Me he tomado unas vacaciones de blog, forzadas por la acumulación de trabajo del mes de julio, y me encuentro ahora con otra acumulación: la de asuntos que comentar en el post.
Primero, me ha asaltado la tentación de comentar el grotesco e incoherente espectáculo de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, movimiento que yo siempre había asociado con la promoción de la paz y la hermandad y ahora parece que ha cambiado su objeto por el del fomento de la desunión y la injuria.
Pero, una lectura oportuna de San Agustín, para quien el mal no existe, sino que es la ausencia de bien, me ha convencido de que no vale la pena dedicar un post al mal. Es el problema eterno de la cultura ‘anti’: igual que le pasa al mal, no tiene identidad propia y no puede vivir sin el bien que agrede, que, a la postre, acaba afirmando.
Otra cosa es la estética grotesca, caricaturesca y burlona que nos endilgaron los diseñadores de la primera parte del espectáculo. Aquí bastará recordar la respuesta que dio aquel catedrático de estética a una mujer que, al terminar la conferencia del primero, le quiso enmendar la plana negando su tesis principal. “Sobre gustos no hay nada escrito”, le espetó. Y el catedrático, con toda paz, le contestó “sobre gustos hay mucho escrito, señora. Lo que pasa es que usted no lee nada”.
Así que, superada la instintiva tentación de hablar de las Olimpiadas, puedo centrarme en lo más importante que me ha sucedido estos días, que tampoco es la victoria de España en la Eurocopa. Aunque, he de admitir, que la rueda de prensa de su entrenador distinguiendo la religión católica de la superstición no tiene desperdicio. Ponerse una camiseta amarilla que da la suerte, llevar un amuleto o preocuparse porque alguien ha derramado la sal no es compatible con una fe madura. A fin de cuentas, la respuesta de Luis de la Fuente al periodista ateo que le preguntó por su superstición confundiéndola con la religión estaba teñida de sentido común. Yo tampoco entiendo a los ateos, contestó, como diciendo que, en el fondo, no es tanto una cuestión de fe como de razonabilidad. Y solo contemplando la perfección de una hormiga o los grandes misterios que nos rodean a diario, cuya respuesta no está en este mundo, es fácil llegar a la conclusión de que es más razonable creer que no creer.
Y, por fin, llego a lo importante: ¡el bautizo de Elena, nuestra cuarta nieta! El bautismo es un momento especial, muy especial, para los católicos. Hay gente que piensa que es mejor esperar a que decida la niña cuando sea mayor si quiere bautizarse o no. Pero esto sería equivalente a mantenerla en el anonimato hasta que ella decida cómo quiere llamarse, o en la asepsia educativa hasta que ella decida con qué destrezas o conveniencias sociales se encuentra más cómoda.
El problema (para nosotros, la gran noticia) con que nos encontramos los católicos es que nuestra religión no es una doctrina ni un reglamento, sino una persona, la única en la historia de la humanidad que ha tenido la osadía de autoproclamarse Dios y resucitar para demostrarlo. Y, claro, cuando alguien así se despide diciendo: “id y bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, ¿Qué vamos a hacer los que le hemos conocido?
El segundo problema (para nosotros, el gran gozo) con que nos encontramos los católicos es que esta persona vive, y muchos conversamos con ella cada día en algún rato de oración. Por eso, cuando alguien se mofa del momento más emotivo y solemne de su vida, la cena en la que nos transmitió su testamento, nos duele, como dolería a cualquiera que alguien se burlara de las últimas palabras de su madre en el lecho de muerte. Nos duele, pero, paradójicamente, no nos incita a la violencia sino a la compasión, porque él mismo nos enseñó a rezar por los que nos persiguen. Aunque, como simples humanos que somos, no siempre (¡casi nunca!) estemos a su altura.
Y esto es, precisamente, lo que queremos para Elena. Hace dos semanas dio el primer paso. Ahora les toca a los padres y padrinos, ¡también a nosotros, los abuelos!, ayudarle a dar los siguientes.
¡Feliz domingo!
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes