Este lunes estrenaba yo mi bicicleta nueva. Fui a Misa y salí con prisa porque llegaba tarde a otro sitio. Al salir, desplegué mi bicicleta, que tenía escondida tras un banco, salí apresuradamente y, cuando iba a montar en ella, oí detrás de mí una voz que me llamaba. Era un joven que había conocido un par de años antes. Me asaltó sobre la marcha. Me dijo que había leído mi post sobre el avión y el paracaídas y quería hacerme una pregunta: “tú dices que, una vez has saltado en paracaídas, has de centrarte en abrir el paracaídas y olvidarte del avión. Pero…, yo me pregunto, ¿y si no acertaste al escoger el avión? ¿cómo puedes estar seguro de que ese era el avión de tu vida, tu avión?”
Recordé enseguida la analogía del avión y el paracaídas, que he utilizado varias veces, aunque no recordaba exactamente el contenido del post. La idea de fondo es que, una vez has adquirido el valor de tomar la decisión de amar a alguien para siempre, te has de concentrar en el nuevo horizonte de libertad que te ofrece esa decisión, es decir, en la persona amada, y olvidarte de si esa decisión fue o no acertada.