La inclinación

Esta tarde me he encontrado a un viejo amigo, algo mayor que yo, que hacía tiempo que no veía. Habíamos coincidido, primero, dando clases de derecho en los años noventa y, después, en algún juicio, él como magistrado y yo como abogado. El reencuentro ha sido realmente sorprendente. Me lo he encontrado detrás de un altar, celebrando misa. A medida que ha ido avanzando la celebración, me he dado cuenta de que no era una misa, sino una liturgia de la palabra y distribución de la comunión, y mi amigo no era sacerdote sino diácono permanente.

Al terminar, le he ido a saludar, nos hemos dado un gran abrazo y ha compartido conmigo su gran alegría por la vocación al diaconado. Sus primeras palabras han sido: “He dicho sí al Señor, Javier”.

Cuando volvía al despacho, sonriéndome a mí mismo en medio de la calle por la alegría del encuentro, mi cabeza ha vuelto a su vocación de siempre, el matrimonio.

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El emperador está desnudo

Nunca olvidaré la breve conversación que tuve un día de Navidad con uno de mis hijos que, ‘voluntariamente’ (es decir, con la voluntad que procedía de mi mente), me acompañaba a recoger la comida que habíamos encargado. Estaba en una fase de rebote existencial y entró en el coche con la desgana y enfurruñamiento típico del adolescente que quiere hacer notar su oposición. Se repantigó en el asiento del copiloto, los pies en el parabrisas, y, por si me quedaba alguna duda de su rechazo, se enchufó los auriculares a tal volumen que yo mismo podía tararear las canciones que supuestamente él escuchaba. Aproveché la ventaja que me daba saber cuándo terminaba cada canción y, entre pista y pista, lancé una pregunta al aire. Para mi sorpresa, la recogió, se bajó un auricular y entablamos un breve diálogo parecido a este:

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Soy más que mi cuerpo

“Una antropología adecuada” fueron las palabras con que san Juan Pablo II denominó sus ciento treinta y cuatro catequesis sobre el amor humano.

Un buen día del año 2020 comencé a leerlas. Como la vida no me deja mucha holgura, tardé casi un año. No fue una lectura fácil. En las vacaciones del verano de 2021 decidí hacerme un resumen y un buen día del otoño de 2021, sentado ante mi mesa de trabajo en el salón de mi casa, me asaltó un idea peregrina: ¿es posible integrar la catequesis, honda y compleja, de la teología del cuerpo en la vida diaria de una persona?

Y me puse a escribir. A medida que avanzaba me di cuenta de que había sido osado y optimista. Hay partes de las catequesis de mucha altura y abstracción intelectual que se resisten a ser reducidas a una imagen cotidiana. Aun así, lo he intentado.

Soy consciente de que el ejemplo y la anécdota son siempre reductoras de la realidad y de la verdad, que solo evocan parcialmente y a veces incluso pueden desdibujar, pero creo que a alguien con espíritu más práctico que especulativo le pueden ayudar. En última instancia, pensé mientras iba escribiendo aquellas partes más arduas, siempre harán la lectura más descansada, pues la prosa de Juan Pablo II exige mucha concentración.

Es un libro de imágenes entrelazadas con razonamientos. Las imágenes responden a mi vida. Los razonamientos, a la ‘antropología adecuada’ de san Juan Pablo II. En un momento cultural en que el corazón amenaza con usurpar el papel de la inteligencia, he aquí un intento de unir los dos. A fin de cuentas, se siente y se piensa con la vida, con la vida biográfica, decía Julián Marías.

Y para muestra, un botón. Reproduzco a continuación unos párrafos de un capítulo para que os podáis hacer una idea del estilo del libro:

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Dudas de amor

La semana pasada estuve desayunando con un buen amigo, una persona profunda e inteligente. Hablamos de lo humano y de lo divino y, a raíz de esto último, cuando ya nos despedíamos, me preguntó: “Javier, ¿tú nunca tienes dudas de fe?” No es una pregunta fácil de responder porque depende de lo que se entienda por fe y de lo que se consideren dudas.

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Cabeza y corazón

Estamos en una época en que el corazón tiende a usurpar el papel de la cabeza. Los sentimientos son muy importantes, pero no deben invadir el terreno de la razón. Von Hildebrand (lo traté aquí) hablaba del corazón tiránico, aquel que ocupa el lugar de la razón y acaba decidiendo por ella. Por ejemplo, aquella persona incapaz de negarle una botella de whisky a un borracho porque le puede más la compasión que experimenta ante su petición conmovedora que el daño que sabe le causará. Es bueno tener un corazón muy grande…, siempre que no se dedique a pensar en lugar de la cabeza.

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Amar hasta el fondo

Confieso que, para mí, uno de los grandes enigmas del amor en esta primera parte del siglo XXI es la resistencia al matrimonio que observo en muchos jóvenes. Alguien podría pensar que lo de casarse era una cuestión de costumbre, ética o religión y está pasado de moda. Y, sin embargo, lo que está en juego es la plenitud del amor.

Cuando me enamoré de Loles, lo último que podía y quería imaginarme era una vida sin ella. Me parecía imposible amar más de lo que la amaba en ese momento, en el esplendor de mis veinte años. Pero era ya capaz de percibir un sentimiento más fuerte y profundo a la vez que no se conformaba con lo que entonces vivía. Siendo tanto… ¡era tan poco!

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El jardín del vecino

Estos días he podido terminar de leer, subrayar y meditar un libro muy interesante sobre el amor humano que ya en parte había comentado aquí.

En sus páginas finales aborda el tema del odio y la envidia, y alcanza una conclusión muy interesante: todo odio es causado por un amor, pues ninguna cosa se aborrece sino por ser contraria al objeto que se ama.

Parece evidente, pero expresada así, con esa naturalidad, ayuda a relajarse. ¿Quién no ha experimentado envidia o algún grado de odio en algún momento determinado de su vida? El odio y la envidia son bastante universales… y avergüenzan mucho.

Uno podría pensar ¿Cómo puede ser que yo, que intento siempre hacer el bien, comportarme rectamente y amar a todo el mundo sea capaz de sentir ramalazos de envidia, incluso de odio? La respuesta es muy sencilla: precisamente por eso, porque amas, odias. O, dicho de otra manera, si odias algo es porque también amas algo (y lo amas más que aquello que odias). El lenguaje del odio es siempre este: no quiero eso, pero por amor de aquello.

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Un amor mágico

“Cuando uno no tiene presente a su amado, más arde y se consume a causa de lo amado, en cuanto que experimenta más el amor; aunque en la presencia de lo amado no sea el amor menor, sino menos percibido”.

No sé si cuando escribió esto Santo Tomás de Aquino estaba pensando en el amor a Dios, en el amor matrimonial, en el amor humano en general o en mi nieto Tomás, pero si a mí me preguntaran hoy qué he hecho esta primera semana de vacaciones, les podría contestar con una sola palabra, un nombre propio: Tomás, y no precisamente el Aquinate.

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El diseño humano

El otro día coincidí con un amigo que no veía hace tiempo y hablamos de nuestros hijos adolescentes. Me hizo una confesión que podríamos suscribir muchos padres: “mi hijo está estudiando fuera, llegó hace una semana y aún no le he visto de pie…, ¡ni sentado! Se pasa el día tumbado, de la cama al sofá, con el móvil en la mano”.

Mi amigo tenía claro que la posición de decúbito supino no está pensada como posición ordinaria del ser humano, que ha sido dotado de unas piernas que parecen diseñadas para caminar y estar de pie y tienen una articulación que les permite también estar sentado. La lombriz, por ejemplo, sí parece diseñada para estar tumbada y moverse por ondulación.

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