El lunes pasado fue un día agridulce para los católicos. A la tristeza del fallecimiento del Papa Francisco se unía la alegría sobrenatural de saber que, por fin, ha podido descansar junto a sus grandes amores, después de ofrecer “el sufrimiento que se hizo presente en la última parte de mi vida por la paz mundial y la fraternidad entre los pueblos”, según ha dejado escrito en su testamento espiritual.

Como no podía ser de otra manera, ha copado las portadas y los artículos de opinión de la prensa mundial, que se esfuerza denodada a infructuosamente en interpretar su vida y su obra en clave política. Es una lástima que este deseo suyo póstumo —la paz mundial y la fraternidad entre los pueblos— encuentre tantas dificultades para calar en la sociedad.

En no pocos artículos de los que he podido leer estos días, se utiliza el Papa como arma arrojadiza, seleccionando lo que más interesa de su magisterio para lanzarlo contra el adversario ideológico. Justo lo contrario de lo que él quería. Así, entre los débiles, vulnerables y descartados que el Papa ha defendido siempre con voz firme y valiente, unos se olvidan de los no nacidos y de los que se sienten abandonados ante una sociedad que solo sabe mostrarles la puerta cruel de la eutanasia, mientras que otros omiten a los inmigrantes y a los más pobres de los pobres, que sufren guerras injustas en lugares olvidados o una carestía extrema, muchas veces provocada por una «economía que mata».

En 1986, Jorge Mario Bergoglio se fue a Alemania para investigar y escribir su tesis doctoral. El tema era “Oposición polar como estructura de pensamiento cotidiano y de proclamación cristiana” y se basaba en la obra “El contraste”, de Romano Guardini, uno de los grandes pensadores católicos del siglo XX. Como nos ha sucedido a tantos, los avatares y reclamos de la vida le llevaron por otro camino y, gracias a Dios, tan solo permaneció unos meses. Digo gracias a Dios porque, de no haber sido así, a lo mejor habríamos tenido un prestigioso teólogo en lugar de un extraordinario Papa. De hecho, justo antes de ser elegido Papa, intentó volver a la tesis, que tuvo ya que abandonar definitivamente.

Parece una anécdota sin trascendencia, pero, a mi juicio, tiene mucha más de la que parece porque la propuesta de Guardini que quería investigar Bergoglio y sobre la que en ese breve periodo ya se hizo un experto era nada más y nada menos que una vía de superación de la polarización irreconciliable a la que conducen las ideologías y que tanto daño ha hecho y está haciendo a la humanidad.

Como explica Javier Martínez Brocal en un artículo publicado en Aceprensa hace poco menos de un año, Francisco expuso esta tesis en su libro “Soñemos juntos” (¡uno de mis regalos de Sant Jordi!), y allí explica cómo “las ideologías y los políticos sin escrúpulos” presentan “como contradicciones lo que en realidad son contraposiciones”. De esta forma, se “exige una elección” entre uno de los polos, y se “reduce la realidad a simples binarios”, mientras que la tensión que mantiene los polos (la “tensión polar”) no es necesariamente mala. Al contrario, puede ser fecunda si se admite que, a partir de ella, es posible el crecimiento de los polos que se respetan. Esa “tensión polar” se aplica también a las personas: quien no tiene mi opinión no es necesariamente un adversario, y esa “tensión” es lo que permitirá colaborar para construir algo nuevo.

Se trata, pues, de buscar lo que une, de encontrar una “unidad mayor” en la que estas “tensiones polares” puedan convivir y ser fecundas. En el caso de la Iglesia Católica, Francisco consideraba que la evangelización era el elemento unificador capaz de hacer fecundas las tensiones entre bautizados, pero, claro, esto está fuera del ángulo de visión de buena parte de la opinión publicada, que sigue con la visión unidireccional que le imponen las anteojeras ideológicas.

Pienso que esto es lo que el Papa quería transmitir en su testamento espiritual, y su traducción burda sería que Putin, Maduro, Trump, Lula, Netanyahu o, en clave nacional, Belarra, Abascal , Puigdemont, Sánchez, Feijóo y cualquier otro dirigente tienen algo que aportar si no los cancelamos prejuiciosamente. Quizás por eso Francisco recibía a todos.

De momento, Francisco no parece haber tenido mucho éxito en esta empresa, pero no hay que desesperar porque, paradójicamente, ahora, desde su nueva residencia, que ya no es Santa Marta sino, como él mismo ha pedido, Santa María (¡en la Tierra y en el Cielo!) es precisamente cuando tiene más influencia.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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