Me he tomado unas largas vacaciones blogueras, pero ya estoy de vuelta. Y vuelvo con un tema que me ha estado dando vueltas a la cabeza estos días ante las convulsas y atroces noticias que nos despiertan cada mañana y que merecen opiniones tan diversas: el sesgo.

Con cierta libertad en la definición y combinando las diferentes acepciones de la palabra en el diccionario de la Real Academia, podríamos considerar que un sesgo es una cierta inclinación que, si no se corrige, acaba distorsionando el juicio. En estadística (esta sí es una definición literal del diccionario R.A.L.E.), el sesgo constituye un error sistemático en el que se puede incurrir cuando al hacer muestreos o ensayos se seleccionan o favorecen unas respuestas frente a otras. En España tenemos probada experiencia de que esto es posible.

En la mente humana, que no es capaz de pensar en el vacío emocional, el sesgo es inevitable, pero peligroso. El sesgo tiene diversas causas. Una de ellas es la formación académica y el ejercicio profesional. Por ejemplo, yo soy abogado, y el sesgo del abogado es la parcialidad, puesto que, por su profesión, está obligado a tomar partido por su cliente. Si no lo hace, es un mal abogado, Si juega a ser juez, se ha equivocado de profesión porque no hay nada peor que un cliente que tenga un abogado contrario y dos jueces. Pierde el caso con toda seguridad. Este sesgo hacia la parcialidad es bueno para el cliente, pero puede dificultar las relaciones humanas del abogado porque, tendencialmente, intentará siempre tener la razón y convencer a los demás de su tesis, lo que puede ser muy fastidioso. También en su familia y en su vida privada tendrá que hacer un esfuerzo por no ser parcial en sus juicios, so pena de acabar siendo injusto y no ser capaz de ponerse en lugar de los demás.

El sesgo de un juez, por el contrario, es la neutralidad, lo que es muy conveniente en el ejercicio de su profesión, pero no tanto en el ámbito del amor, que nunca es neutral y objetivo, sino parcial y apasionado. Un amor neutral es un amor débil.

Y así, podemos pensar en las demás profesiones. Pero, en realidad, lo que ha traído a mi cabeza este asunto es la compleja situación del mundo y el juicio que de ella hacen los distintos medios y personas. Se percibe un sesgo que impide reconocer la realidad y enjuiciarla con justicia y sin condicionamientos prejuiciosos.

Han asesinado a Charlie Kirk y algunas reacciones sesgadas han sido tibias, como justificando el cruel asesinato por las opiniones abiertas de este polemista socrático que se exponía a la crítica y al debate con toda naturalidad (y bastante respeto, por lo que he podido ver) y ha sido condenado, como lo fue Sócrates, por despertar el espíritu crítico de los estudiantes, como si alguien mereciera ser asesinado por sus ideas.

El gobierno de Israel está cometiendo una atrocidad intolerable para cualquier conciencia mínimamente humana, y algunos, sesgadamente, parecen justificarlo o no se atreven a condenarlo sin ambages (dejo al margen el absurdo debate terminológico: masacre, genocidio, limpieza étnica…, que tiene un claro sesgo político), como si condenar esta acción supusiera blanquear la despiadada masacre perpetrada por los milicianos palestinos aquel nefasto 7 de octubre.

Son sesgos ideológicos. Y pienso que los padres tenemos una responsabilidad y una tarea por delante en la educación de nuestros hijos porque las familias también tienen su sesgo. Hay familias que tienen un sesgo crítico: su tendencia es destacar lo malo de cualquier cosa o acontecimiento. Hay familias que tienen un sesgo intelectual: todo lo analizan a la luz del conocimiento. Otras tienen un sesgo científico: todo tiene que poder ser demostrado. Otras tienen un sesgo ingenuo: nuestros hijos son los mejores en todo. Y así, podríamos seguir llenando páginas.

Una buena reflexión para estos días. ¿Cuál es el sesgo que, como padres, imprimimos a nuestra familia?

Feliz domingo.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.