Mañana es Navidad. Nos guste o no, celebramos un cumpleaños que cambió el rumbo de la historia. El mensaje fue sencillo y escandaloso: yo soy Dios y Dios es amor. Es decir, yo soy amor. Quizás por eso se hizo niño.

Llevamos más de dos mil años y no hemos aprendido. Queremos ser dioses y buscamos la inmortalidad, el poder, la omnipotencia… ¡el dios de los filósofos! Y, cuando lo hayamos logrado, qué decepción, habremos vuelto al principio, a lo que ya fuimos antes de la manzana de Adán y Eva. ¡Otra vez inmortales! No aprendemos.

¿Tendrá que volver a nacer Dios para recordarnos que su verdadera naturaleza, su esencia, su atributo más íntimo y personal, lo que de verdad le identifica y distingue es el amor? ¿Tendrá que volver a nacer, a hacerse niño de nuevo para que aprendamos de una vez por todas que también nuestra naturaleza consiste en amar?

Pues, sí, este año vuelve a hacerlo. ¡Nace Dios otra vez! Yo tengo la suerte de que este año he podido disfrutar del nacimiento de mi primer nieto y puedo confirmar que, en efecto, el amor endiosa. Por eso he escrito esta felicitación que dedico a todos los abuelos y abuelas del mundo.

¡Feliz Navidad!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes