Esta tarde me he encontrado a un viejo amigo, algo mayor que yo, que hacía tiempo que no veía. Habíamos coincidido, primero, dando clases de derecho en los años noventa y, después, en algún juicio, él como magistrado y yo como abogado. El reencuentro ha sido realmente sorprendente. Me lo he encontrado detrás de un altar, celebrando misa. A medida que ha ido avanzando la celebración, me he dado cuenta de que no era una misa, sino una liturgia de la palabra y distribución de la comunión, y mi amigo no era sacerdote sino diácono permanente.
Al terminar, le he ido a saludar, nos hemos dado un gran abrazo y ha compartido conmigo su gran alegría por la vocación al diaconado. Sus primeras palabras han sido: “He dicho sí al Señor, Javier”.
Cuando volvía al despacho, sonriéndome a mí mismo en medio de la calle por la alegría del encuentro, mi cabeza ha vuelto a su vocación de siempre, el matrimonio.