En el anterior post hablaba de la noción masculina y femenina de lo ‘romántico’, y terminaba comentando el deseo que se esconde en cada hombre de que la mujer que ama se atienda a sí misma también físicamente y no se abandone, que mantenga encendida la antorcha del atractivo físico, en el bien entendido de que no se trata de ser una ‘barbie’, sino de luchar por estar razonablemente bien en el propio estado, edad y situación. Hoy voy a contemplar esta misma realidad desde la perspectiva de la mujer.

El 77% de las mujeres encuestadas en el libro de Shaunti y Jeff Feldhahn For Men Only manifiestan tener un profundo deseo de escuchar de los labios de su marido que está guapa y atractiva. El porcentaje se eleva al 85% en las mujeres con niños.

No basta a la mujer imaginar, pensar o incluso saber a ciencia cierta que su marido la considera atractiva, necesita oírlo. Y frecuentemente. O sea, cada día. No importa cuántos espejos tengamos en casa ni cuántas veces nuestra mujer se contemple en ellos y se encuentre más o menos atractiva. Solo un espejo le devuelve la imagen que ella busca: los ojos de su marido. Este es el espejo que cuenta de verdad, el único que importa, lo cual pone en manos del marido un arma poderosa para alzar o rebajar a su mujer.

Nuestro mundo es una amenaza constante para la autoestima de la mujer en el aspecto físico. La exacerbación de lo físico y sensual constituye una intimidación, una presión que solo puede liberar la mirada y la palabra del hombre amado. La mujer se ve impulsada a competir cada día con tantas otras que atraen una y otra vez la mirada a veces demasiado dispersa de su esposo.

Decía Unamuno que las mujeres se visten para las otras mujeres…, como si les importara poco la opinión de sus maridos. Es una intuición de pensador que tiene un fondo de verdad, pero, en un análisis más sociológico y causal, podríamos preguntarnos los hombres, y muy especialmente los maridos, si no seremos nosotros, nuestra desatención, nuestra inadvertencia, los causantes o con-causantes de esta reacción. Desde esta perspectiva es más fácil entender el tiempo que dedica nuestra mujer a vestirse, arreglarse y estar guapa.

Quizás requiera un poco de entrenamiento, como casi todo en esta vida. Es probable que un “¡qué guapa estás hoy!” al despedirse para ir a trabajar, un whatsapp recordando que “esta mañana estabas especialmente atractiva” o un “esta blusa te hace aún más guapa” al reencontrarnos de vuelta del trabajo no nos salgan espontáneamente. Tampoco la mayor parte de las rutinas que hemos ido adquiriendo en la vida -levantarse a una hora, afeitarse, utilizar una endiablada herramienta informática que nos imponen en la empresa, pedalear kilómetros y kilómetros sin descanso o golpear certeramente una pelota de pádel- nos han salido espontáneamente con la perfección requerida.

No se trata solo de una técnica. Es, simplemente, manifestar algo que normalmente pensamos: nuestra mujer nos sigue atrayendo y conserva la belleza que nos enamoró un día, que es una condición de la persona que no solo se muestra en el aspecto exterior, pero que se puede reconocer en él especialmente.

A veces, los hombres nos quejamos de que nuestros comentarios positivos no reciben mucha consideración. La respuesta de Shaunti Felhahn, como mujer, es: “no te rindas; toma su rechazo al cumplido como una señal de que lo necesita todavía más”. Naturalmente, hay que tener un mínimo de criterio y saber cuándo tu mujer quiere una opinión objetiva y cuando necesita un refuerzo. Si se está probando la ropa en una tienda, puedes ser objetivo y directo: está buscando tu opinión estética; si se acaba de vestir para salir a una cena  con amigos, necesita tu refuerzo y afirmación: dáselos, pienses lo que pienses, ¡no es el momento de la razón!

Pero, ojo, el refuerzo de la palabra se transformará en hipocresía si no eres capaz de controlar la mirada. Cada mirada a otra mujer es una espina clavada en el corazón de tu esposa, aunque sea consciente de la tendencia natural del varón a observar la belleza femenina… o precisamente por eso. Esas miradas incrementan en ella la sensación de estar en constante competición con el mundo. La sociedad ofrece muchas otras opciones: más jóvenes, más fáciles, más preparadas, más nuevas, más…, y nosotros tenemos que concentrarnos en ella y recoger la vista para regalarla a la mujer que amamos.

Y termino con un último y sencillo apunte: desde el punto de vista contable, el gasto en productos de belleza no es gasto, es inversión, y requiere una partida específica.

Hasta aquí la serie de posts dedicados a las diferencias hombre/mujer. Y, como habéis visto ya con esta entrada, ahora que parece que vamos saliendo del confinamiento, vuelvo a la periodicidad quincenal que me había propuesto para este año.

Feliz domingo y felicidades a todas las madres: ¡la maternidad es la sublimación de la belleza!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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