Casi todos los padres hemos pasado por la angustia de perder algún hijo pequeño por la calle durante unos minutos. Para el niño también es un trauma. Todo lo que le parecía divertido, atractivo y favorable cuando caminaba de la mano de su padre se torna amenazante, agresivo y contrario cuando se encuentra solo y perdido: el mundo se le hace extraño y las cosas y personas se transforman en sospechosos peligros.
La humanidad tiene conciencia de haber vivido esta experiencia. En muchas tradiciones sapienciales existe la memoria de que el ser humano había sido más de lo que es, pero en algún momento de su historia se rebeló contra la verdad. En la tradición católica, esto se expresa con el relato de Adán y Eva. Estaban radicados en el Amor (según preciosa expresión de Juan Pablo II), pero se introdujo en ellos la sospecha y se soltaron de la mano de Dios, queriendo decidir ellos lo que era bueno y lo que era malo, como si se hubieran creado a sí mismos. Desde ese mismo momento, el mundo se les hizo hostil, e incluso su cuerpo se les hizo extraño, tanto que tuvieron que cubrirlo.
Probablemente, ha sido esta experiencia de la humanidad en sus orígenes la que ha inspirado el mensaje principal de Dignitas Infinita, la Declaración sobre la dignidad humana que aprobó y ordenó publicar el Papa Francisco, con fecha 2 de abril de 2024.