En mí son más sólidas las certezas morales que las científicas. Debe de ser por mi tendencia más humanista que técnica. Al fin y al cabo, la ciencia no es una abstracción neutra, sino un conocimiento humano sujeto al error y a la interpretación, como ha puesto crudamente de manifiesto la gestión de la pandemia. Yo descubrí esto hace años, en un arbitraje que llevé en el que se debatía acerca de un vicio de construcción en un generador de energía eólica (un molino de viento, vamos). Se presentaron, si no recuerdo mal, cinco informes periciales de distintas ingenierías, a cuál más prestigiosa, y todos dieron con una causa diferente. El asunto, para desesperación de los ingenieros, que no lograban ponerse de acuerdo, lo tuvimos que resolver los abogados con un acuerdo transaccional.
Estos días de Navidad le he estado dando vueltas a este tema de las dudas y las certezas. Y mis cavilaciones se han enriquecido con el resumen de una conferencia del Obispo Munilla que llegó a mis manos en la que constataba, y criticaba, un dogma falaz que sobrevuela nuestra cultura y que a mí siempre me había llamado la atención: “La ‘fe adulta’ es la que duda de todo, la que se despoja de las verdades reveladas, de los dogmas”.
Naturalmente, se puede dudar de muchas cosas, y muchas veces la duda es el inicio de un conocimiento. Por ejemplo, mucho antes de tener noticia del homo deus de Noah Harari, uno de los profetas de la civilización actual, yo ya había puesto en tela de juicio la supuesta verdad científica de la mortalidad humana (el famoso «todos vamos a morir«). Y esta duda no me la indujo un científico, sino un filósofo, Leonardo Polo, con razonamientos teológico-filosóficos, cuando afirmaba que lo único seguro no es la muerte sino Dios, porque habrá una generación, la que viva cuando se produzca la segunda venida de Jesucristo, en el fin de los tiempos, que no morirá. Y ahora dicen los científicos que esa generación está a la vuelta de la esquina.
El cristianismo con formación intelectual siempre ha sostenido que razón y fe van muy de la mano…, aunque a la ciencia, aquejada de la falibilidad y lentitud de la inteligencia humana, le cuesta a veces siglos alcanzar verdades que la fe ha revelado. Pero este es un tema que ha generado grandes debates y obras del pensamiento humano, y no tendré la osadía de pretender resolverlo en un post divulgativo.
Me limitaré a una constatación más pedestre y biográfica acerca de mis certezas personales. Decía al principio que mi tendencia es tener más certezas morales que científicas y que sobre ellas he meditado estos días de Navidad.
¿Y cuáles son mis certezas vitales? Por ejemplo, desde pequeño he tenido la certeza de que mis padres me querrían siempre y nunca me abandonarían. También he tenido la certeza de que mis hermanos, con independencia de las convicciones personales y de los derroteros de la vida, siempre estarían a mi lado ante cualquier dificultad o necesidad. Y esa certeza se ha ido extendiendo a mi familia política, sin excepción. Y también alcanza a mis amigos.
Cuando Loles y yo decidimos unir nuestras vidas, adquirí la certeza de que sería para siempre. Tuve grandes dudas acerca de mi capacidad de amar y muchas veces lo hice, y aún lo hago, con torpeza y desmaña, pero nunca he dudado de que nuestro amor es para siempre.
Vinieron los hijos y obtuve otra certeza similar: que les amaría siempre, pasara lo que pasara, fueran como fueran e hicieran lo que hicieran. Y al nieto ya ni os cuento.
Y, también, a una edad que no soy capaz de precisar, tomó forma en mí otra certeza de la que nunca he dudado y es la me ha movido a pensar en todo esto estas Navidades: que Dios existe y no es un ser todopoderoso, omnisciente e inmutable que mira a la humanidad desde su torre de marfil, sino un ser personal que me ama y que se hizo hombre en un momento históricamente constatable para que yo, y cualquier otro con mis grandes debilidades, también pudiera amarle.
Hay muchas otras certezas en mi vida, pero estas son las fundamentales… y las que más han influido en mi trayectoria personal. Y creedme si os digo que no son corazonadas infantiles, sino el fruto de una fe (¡y de una ciencia!) adulta y meditada, eso sí, insisto, con todas mis limitaciones intelectuales, que son muchas.
Feliz fin de semana.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
Gracias Javier Buen fin de semana Un abrazo Gustavo
Inviato da iPhone
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Gracias a ti, Gustavo.
Un abrazo!
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