El otro día coincidí con un amigo que no veía hace tiempo y hablamos de nuestros hijos adolescentes. Me hizo una confesión que podríamos suscribir muchos padres: “mi hijo está estudiando fuera, llegó hace una semana y aún no le he visto de pie…, ¡ni sentado! Se pasa el día tumbado, de la cama al sofá, con el móvil en la mano”.

Mi amigo tenía claro que la posición de decúbito supino no está pensada como posición ordinaria del ser humano, que ha sido dotado de unas piernas que parecen diseñadas para caminar y estar de pie y tienen una articulación que les permite también estar sentado. La lombriz, por ejemplo, sí parece diseñada para estar tumbada y moverse por ondulación.

Y yo pensé que tenía razón. Hay un diseño humano. No somos dura materia, como la piedra, que no puede decidir nada acerca de sí misma, ni puro espíritu, como el ángel, que puede actuar con plena libertad y sin limitación corporal alguna. Somos un compuesto de cuerpo y espíritu. Por eso, decía Jean Guitton, es tan fácil ser piedra o ángel y tan difícil ser hombre.

Es incluso probable que el diseño humano nos pueda ofrecer alguna indicación acerca de lo que es más adecuado para nosotros.

Por ejemplo, la indigestión podría sugerirnos que no es bueno atiborrarse de comida, y que la solución al malestar que provoca no está en meterse los dedos en la boca para poder seguir comiendo, como hacían los romanos en las bacanales, sino más bien en comer con templanza.

La tendencia universal a conservar la vida, a alimentar nuestro cuerpo, cuidarlo cuando enferma, mantenerlo en forma y evitar lo que le hiere podría insinuar que no es adecuado al ser humano autolesionarse ni quitarse la vida, ni la propia ni la ajena. Podría apuntar a que es más propio del ser humano encontrar con su inteligencia fórmulas que le permitan vivir, incluso en la enfermedad más dura y cruel, con la mayor alegría y compañía posibles, intentando paliar el dolor a toda costa.

La necesaria presencia de un espermatozoide (una célula masculina) y un óvulo (una femenina) para la fecundación de un nuevo ser humano parece proponer que lo más adecuado para un niño es vivir con su madre y con su padre, o por lo menos con uno de ellos, y solo si ellos faltan o no son capaces de ocuparse de su hijo intentar encontrar una familia que le provea de un entorno similar.

La forma de los órganos sexuales masculinos y femeninos también puede ofrecer un cierto criterio acerca de la manera en que el diseño humano invita a unir los cuerpos… Ya he dicho en otra ocasión que el cuerpo masculino no es comprensible sin el femenino (le sobrarían órganos y funciones), y viceversa.

Después, naturalmente, cada uno puede hacer lo que le venga en gana y seguro que caben interpretaciones diferentes a las que yo he hecho, que para eso tenemos también el espíritu, que decide con libertad. Pero, claro, como el espíritu no tiene la garantía de acertar en las elecciones —o eso pensaba mi amigo con la tendencia innata e invencible de su hijo a estar tumbado—, pienso que, respetando la libertad de cada uno de pensar de otra manera, el cuerpo ofrece algunos datos interesantes que pueden ayudarnos a reflexionar. Ante la duda, vale la pena echar un vistazo también a nuestro diseño, que no hemos inventado nosotros, sino que estaba ahí cuando vinimos al mundo.

En fin, como estamos en una sociedad abierta y tolerante, me he animado a escribir esto, como decía en el post de hace un mes, “en el silencio de las pasiones”. Espero no haber molestado a nadie. Son solo sugerencias.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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