En estas fechas se habla mucho de las pruebas de la Selectividad. Y, sin embargo, en algunas carreras, la auténtica selección se hace en el primer curso. En algunos casos, sobre todo en las ingenierías y otras carreras técnicas, parece ser un criterio establecido.

Cuando el alumno no aprende

A mí me parece un poco absurdo, pero admito que no soy un experto en la materia. Cuando hace ya casi treinta años empecé a dar clases en la Universidad, una persona muy querida me lanzó una frase que nunca he olvidado: “cuando el alumno no aprende es que el profesor no enseña”. Y, desde entonces, he desconfiado de los profesores que se jactan de tener un alto índice de suspensos, como si la dificultad para transmitir ciencia a sus alumnos de manera comprensible fuera un indicador del nivel académico del profesor.

Ya les suspenderá la vida

Es cierto que la postura opuesta —aprobar sin exigencia— no es menos nociva que la anterior. Cuentan de un prestigioso catedrático que, cuando le interrogaban sobre el alto índice de aprobados de su asignatura, contestaba: “yo les apruebo, ya les suspenderá la vida”. Mal profesor, pienso yo. Una de las misiones que los padres encomendamos a la Universidad es, precisamente, que prepare a nuestros hijos para que aprueben en la vida, aunque para ello tengan que suspender en la Universidad.

El uso de la libertad

Pero hay otra selección que también se produce en primero de carrera y que no depende ni del profesor ni del tipo de carrera escogida: la del uso de la libertad.

Saliendo del colegio, a sus 18 años, nuestros jóvenes se topan de bruces con un nivel de autonomía que antes la mayoría de ellos desconocían, y no todos saben administrarla.

Una de las acciones más características de la libertad humana es la facultad de elegir. Pero toda elección implica renuncia y, a veces, cuesta aceptarlo. A todos nos ha pasado alguna vez: hacemos una elección y percibimos una falta de libertad, como si lo que hemos dejado al elegir tuviera más peso que lo que hemos escogido. Y nos engañamos pensando que si mantenemos abiertas las otras opciones que no hemos escogido (en los años universitarios: ‘salir’ con mayor frecuencia de la que permiten los estudios, acumular mil actividades –¡incluso buenas!-, postergar invariablemente el estudio, etc.), conservamos un mayor margen de libertad.

Coherencia vital

La consecuencia es una falta de coherencia vital, pues no sabemos vivir en la elección que hemos hecho. La libertad se deprime entonces, porque no ha sido capaz de ser ella misma. La libertad auténtica, primero, escoge y, después, se introduce de plano, con audacia, en el nuevo horizonte de libertad que le abre la elección realizada. Y allí descubre un nuevo ámbito de ejercicio, una nueva libertad. La libertad se conquista a golpes de libertad. Por eso, para saber a qué hemos de decir ‘no’ es muy conveniente antes saber —y recordar— a qué hemos dicho ‘sí’.

El batacazo y… ¡arriba!

Naturalmente, cabe el error —¡somos humanos!—, y siempre se está a tiempo de rectificar; pero no hay peor error que, por querer ser libre, dejar de serlo y no ejercer la libertad: un contrasentido. Entonces llega el batacazo. No importa. Para eso está la Universidad: para aprender de estos batacazos… y aprobar después en la vida.