La semana pasada estuve desayunando con un buen amigo, una persona profunda e inteligente. Hablamos de lo humano y de lo divino y, a raíz de esto último, cuando ya nos despedíamos, me preguntó: “Javier, ¿tú nunca tienes dudas de fe?” No es una pregunta fácil de responder porque depende de lo que se entienda por fe y de lo que se consideren dudas.
Hay hoy día una tendencia a pensar que las personas que no tienen dudas sobre determinados aspectos, en especial este de la trascendencia, son peligrosas porque se creen en posesión de la verdad. A mí me parece pura lógica que quien sabe algo con certeza es poseedor de una verdad. Otra cosa es lo que haga con esa verdad, porque la verdad hay que llevarla siempre a lomos de la caridad. Aun así, algunos piensan que el conocimiento de una verdad te transforma en intolerante, de modo que la duda se presenta como superior a la certeza. Sin embargo, desde la perspectiva del conocimiento, no hay ninguna duda de que es mejor salir de la duda (valga la redundancia), aunque no siempre sea posible. Durante la peor fase de la pandemia del Covid todos anhelábamos las certezas, y la incertidumbre acerca de la evolución de la guerra de Ucrania nos está causando una tremenda zozobra y sufrimiento.
Yo prefiero la certeza a las dudas. Y, gracias a Dios, en mi vida hay muchas certezas: el amor de mi mujer, de mis hijos o de mis padres, por ejemplo, y me da mucha tranquilidad que lo expresen de la manera más rotunda posible. Naturalmente, también tengo muchas incertidumbres, pero normalmente en aspectos ya más secundarios, como puede ser el dinero. Con estas dudas es más fácil vivir. También se pueden disipar: por ejemplo, mi hermano pequeño, monje mendicante, lo ha hecho. No tiene ninguna duda acerca del dinero porque no tiene dinero: es pobre de solemnidad… y también es feliz de solemnidad.
Así que, inevitablemente, la pregunta de mi amigo me condujo al terreno del amor. De igual forma, se podría formular esta pregunta: ¿tú nunca tienes dudas de amor? Y tampoco tiene una fácil respuesta.
Creo que mi respuesta sería algo así:
Sí, tengo dudas de amor, muchas dudas. Llevo muchos años de mi vida estudiándolo y todavía no acabo de entenderlo. Por más que lo intento, no acabo de abarcar toda la verdad del amor. Dudo también de mí mismo, de mi capacidad de amar, de mi acierto al hacerlo. Me asaltan mil dudas cada día acerca de la mejor manera de amar. Y muchas veces no entiendo cómo algo invisible, intangible, inaprehensible como es el amor puede tener tanta fuerza e impulsar a tantos corazones. Tampoco acabo de entender cómo se puede degradar y transformar en odio…, y tantas cosas más.
Pero, por otro lado, no tengo ninguna duda de Loles, mi mujer, ni de mis padres ni de mis hijos ni de mis amigos. Tengo la certeza moral de que me aman y sé, porque de una manera u otra me lo han expresado, que lo harán siempre, hasta el límite de sus posibilidades, removiendo todos los obstáculos y superando todas las dificultades. Y nunca dudo de lo que me dicen cuando expresan su amor. Confío plenamente en ellos.
Y creo que lo mismo me sucede con la fe. Tengo mil dudas e ignorancias. No sé si sabré estar a la altura de un Dios que me ama. No entiendo ninguno de los misterios (¡de ahí el nombre!) de la Fe Católica, que es la que profeso. Me turba y sobrecoge que algo tan inverosímil como la presencia real de Cristo en la eucaristía pueda ejercer tanta influencia en tanta gente, me desborda y supera intelectualmente un Dios que dice ser uno y tres a la vez, me intriga cómo puede actuar el Espíritu Santo en las almas…, y tantas cosas más.
Pero no tengo ninguna duda del amor de Jesucristo. Tengo la certeza moral de que me ama y sé, porque de manera históricamente comprobable me lo ha expresado, que lo hará siempre, hasta el límite de sus posibilidades, removiendo todos los obstáculos y superando todas las dificultades. Y nunca dudo de lo que me ha dicho (todo está escrito) cuando ha querido expresar su amor. Confío plenamente en Él.
La fe es la adhesión personal del hombre a Dios que se revela, y supone creer una verdad por la confianza en la persona que la atestigua, es decir, Jesucristo (esta idea no es mía, es del Catecismo de la Iglesia Católica). Y, en este sentido, si a la intelección de la verdad le añado el amor a una persona y confío en ella, me sucede que la fe se me transforma en amor y el amor se me torna certeza. Por lo tanto, creo que podría concluir diciendo que, sí, tengo muchas dudas, pero aún más confianza.
Feliz fin de semana.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
Sí, el amor y la fe son las dos grandes cuestiones qué increíblemente muy contrario a su significado han generado grandes guerras y sufrimiento, pienso que precisamente es porque cuando se vio la forma de manipular al hombre a través de la psiquis, los más «inteligentes» aprovecharon para usar esas dos palabras que tanto movían y mueven los sentimientos. Para mí la fe no es creer sino saber que existe el Dios padre creador de todo, esa inteligencia suprema causa primera de todas las cosas, ¿y el amor?.. para entenderlo, lo veo como el amor que una madre (que se siente como tal) le profesa a su hijo al igual que un padre, no tiene condición, ni límites, es saber que al igual que uno desea ser feliz y ser amado, todas las personas (aunque se empeñen muchas en negarlo) desean lo mismo, por tanto ser compasivos, amables, caritativos, humildes, indulgente, empático, son las virtudes qué se unen a ese sentimiento y que debemos de cosechar en nosotros para ayudar al otro a que sea feliz y así nosotros igualmente sentirnos felices. Porque la atracción, la admiración, la pasión, lo veo como sensaciones más biológicas que espirituales, y para mí el amor es como el espíritu que cada uno somos, ese que es el qué verdaderamente perdura por siempre cambiando sólo su vestido cuando ya no le sirve, y estas tienen fecha de caducidad, mientras que el amor jamás termina, por eso el amor de Dios qué es como el amor de un padre a un hijo sea cual sea la condición de ese hijo, jamás termina.. Humildemente recomiendo qué aquel que desee saber un poquito más al menos sólo con ese sentido, que se lea El libro de los espíritus – de Allan Kardec. Pues en él se encuentran muchas respuestas que no digo que sea la verdad absoluta, pero gracias a él hoy en día muchas personas alrededor del mundo sabemos el sentido de la vida, de la fe y del amor del maestro Jesús y nuestros Dios.
Saludos fraternos y feliz fin de semana.
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Muchas gracias por tu comentario y recomendación, Graciela!!
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Para mi, una explicación muy clarificadora y lógica de la relación de los dos conceptos. Leo con interés estos pequeños artículos en los que encuentro muchas aclaraciones y respuestas. Muchas gracias.
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Muchas gracias, Mari Carmen!
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