Estos días he podido terminar de leer, subrayar y meditar un libro muy interesante sobre el amor humano que ya en parte había comentado aquí.

En sus páginas finales aborda el tema del odio y la envidia, y alcanza una conclusión muy interesante: todo odio es causado por un amor, pues ninguna cosa se aborrece sino por ser contraria al objeto que se ama.

Parece evidente, pero expresada así, con esa naturalidad, ayuda a relajarse. ¿Quién no ha experimentado envidia o algún grado de odio en algún momento determinado de su vida? El odio y la envidia son bastante universales… y avergüenzan mucho.

Uno podría pensar ¿Cómo puede ser que yo, que intento siempre hacer el bien, comportarme rectamente y amar a todo el mundo sea capaz de sentir ramalazos de envidia, incluso de odio? La respuesta es muy sencilla: precisamente por eso, porque amas, odias. O, dicho de otra manera, si odias algo es porque también amas algo (y lo amas más que aquello que odias). El lenguaje del odio es siempre este: no quiero eso, pero por amor de aquello.

El odio no es malo en sí. Es bueno, por ejemplo, odiar y aborrecer el mal. El primer paso para acercarse al bien es huir del mal, y sin odio al mal no se corregirían nunca las injusticias.

El problema viene cuando del objeto se pasa a la persona. Si odias el jardín del vecino porque amas el tuyo y no lo ves igual de lozano, estás comparando. Las comparaciones son odiosas, decía mi madre, pero si se quedan en el nivel del jardín, tampoco son muy preocupantes porque al jardín del vecino le importa tres pimientos que no le ames tanto como al tuyo.

El problema es que el jardín no es un jardín cualquiera, sino el del vecino, de modo que es fácil dejar de odiar el jardín del vecino para pasar a odiar al vecino del jardín. Y aquí la cosa se complica.

Los clásicos decían que la envidia es la raíz del odio, del odio malo, el que se proyecta sobre las personas, y destacaban algunas características de la envidia:

  • Solo se fija en las luces ajenas, no en las sombras. ¿Y si resulta que el vecino tiene un jardín hermoso porque ha centrado en él toda su atención y no tiene una familia tan divertida como la tuya porque no quiere que le estropeen su precioso jardín?
  • El envidioso es una persona próxima al envidiado. La gran desigualdad provoca admiración, la desigualdad mínima es la que provoca envidia. El vecino envidioso admira el césped del campo del Barça, pero envidia el de su vecino.
  • El envidioso no quiere los bienes del envidiado, sino que él no los posea. Su atención se centrará más en degradar el césped del vecino que en robustecer el propio o aprender a ver en él la belleza de las pisadas de sus hijos.
  • Cuantos más favores haga el envidiado al envidioso, peor, más le recuerda el objeto de envidia y su propia ‘inferioridad’.
  • El envidioso nunca descansa.

Lo más interesante de todo este análisis es la tesis inicial: por lo mismo que se ama una cosa se aborrece la contraria, por lo que el amor de la primera es causa del odio a la segunda. Pienso que aquí está el secreto. Si el amor es causa del odio, siempre será más fuerte que él, porque el efecto no puede ser más fuerte que la causa.

Por lo tanto, si en algún momento detectamos que nuestro odio al mal se dirige a la persona, surge como envidia o se transforma en ella, el camino más seguro para extirparlo es volver a nuestros amores de siempre y hacerlos crecer. Redescubrir todo lo bueno que tenemos en nuestras vidas y revalorizarlo. Y al jardín del vecino, ¡que le zurzan!, siempre con mucho amor al vecino, claro.

El verano es un buen momento para esta actividad tan felicitaria de encontrar virtudes y bondades en nuestra propia realidad vital.

Feliz fin de semana.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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