Empecé a salir con mi mujer a los 17 años, nos casamos a mis 22 y llevamos casi 37 años de matrimonio. A nadie extraña que, a veces, entre bromas y veras afirme que no recuerdo haber sido soltero. En serio, no soy capaz de imaginarme a mí mismo sin ella.
A los teólogos les cuesta explicar la expresión “una sola carne” con que el Génesis, y después el mismo Cristo, definen el matrimonio. San Juan Pablo II escribió más de seiscientas páginas para desarrollar esta idea. A un esposo unido a su mujer le basta un pensamiento en voz alta de ella para captar la idea. “Cariño, tendríamos que cambiar estas bombillas”, dice su mujer. Y él, después de 37 años, oye: “cariño, ¿puedes cambiar esas bombillas? Y, lo mejor de todo, va y lo hace. Una sola carne.
La matrimonialidad es otra de las dimensiones de la familiaridad. Y de ella, aunque esté siempre presente en este blog, voy a hablar hoy brevemente.