Como ya sabéis algunos de los que me conocéis y me leéis de vez en cuando, dedico buena parte de mi tiempo, a veces robado al sueño, otras al descanso (¡o al trabajo!) y más de las que me gustaría, a mi familia, a una actividad de voluntariado que precisamente intenta llevar la felicidad a las familias de todo el mundo, sí, de todo el mundo. Gracias a Dios, también el tiempo que hurto a mi familia acaba de alguna manera revirtiendo en beneficio de ella. Hoy voy a hablar de esta pasión por la familia. Será un canto al viento que, por falta de información, no todos entenderéis, pero a veces hay que dar rienda suelta al corazón.

Hace ya tiempo que cuando viajo -antes físicamente, ahora más virtualmente- y tengo encuentros con gente tan dispar en origen, cultura, raza, nación…, que comparte poca cosa más que su pasión por la familia, tengo una doble percepción.

Por un lado, veo algunas mentes con visión menguada y fronteriza, a las que cuesta salir de sí mismas y alzar la vista más allá de sus problemas locales. Sí, les gusta que seamos universales, que proclamemos nuestro mensaje a los cuatro vientos y ofrezcamos nuestra ayuda a todo el mundo, pero les cuesta sacrificar su presente, sus modos de hacer, su actividad ‘de toda la vida’ y ponerlos en cuestión para soñar de verdad con algo grande.

Por otro lado, veo corazones abiertos que se expanden cada día, capaces de unirse a otros, de escuchar, aprender y crecer juntos, de poner en cuestión sus inercias y trayectorias. Se sienten fuertes en su propia identidad y no temen perderla por ceder espacio a lo nuevo, a lo lejano, a lo inesperado. Son capaces de abandonar sus seguridades y de embarcarse en un viaje con destino incierto (¡a Kazajistán!, como diría Leticia, directora de expansión de IFFD) con la sola confianza en sus compañeros, porque sueñan cada día despiertos y olvidados de sí mismos.

En IFFD (www.iffd.org) llevamos dos años y medio en modo revolución, una revolución hacia dentro, que ha exigido y está exigiendo de mucha gente grandes sacrificios, dedicación extrema, humildad, confianza y gratitud. Hemos pedido grandeza de ánimo, algo de fe y de esperanza y mucha, mucha pasión.

Hoy tenemos cientos de personas de todo el mundo colaborando en distintos equipos absolutamente variados e irreconducibles a la uniformidad en los que cada uno aporta el talento que tiene y recibe el que le entregan. Percibimos que algo se está moviendo, somos conscientes de que hemos despertado una fuerza escondida que no ven los ojos escépticos del ‘siempre se ha hecho así’ y del ‘esto no funcionará’, pero que en los próximos meses y años se expresará con energía.

La semana pasada, hablando con Blanca, presidenta de IFFD España, cuando reflexionábamos sobre cómo encauzar toda esta energía y concretarla en los distintos países y, en particular, en España, nos sorprendimos pensando y pronunciando la misma intuición: ¡esto no va de países!

Si no somos capaces de superar con generosidad nuestras pequeñas fronteras (Barcelona, Cataluña, España, Europa, cada uno las suyas, que estas son las mías) y regalar con generosidad y sin reserva todo lo que hacemos y sabemos, de nada servirá que seamos, como somos, la ONG más grande e influyente del mundo en materia de familia. Todo quedará en ‘mi’ terruño, ‘mi’ historia, ‘mi’ grupo.

A lo mejor resulta que en este post la IFFD es una alegoría de tantos otros ámbitos de la vida en que funcionamos con esta visión encogida. Demasiadas raíces y pocas alas. Las raíces son importantes, sí, pero mucho me temo que no están donde tantas veces las buscamos, en las seguridades de nuestro lugar, nuestro modo de hacer, de hablar o de pensar, por más que los amemos y nos identifiquemos con ellos.

Para mí, la auténtica raíz es, ya lo habéis adivinado, la familia. Es la que quedará cuando todo lo demás se difumine y se diluya. Y la IFFD la pondrá de moda en unas pocas décadas. Alas y raíces. Tiempo al tiempo.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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