Esta semana, Loles y yo hemos abandonado a nuestro nieto en las solas manos de sus padres con mucho dolor de corazón y nos hemos ido a Roma tres días, a trabajar. Un abuelo experimentado nos dijo que los padres también tienen derecho al nieto. ¡Lo qué hay que oír!

Han sido tres jornadas intensas compartiendo experiencias sobre el matrimonio, la feminidad y masculinidad, la comunicación, la afectividad y sexualidad, el noviazgo y, cómo no, nuestra propia experiencia de vida matrimonial, que es mi verdadera tarjeta de presentación. También hemos hablado de la IFFD, que tantas veces he mencionado en este blog y que el viernes presentó sus actividades en el marco de la celebración del Día Internacional de la Familia en Naciones Unidas (https://www.youtube.com/watch?v=jS1FZ704Bjw).

Aunque era el tercer año que impartía estas sesiones, algunas yo solo y otras con la colaboración de Loles, los días previos fueron también muy intensos: organizar la familia (confieso que en esto he colaborado poco), adelantar el trabajo en el despacho, acumular horas de nieto para compensar su ausencia estos días, despedirse de él la mañana del día previo a nuestra partida, volverlo a hacer por la tarde, y por la noche, y a las cinco de la madrugada antes de salir hacia el aeropuerto: ¡agotador!

Pero, como nos ha sucedido los dos años anteriores, a medida que transcurrían las horas en Roma entre reuniones, conferencias, charlas, tertulias y encuentros varios, el trabajo se ha ido transformando en descanso. Las personas a que nos dirigíamos tenían algo especial que no sabría definir.

Desde el primer minuto te sentías como en casa, en familia. Las personas de mayor responsabilidad y las que ostentaban los puestos más visibles, algunos de reconocido prestigio y autoridad moral, académica y social, parecían estar esperando la primera oportunidad para servir a los demás. Las caras de nuestros interlocutores estaban siempre sonrientes. Todos, y estoy hablando de muchas personas, sabían que acabábamos de ser abuelos, nos felicitaban, estaban continuamente atentos a nosotros, nos atendían hasta en los más mínimos detalles: os llevamos, os recogemos, os acompañamos, un vaso de agua, dame la maleta, yo te lo llevo, yo me ocupo, ¿quieres algo más?, ¿habéis descansado?

Y, por aquellas enigmáticas asociaciones de ideas que genera nuestra mente, me ha venido a la cabeza, por contraste, la queja de un cliente cuando hablaba de su contrario, un familiar próximo: “es una mala persona”, me decía. Y apostillaba: “¡la maldad personificada!”  Y no es la primera vez que escucho algo similar de un cliente.

La pregunta se hace inevitable: ¿hay personas buenas y personas malas? Juan Cruz Cruz lo explica de la siguiente manera en uno de sus libros: “A la persona no le caben calificativos morales de bueno o malo; si en cambio a la personalidad. Cuando a veces decimos de alguien que ‘es una mala persona’, en realidad aplicamos esa expresión a la persona desplegada como personalidad, a la persona en tanto que ha fijado su conducta en hábitos moralmente malos y de la que, por la firmeza del hábito, hemos de esperar malos comportamientos sucesivos.

Una persona mala es, por lo tanto, una persona desplegada en una personalidad deficiente, podríamos decir, víctima de una pasión dominante o de una deformación de la conducta. No deja de ser un alivio saber que, en el fondo, todos somos buenas personas y que el desarrollo de una personalidad acorde con el bien que es toda persona depende sobre todo de nosotros mismos. La mejor manera de transformarse en una buena persona es comenzar a serlo, es decir, realizar buenos actos que irán edificando una buena personalidad.

Y puedo decir que estos tres días en Roma, viendo la bondad desplegada en tantas personalidades, Loles y yo hemos dado un salto de calidad, porque la virtud es difusiva y acaba contagiándose. Y ahora ya puedo revelar que las sesiones de trabajo las compartimos con un grupo de diáconos de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz que se van a ordenar presbíteros el sábado que viene, 22 de mayo. Por si alguien quiere rezar por ellos. Lo agradecerán.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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