“Un día mágico para los niños” será una de las frases más repetidas hoy. Y, ciertamente, lo es. Pero a mí me ha dado por pensar en los mayores…, en mí. ¿Es un día mágico también para mí? Los Reyes Magos escenifican la manifestación de Dios a los hombres. Y me han inspirado una pregunta y un reto. La pregunta: ¿por qué creo? El reto: contestarme en un post.

Muchas veces, hablando de la fe con amigos y familiares, surge la tesis de que cada uno cree según el lugar en que ha nacido, la educación que ha recibido, las costumbres vividas, de modo que la fe, cuando se tiene, sería un efecto geográfico, biográfico o social. Y las conversiones o deserciones, una anomalía de espíritus particularmente libres que escaparían a la presión ambiental.

Claro que, según esta tesis, ninguna religión ni creencia debería haber tenido la fuerza de extenderse en territorios y culturas diferentes de las suyas propias. En fin, es un debate interesante en el que habría que analizar múltiples factores y huir de maximalismos.

En cualquier caso, hoy, a mis 59 años y diría que ya con una cierta libertad de pensamiento, he hecho el esfuerzo de situarme en la que algunos filósofos como Rawls o Habermas llaman la “posición originaria” o «velo de la ignorancia», es decir, aquella situación en que se intenta reflexionar en tabula rasa, sin condicionantes de ningún tipo. Como afirman los críticos de esta metodología, pensar así, en la pura abstracción, es francamente difícil porque nadie que no sea una almeja piensa en la asepsia intelectual y el vacío emocional. De todos modos, como las emociones forman parte de nuestra naturaleza humana, tampoco importa que jueguen un determinado papel.

Y, como ya he consumido medio post, el reto se ha complicado, así que vamos allá:

  1. Más que buscar certezas, lo primero que me preguntaría en esa posición de ignorancia originaria es si es más razonable creer o no creer en la existencia de una inteligencia creadora. El siguiente interrogante sería, creo, quién me ha puesto ahí, de dónde he salido, y quién ha construido este mundo con todas sus maravillas. ¿Es más razonable que, lanzando al aire todas las letras de que está compuesto “El Quijote” caigan en el orden exacto en que está escrito o bien que una mente como la de Cervantes lo escribiera? En mi posición originaria concluiría, sin duda, que es más razonable creer en un Dios que no creer.
  2. Lo segundo que me preguntaría en ese estado es dónde está este ser creador, y pienso que lo buscaría por todas partes. Ahí ya podría ser hinduista, budista, animista, taoísta, judío o simple filósofo. Pero, entonces, en mi búsqueda me asaltaría una duda: ¿no es esperable que este ser que nos ha creado nos haya visitado en algún momento? Si así fuera, todas las religiones que buscan la verdad habrían culminado su búsqueda. Sería una gran noticia, una buena nueva, un mensaje feliz para todos, un ‘evangelio’… y habría que llevarlo a todas las gentes para que dejen de buscar.
  3. Y creo que aquí terminaría la razón y empezaría a actuar el corazón. No en vano Aristóteles definió al ser humano como “deseo inteligente” o “inteligencia deseosa”. Porque, si eso fuera cierto, me habría encontrado con un Dios que, efectivamente, ha buscado al hombre y no al revés. Y si, además, se tratara de un Dios loco de amor, capaz de abandonar su naturaleza, hacerse niño, hombre, y enseñar a amar incluso desde el sufrimiento, la tortura y la muerte con aquellas razones del corazón que a la razón le cuesta tanto entender, entonces hasta sería capaz de enamorarme de él.
  4. Aún así, algo me faltaría, porque un Dios que viene y se va me resultaría algo extraño, de modo que seguiría indagando hasta dar con sus seguidores. Y si acaso estos me dijeran que ese Dios encargó a una asamblea (iglesia) de hombres normales y corrientes, con aciertos y errores, maldades y bondades que dieran a conocer no sólo que Él había ya venido, sino que se había quedado misteriosamente y les había dado la potestad de hacerle presente entre ellos, entonces ya sin dudarlo me uniría a ellos… y, probablemente, seguiría siendo el de siempre pero más alegre, seguro y confiado.

Y aquí estoy, sea por costumbre, formación, reflexión, convicción, mera fe o por todas ellas a la vez, celebrando este día no mágico sino divino de la Epifanía (manifestación) de ese Dios con los míos y, ahora, también con todos vosotros. A pesar de la indigencia de este post.

¡Feliz día de los Reyes Magos!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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