escribió mi suegro, Higinio, cuando nació nuestra hija mayor. Higinio padecía ELA y solo pudo conocer a Miriam, su primera nieta (¡de los treinta y seis que fueron después!), dos meses antes de fallecer, cuando ya no podía mover un músculo y escribía a través de uno de los primeros ordenadores adaptados.
Escribió lo siguiente: “La tuve largos ratos en el regazo, nos miramos profundo a los ojos y los dos, que no nos valemos ni hablamos y para todo estamos dependiendo de los demás, nos entendimos rápido y fácil. Aprendí de su tranquilo abandono de niño en las manos de Dios y en la de quienes Él la ha confiado. Me fue ejemplo y me hizo rezar copiando su sencillez, aunque ya vi pronto dónde estaba la diferencia: ella no piensa y confía, mientras que yo pienso mucho y sin más razón”.
Cuánto tenemos que aprender de un bebé. Pensamos, como decía Higinio, mucho y sin razón. Nuestro conocimiento más profundo, el que nos acerca más a Dios, no fluye a través de las palabras, sino a través de la intuición. Y la intuición no es una corazonada, como muchas veces se piensa, sino una conexión al nivel más profundo, el de la persona, que ha sido creada perfecta por Dios y está por encima de nuestra naturaleza humana, tan limitada como el lenguaje con el que balbucimos aquello que pensamos. El niño recién nacido tiene una conexión especial con Dios y con lo sobrenatural porque su mirada es pura y libre de los condicionantes que el aprendizaje de lo humano le irá imponiendo, y no se detiene en lo inmediato, sino que ve más allá, donde Dios la espera, la abraza y la sostiene.
Así me miró ayer Camila, la que está delante de Dios…, con el permiso de su madre y de su padre, claro está, que son los primeros y más privilegiados destinatarios de esa mirada que evoca al Cielo.
¡Enhorabuena a los dos! Y a Mónica y Juan, los otros abuelos, a quienes ya nos unen las miradas de dos nietos en común.
Feliz fin de semana.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
Yo, también, cuando me nace un nieto y antes los hijos, los miro y pienso y le digo, Señor, estás dentro de él. Es maravilloso.
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Muchas gracias, Ramiro! Un abrazo!
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