He tenido un fin de semana rebosante que no me ha dejado tiempo para escribir hasta ahora, y aún ahora he de hacerlo rápido porque estoy bajo la amenaza de que Tomás se despierte en cualquier momento de su siesta post desayuno; así que pido disculpas si me sale una prosa precipitada.

Nos dejaron al nieto el viernes por la tarde para todo el fin de semana. Ayer por la mañana fui a dar una conferencia a mi “cole”, La Farga, en el seno de la ITV Matrimonial que vienen organizando un par de veces al año y que a tantos matrimonios ayuda. Y, por la tarde, de paseo con Tomás, nos encontramos con otro Tomás y con Isa, su mujer, unos muy buenos amigos nuestros, que andaban también de canguros de sus nietos, ¡tres, en su caso!

Así que, uniendo las tres cosas (el nieto, los amigos y la ITV), me ha venido un pensamiento a la cabeza.

Todo empezó cuando Tomás, no nuestro Tomás, sino el nieto de Tomás nuestro amigo (¡entre Tomases andaba ayer el juego!), me insistía una y otra vez en que le empujara más fuerte en el columpio. Tomás mi amigo, ejerciendo su papel de abuelo, me controlaba de vez en cuando: ¡ojo, que en una de estas va a dar la vuelta!, aunque yo observaba que él empujaba a Belén, su otra nieta, con la misma energía. También ella insistía una y otra vez: ¡más fuerte, abuelo!

El problema de nuestro Tomás es que tiene nueve meses y aún no es capaz de pedir cosas. De hecho, lo digo para tranquilidad de sus padres, aunque tuve la tentación, no me atreví a subirlo al columpio, en parte porque las abuelas no le quitaban el ojo de encima.

El caso es que, en la conferencia de la mañana a los matrimonios, que llevaba como título “El amor, la mejor aventura de nuestra vida”, había surgido un tema interesante: ¿y si me equivoqué en la elección?

Mi conclusión intelectual, que intenté desarrollar por la mañana, había ido en la línea de San Juan de la Cruz (por aquello de “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”), y me había atrevido a asegurar a los matrimonios: “si amáis, ni os equivocáis ahora ni os equivocasteis entonces. El amor nunca yerra”.

Y, mira por dónde, por la tarde pude confirmar mi teoría. Ni Loles y yo ni Tomás e Isa hemos elegido a nuestros nietos. Y su sangre es nuestra, de cada uno de nosotros, ya solo en una cuarta parte. Es más, algunos nietos tienen la osadía de intentar parecerse más a la otra familia. Y, sin embargo, estábamos encantados de responder a sus requerimientos y empujarles (léase amarles) cada vez más fuerte.

En nuestro caso, como decía, se añade una dificultad. Nuestro Tomás no sabe aún pedir las cosas, de modo que Loles y yo nos hemos pasado el fin de semana haciendo cábalas acerca de lo que significaba un llanto, una queja, un sobresalto o cualquier otro gesto de Tomás.

Y mientras aguzábamos nuestras neuronas en busca de la petición que Tomás no sabía expresar, me dio por pensar en los matrimonios de la ITV y la fuerza del amor. Cuántas veces la persona que más amamos no sabe expresar lo que quiere y nos está pidiendo a través de sus quejas, sus silencios, sus malestares, sus pequeñas heridas y sus llantos silenciosos que le amemos, como piden los nietos en el columpio, más fuerte todavía. Y cuántas veces nosotros reaccionamos con soberbia o con enfado y nos alejamos en lugar de acercarnos, nos volvemos a nosotros mismos en lugar de centrarnos en ella e intentar descubrir juntos la mejor manera de amarle.

Entre los dos Tomases, el del columpio y el del cochecito, me resolvieron el dilema. Ya lo pida a gritos, con llantos o con silencios, solo hay un camino para asegurar la elección: empujar siempre…, amar siempre quiero decir, más fuerte todavía, sin miedo a que el columpio dé la vuelta.

Como veis por la hora, Tomás ha cumplido su amenaza y he interrumpido el post.

¡Feliz tarde de domingo!

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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