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Familiarmente

~ Ser y vivir en clave de familia

Familiarmente

Publicaciones de la categoría: Crecimiento personal

Amor encofrado

26 jueves Jul 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Familia y sociedad, Matrimonio

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Mi hija Belén, de 19 años de edad, está en la India, con un grupo de jóvenes, haciendo un voluntariado (ellos prefieren llamarlo compartiriado) organizado por una asociación que se llama Hakuna, impulsada por un sacerdote católico: José Pedro Manglano (Don Josepe para los amigos). Bueno, lo de ‘grupo’ de jóvenes es un eufemismo, ¡porque son 200! Para que sepamos que siguen con vida y cómo sigue su vida, nos van mandando, a los padres, las cartas que van escribiendo algunos de ellos.

En una de las últimas, después de describir con realismo las calles de Calcuta, las ratas correteando, los cuervos graznando, las basuras exhibiéndose sin rubor y los mil hedores pugnando por sobresalir, hay frases como estas: “a la gran mayoría de pacientes que hemos tratado, Dios les ha entregado una cruz con la cual han tenido que cargar toda su vida cargada de miseria, falta de amor y tristeza” (…) “Nosotros tenemos la suerte de tener familias maravillosas que nos lo han dado todo sin dar nada nosotros a cambio. Una de las lecciones que hemos comprendido es la necesidad de dar sin tener que recibir nada a cambio, nos sentimos tan agradecidos”.

La pregunta, en un blog dedicado a la familia y al matrimonio, y retomando ya la serie de posts sobre el amor y sus opuestos, es inevitable: ¿por qué nos olvidamos tan fácilmente de que es posible dar sin tener que recibir nada a cambio? ¡Qué extraña suena esta frase en nuestro entorno! Nos hemos acostumbrado a vivir una caricatura del amor, un supuesto “amor” egocentrado, exigente y caprichoso. ¿Qué le ha pasado al amor en Occidente que se parece más a una exigencia que a una entrega? ¿Será necesario ir a Calcuta para volver a aprender a amar?

De eso va el post de hoy, del amor avaro. Una contradicción en los términos y, sin embargo, una experiencia diaria. Es el ‘amor’ de la primera persona, el de ‘mis’ derechos, ‘mi’ fama, ‘mi’ prestigio, ‘mi’ orgullo herido, ‘mi’ tiempo, ‘mi’ carrera, ‘mi’ deporte, ‘mi’ realización personal, ‘mi’ seguridad, ‘mi’ dinero, ‘mi’ futuro, ‘mi’ jubilación, ‘mis’ planes de pensiones… y, después, si encajas en todo esto, y solo entonces, vendrás ‘tú’.

Ego, ego, ego, ego…
Y va balando el borrego.

¡Qué poco original! Andar todo el día a vueltas con uno mismo. Vivimos en el siglo y en el lugar de las seguridades y estamos intranquilos, nos falta siempre algo, nos sentimos vacíos. Y algún joven desprendido nos tiene que recordar de vez en cuando que, sí, ¡se puede ser feliz en un centro de tuberculosos de Calcuta!

Y, claro, por ese camino de comodidad, seguridad, tranquilidad y desarrollo personal se nos acaba marchitando el amor.

Nos hemos creído tanto aquello de “nadie da lo que no tiene” que nos hemos centrado en tener y nos hemos olvidado de dar. Habrá que recordar una vez más que, cuando de amor hablamos, es igualmente cierta la afirmación contraria: “nadie tiene lo que no da”. Lo que no se entrega, lo que se conserva y se guarda para uno mismo se pierde para el amor. El tiempo que no regalamos, la sonrisa que no ofrecemos, el beso que no damos, la incomodidad que no aceptamos, la aventura que no emprendemos, la locura que no vivimos en esa disparatada, ¡y tan humana!, osadía de un amor que no calcula la intensidad de su entrega…, todo esto caduca y se pudre en nosotros para siempre.

Hay amores encofrados, que van acumulando objetos en el cofre de su propio esplendor. Pero todo el mundo sabe que los cofres que no se abren acaban siempre en el desván con sus abalorios roídos y apolillados. ¡Cuánta razón tenía santa Teresa de Calcuta!: quien no vive para servir, no sirve para vivir.

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Gentleman Jack

19 jueves Jul 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Hijos

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El teniente Jack Cambria, que se jubiló el año pasado, ha dedicado más de treinta años de su vida, como experto en negociación del New York Police Department’s (NYPD’s), a liberar rehenes y convencer a suicidas y atracadores para que desistan de su propósito. Su brillante carrera ha suscitado un reconocimiento general y, recientemente, le entrevistaron en el Wall Street Journal. Sus declaraciones las comenta Katie Shonk en el blog del Programa de Negociación de la Harvard Law School y nos pueden ayudar a nosotros, padres de familia, a “negociar” con nuestros hijos. Pienso, especialmente, en los adolescentes.

Predisposición. Cambria explica que, cuando accedió al cuerpo de policía, tenía preconcebidos a los homeless como ‘sucios’, ‘violentos’ y ‘mentalmente enfermos’. Un día, inspeccionando la mochila de uno de ellos, encontró una obra de teatro en la que el homeless explicaba sus luchas por mejorar en la vida. “Esos dos minutos, explica Cambria, bastaron para transportarme desde el homeless que llevaba en mi mochila hasta el dramaturgo que encontré en la suya”, y su visión cambió totalmente. A partir de ese día, su mirada prevenida y desconfiada se transformó en una sonrisa que le hizo ganar el sobrenombre de ‘Gentleman Jack’ en los suburbios neoyorquinos. Descubrió que la sonrisa era mucho más eficaz que la desconfianza. Partiendo de esta premisa, Jack Cambria da tres consejos para cualquier negociación:

  1. Tratar primero las emociones. Cualquier actitud de aparente agresividad responde a emociones y relaciones, por lo que ellas son las primeras que hay que gestionar. Sea lo que sea lo que pidan los secuestradores, detrás de ello hay una preocupación emocional subyacente (deseo de respeto, de atención, de amor). Por lo tanto, antes de dar una respuesta racional, es conveniente intentar conectar emocionalmente y descubrir el sentimiento que hay detrás de la acción. De esta manera es más fácil tratar el asunto con calma y comprensión mutua.
  2. Aprender a escuchar. Tanto a nivel emocional como a nivel racional, la escucha atenta y sin prejuicios es fundamental. En lugar de introducirse, desde la razón, en un debate sin salida con reflexiones del estilo “pero, hombre, si tiene usted toda la vida por delante”, Cambria aconseja escuchar mucho, intentar descubrir las ansiedades del secuestrador y utilizar frases de soporte, del tipo “entiendo que se sienta incomprendido”. Es más importante comprender sus motivaciones que preparar nuestra respuesta, para lo cual hay que escuchar con todos los sentidos puestos en ello. El lema del equipo de Cambria es: “talk to me”.
  3. Construir la confianza con pequeñas concesiones. No es difícil encontrar pequeñas concesiones que pueden ayudar a facilitar una solución que no era la inicialmente querida por el atracador, pero que era previsible si su plan fallaba. Por ejemplo, dejarle elegir el distrito de policía al que ir (por lo visto, para él tiene su pequeña importancia). Katie Shonk, en su artículo, traslada la cuestión a la negociación profesional y sugiere, por ejemplo, conceder que la reunión tenga lugar en la oficina de nuestro interlocutor, como deferencia hacia él.

Diría que en los anteriores consejos hay suficiente materia como para replantear la relación con nuestros hijos, y sigo pensando especialmente en los adolescentes, que están sumidos en esa confusión temperamental de no fácil manejo.

Por ejemplo, nuestro hijo no ha terminado los deberes, tal como habíamos convenido, y nos dice que se va a poner a jugar un rato a Fortnite (o cualquier juego de ordenador online) con sus amigos, lo que significa, con toda probabilidad, que ya difícilmente los terminará.

Nuestra predisposición puede ser: “ha faltado a su palabra y no quiere hacer los deberes”, pero también podría ser: “quiere hacer los deberes, pero le cuesta y le atrae más jugar con sus amigos”. La primera incorpora un juicio de intenciones que pone a la defensiva y aleja. La segunda, más comprensiva, aproxima.

Nuestra reacción puede ser estrictamente racional: “Has dicho que harías los deberes antes de jugar. Has de ser consecuente con tus decisiones. No puedes jugar hasta que los termines”.

La reacción Cambria podría ser más bien algo así: “la verdad es que este juego no lo acabo de entender: ¿en qué dices que consiste?” o algo similar, y, al rato: “hummm…, pues sí parece divertido…, y, dime, ¿los deberes cuándo los harás, ahora, en un momento, y así ya están, o dentro de un rato? No te queda mucho tiempo, ¿los haces ahora o fijamos una hora para terminarlos? ¿Qué prefieres? Eso sí, ¡con la condición de que ganes a tus amigos!”. Y aquí viene lo más difícil: creerle y que lo note, aunque estemos convencidos de que no los va a hacer. Y avisarle cuando llegue la hora, claro.

En fin, que nadie lo tome como receta. Es una propuesta y no siempre será el mejor camino. Cada uno conoce a los suyos y es el más indicado para afrontar la situación concreta en que se encuentra. Pero sí aconsejo dar alguna vuelta a las recomendaciones de ‘Gentleman Jack’: nos pueden ayudar a descubrir nuevos y fructíferos caminos que explorar. Al fin y al cabo, nuestros adolescentes nos ponen muchas veces en situaciones de estrés que poco tienen que envidiar a un robo con rehenes.

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Amor airado

05 jueves Jul 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Familia y sociedad, Matrimonio

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Cuentan que Julián Marías se dirigía en una ocasión a la universidad con un amigo, se detuvo a comprar el diario en su quiosco habitual y el quiosquero, malhumorado, le trató a cajas destempladas. Julián Marías, en cambio, le respondió con exquisita educación, como si aquello no fuera con él. El amigo, entre sorprendido e indignado, le preguntó después si aquel hombre era siempre así y quiso saber por qué él no le pagaba con la  misma moneda. Julián Marías le explicó entonces que no le compensaba: había decidido hacía ya tiempo que no iba a permitir que aquel hombre malcarado decidiera su propio estado de ánimo, de modo que, fuera cual fuera el que él tuviera esa mañana, nunca lo variaba como consecuencia de las provocaciones del quiosquero, que era, ciertamente, un hombre amargado.

Afirma Aaron Beck en alguno de sus libros: “cuando las parejas se pelean, se establece una progresión: primero, perciben que han sido agraviados de alguna manera; segundo, se enojan; después se sienten impulsados a atacar; y, por último, atacan. Es posible interrumpir esta secuencia en cualquier etapa”.

En efecto, en cualquier momento de la estructura psíquica del enfado podemos intervenir eficazmente…, aunque cada paso lo hace más difícil.

Mi consejo, por lo tanto, es centrarse en el primero, que somos nosotros mismos. Es evidente que, si no hay agravio, no hay enfado. Es un ejercicio interesante. Demasiadas veces estamos tensos por alguna razón que no acertamos a concretar y esa tensión intensifica nuestra susceptibilidad y magnifica los agravios.

Creo que el primer paso para mejorar en nuestra gestión del enfado es conocer los enemigos de nuestra paz emocional. Y me refiero al enfado interior o exterior, porque, aunque en determinadas personas no se manifieste, sigue estando ahí. No hace falta ser psiquiatra. Con el tiempo y un poco de entrenamiento, uno acaba conociéndose.

Por ejemplo, yo tengo comprobado que, cuando me espera un acto público, sea una conferencia, un juicio oral, un speech o una simple charla, lo que, por mi profesión y ocupaciones habituales, sucede con bastante frecuencia, tengo riesgo de especial susceptibilidad. Pero también tengo contrastado que, si las preparo con antelación (lo que no siempre es posible), soy capaz de reducir y hasta eliminar la tensión aneja a la inminencia de estos eventos.

Comprendo que, para muchos de los lectores, lo que acabo de decir resulta una Perogrullada, pero a mí, que debo de ser un poco tocho en esto de la gestión de las emociones, me ha costado años llegar a esta conclusión y descubrir que la gran mayoría de mis enfados (interiores, porque no suelo exteriorizarlos) durante esos períodos obedecen a esa causa.

Y, solo por el hecho de saberlo, puedo (no siempre lo logro) conseguir dos interesantes efectos: desasociar la conducta de los otros de mi propio enfado, es decir, no atribuir mi estado de ánimo a los demás, y llegar a no percibir esos agravios que antes me irritaban.

Esto segundo es muy interesante y puede extenderse a todos los periodos de nuestra existencia, sin limitarse a los de especial tensión. Consiste en aquello tan simple y tan difícil de olvidarse de uno mismo, reclamar el derecho a no tener derechos, del que creo haber hablado ya en algún otro post. Si uno no se cree con derecho a nada, no hay nada que le moleste, porque todo se convierte en un regalo.

Quizás este nivel es pedir demasiado (aunque yo conozco a un par o tres que parecen haberlo alcanzado), pero ir eliminando agravios tontos, que no son tales y que obedecen a nuestra tantas veces exagerada autoestima, léase soberbia, que tanto nos molesta rebajar, tampoco es tan complicado. Eso sí, requiere lápiz y papel, agenda digital o una buena memoria.

Por ejemplo, a partir de ahora, no me enfadará que mi hijo adolescente utilice conmigo expresiones habituales que usa con sus amigos. Le corregiré, naturalmente, pero no alterará mi humor. Tampoco me enfadaré ni me desanimaré cuando mi mujer o mi marido vuelva a informarme tardíamente de un plan que nos compromete a los dos. Se lo diré y le pediré más delicadeza y el uso de los recursos que la tecnología ha puesto a nuestro alcance para suplir la falta de memoria, pero no alterará mi estado de ánimo.

¿Y por qué no me alterará?, podríamos preguntarnos. Porque lo he decidido de antemano y mi mente lo ha procesado. Hacerme de nuevo cada día. Sencillo y apasionante, como el amor. Un verdadero reto. Casi un atrevimiento.

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Amor y lujuria

27 miércoles Jun 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Matrimonio

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En algunos posts anteriores he insistido en la importancia de entregar el espíritu junto con el cuerpo porque, siendo la persona humana una e indivisible, no es posible la entrega cabal del primero sin la del segundo. Al estar el cuerpo y el espíritu inescindiblemente unidos, allá donde uno va el otro le acompaña.

Por esta razón, la persona toda sufre cuando se trata al cuerpo como un mero objeto de placer, pues el espíritu no es ajeno ni queda al margen de esa infrautilización, de esa cosificación y le acaba afectando todo lo que sucede al cuerpo.

Entonces, podríamos preguntarnos, ¿cómo sabemos que no estamos infrautilizando nuestro cuerpo o el de otra persona? ¿Cuál es el indicador que permite distinguir un uso adecuado del cuerpo en la relación sexual? Porque, exteriormente, el acto sexual es el mismo entre dos que se acaban de conocer, dos que dicen buscar quererse y dos que se quieren de verdad. ¿Cuándo y en qué circunstancias el acto sexual, placentero por naturaleza, es o deja de ser lujurioso?

Una de las diferencias entre el ser humano y las cosas es que estas pueden ser un medio para alcanzar un fin, mientras que aquel tiene una dignidad que impide (moralmente hablando) su utilización solo como medio, como instrumento para un fin. No puedo (debo) burlarme de una persona por el placer de ver reír a mis amigos. Ni usurpar el trabajo de un compañero para subir un peldaño en mi empresa. Las personas no son instrumentos a mi servicio.

Por la misma razón, no puedo (debo) utilizar un cuerpo humano como mero objeto de placer, como si de un manjar o de un objeto de consumo se tratase. Primero, naturalmente, he de respetar su voluntad. Pero no basta con eso: hay más. Ninguna voluntad humana puede (debe) decidir acerca de su propia dignidad. Una voluntad que, por ejemplo, decidiera esclavizarse y venderse como objeto, estaría tratándose indignamente, estaría equivocada.

Del mismo modo, una voluntad que decidiera tratarse a sí misma -es decir, a su cuerpo inescindiblemente unido- como mero objeto de placer, se estaría tratando indebidamente porque la persona merece ser amada por sí misma y no solo por el mero placer o satisfacción (incluso afectivo) que genera. Y si dos decidieran usar recíprocamente sus cuerpos de esta forma, los dos estarían tratándose, a sí mismos y al otro, inadecuadamente. El reproche moral, podríamos decir, se duplicaría, porque aquí son dos, y no uno solo, los que se tratan indignamente.

Entonces, ¿cuándo se tiene la certeza moral de que no se utiliza el cuerpo, sino que se ama a la persona? Cuando hay una decisión de amar para siempre. En ese momento, deja de ser mi interés, mi satisfacción personal la que reclama la entrega del cuerpo en lo más íntimo. La otra persona puede tener la certeza de que no es mi intención utilizar su cuerpo como mero objeto de placer sexual ni contemplarla a ella como medio para mi satisfacción personal, por la sencilla razón de que se lo he dicho: he prometido amor para siempre a su persona. Le he demostrado con mi promesa que su persona y no mi satisfacción es lo que me mueve a amarle, y, precisamente por eso, puedo amarle para siempre con independencia de mi propio interés. Me pongo a su servicio y le ofrendo todo lo que soy.

En ese momento, la contemplación y entrega de los valores sexuales se transforman en una invitación a la dación mutua: no es una utilización, un préstamo; sino un regalo, una donación.

En el matrimonio, el pudor sexual no es necesario porque tenemos la seguridad de que nuestro marido, nuestra mujer, que nos ha prometido amor para siempre, no nos ve como un mero objeto de placer. En el matrimonio, el pudor corporal se sublima, se transforma en delicadeza. Y, a partir de este momento, esta delicadeza se convierte en el nuevo indicador que determina la bondad de nuestros actos sexuales.

El resquicio por el que la lujuria se introduce en el matrimonio no es ya la búsqueda del placer sexual, que es lo propio y lo que enriquece y humaniza las relaciones sexuales en un contexto de amor verdadero, sino la falta de respeto y delicadeza. Cuando un marido o una mujer abordan la relación sexual en el matrimonio sin tener en cuenta la circunstancia, el deseo y el estado de ánimo de su cónyuge, buscando solo su propia satisfacción sexual, cuando no buscan la unión sino la utilización, entonces le está degradando a mero objeto de placer. Y en eso consiste la lujuria en el matrimonio: no en experimentar el placer unitivo que fortalece la relación, sino en buscarlo de manera egoísta por sí mismo y con olvido, menosprecio o desprecio del otro.

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El triunfo del macho

21 jueves Jun 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Familia y sociedad

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El verdadero éxito en cualquier negociación, suele decir un buen amigo mío, es que el enemigo se salga con la nuestra. Es decir, que lo que a nosotros nos gustaría lo proponga él. Difícil. Aquí no voy a hablar de enemigos, sino más bien de amigos, amigos complementarios. Traigo este comentario a colación porque, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de que, en algunos ámbitos de nuestra sociedad, el ‘macho’ (o sea, el hombre en crudo), normalmente mucho más torpe que la mujer en el manejo de lo humano, ha logrado llevar a la mujer a su terreno en lo que a relación sexual se refiere, y ha acabado imponiendo los modos masculinos de experimentar esta relación.

Esos modos los explica bien Juan de Dios Larrú cuando confronta la vivencia de la sensualidad del varón y de la mujer: el varón tiene una sensualidad más fuerte y acentuada, más impetuosa, y experimenta una tendencia espontánea hacia la posesión del cuerpo femenino desgajado de la persona (si eso fuera posible), como mera carne que sacie un impulso sexual. Gracias a Dios, es solo una tendencia y es reversible. Pero ahí está. Se puede hacer un experimento: si uno se sienta en cualquier calle o plaza concurrida, sobre todo, ahora, en verano, y se fija en la mirada del varón a la mujer, en especial de ciertos varones, observará sin dificultad que, tendencialmente, se trata de una mirada, digámoslo así, ‘anatómica’. Una mirada que repasa el cuerpo… o se detiene en él, unas veces con descaro, otras con disimulo. Ya después descubre la persona, pero lo primero que avista es el cuerpo.

En cambio, la mirada de la mujer al varón es una mirada ‘psíquica’, no analiza tanto el cuerpo como las intenciones, los sentimientos, el estado interior. Se detiene más en el vestido que en el cuerpo porque el vestido expresa la personalidad, mientras que el cuerpo, en lo que tiene de más material, es casi siempre estandarizable. En síntesis, como explica el autor citado, la mujer experimenta una sensualidad más afectiva, menos corporal, más espiritual, si se quiere. Edith Stein lo explica de manera mucho más poética: “yo pienso que la relación entre alma y cuerpo no es completamente la misma, que la unión natural al cuerpo es de ordinario más íntima en la mujer. Me parece que el alma de la mujer vive y está presente con mayor fuerza en todas las partes del cuerpo y que queda afectada interiormente por todo aquello que ocurre al cuerpo”.

La consecuencia de esta diferente vivencia de la sexualidad es que a la mujer le resulta más extraño que al varón entregar su cuerpo a otro sin entregar su persona, es decir, sin sentir, no solo emocional sino también espiritual, vitalmente, una unión más plena, mientras que el varón es más capaz de separar cuerpo y alma. O eso piensa, porque la verdad es que son inescindibles y todo lo que al cuerpo le sucede acaba afectando a la persona.

Simplificando, y siguiendo la terminología de Edith Stein, se podría decir que, cuando la mujer entrega el cuerpo, entrega también su alma, mientras que el varón es más capaz de separarlos, aunque esto suponga una degradación de su condición de persona, que es una e indivisible. Por esta razón, es fácil y frecuente toparse con mujeres jóvenes rotas por dentro porque han cedido a la insistencia de su pareja o de cualquiera que se les ha insinuado en una discoteca para que anticipe la entrega del cuerpo y la separe de la entrega verdadera y verificada de los afectos y del espíritu. Muchas jóvenes acaban cediendo y terminan dándose cuenta de que, como leí en otro lugar que ahora no recuerdo, han acabado “entregando todo a nadie”.

Una lástima. Justamente en este terreno en que la mujer podría ayudar al varón a experimentar de manera más cabal y humanizada la sensualidad, se ha dejado engañar y ha acabado ‘masculinizando’ su experiencia sexual. No todas, lo sé. Como tampoco todos los hombres tienen una visión tan primitiva de la sexualidad. ¡Faltaría más! Termino, pues, interpelando a estas y estos últimos para que feminicen sin miedo esta parcela de las relaciones humanas. Todos saldremos ganando.

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Chusqueros

31 jueves May 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Familia y sociedad

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En la mili[1], más tarde o más temprano, todo el mundo se topaba con un sargento chusquero. Naturalmente, había sargentos de todo tipo: algunos íntegros y con gran calidad humana, otros mediocres y otros malos, como sucede en cualquier profesión. Pero, en todo cuartel que se preciase, solía haber un personajillo oscuro y resentido, soberbio y resabiado, con sagaz dominio de la vida cuartelera y poca formación humana, que se las hacía pasar canutas a los soldados. Su norma de actuación parecía ser que los demás sufrieran todo lo que él había sufrido para llegar a ser sargento. La figura del chusquero se reproducía con relativa facilidad porque siempre había un aspirante a aprendiz que tomaba el testigo de su maestro.

Hoy en día, los chusqueros se han desplazado y pululan por las grandes organizaciones profesionales y empresariales: consultoras, auditoras, bancos, grandes y no tan grandes firmas de abogados, multinacionales, instituciones públicas, etc.

Tienen alguna nota definitoria que difiere del clásico chusquero militar, pero el perfil psicológico es el mismo. Me atrevería a decir que las únicas diferencias esenciales son que los de ahora han estudiado una carrera, hablan idiomas y no huelen a esa mezcla de hierro y sudor tan característica del entorno militar.

En todo lo demás son muy parecidos.

Algunos de sus rasgos más destacados son: una irremisible tendencia a colocarse por encima de los demás, ellos son los importantes; una instrumentalización, a veces burda, a veces sofisticada, de los otros; una incapacidad absoluta de servicio a los demás; una ineptitud evidente para reconocer y agradecer el trabajo ajeno; una ignorancia supina sobre las preocupaciones, anhelos y dificultades de los miembros de sus equipos; en muchos casos, no en todos, una enfermiza veneración al trabajo y una tendencia innata a apropiarse de los éxitos ajenos, ente otras.

No todos estos rasgos son siempre fáciles de detectar porque se combinan con una aguda inteligencia que sabe cómo manejar los hilos, los tiempos y las personas para hacer carrera en la organización que les emplea y, muchas veces, también con unas suaves y hasta educadas formas externas. Sin embargo, hay una prueba irrefutable de la presencia de un chusquero: el menosprecio de la vida personal de sus subordinados, a quienes no ven como personas sino como piezas de una máquina.

¿Y en qué se nota? Yo destacaría dos manifestaciones muy comunes al jefe chusquero: los horarios absurdos e inhumanos, que obligan a muchos jóvenes a llegar a sus casas, con carácter habitual, después de la medianoche tras 14 o más horas de trabajo y la falta de respeto a la agenda de sus subordinados, que han de interrumpir cualquier cosa que estén haciendo a la mínima insinuación del chusquero. Es decir, la prohibición o gran dificultad de desarrollar una vida personal plena e integral que incluya relación social (a veces, incluso de pareja), familia, vida cultural, solidaridad o voluntariado, vida interior y trascendente, etc.

Luego esta realidad se disfraza de formación, de entrenamiento para la vida, de preparación para la presión del trabajo de manager y otras excusas, pero la razón de fondo es la chusquería, y se resume en un par de frases: ‘yo pasé por esto y tú también has de pasar por ello’ y ‘aprende que, hasta que llegues adonde yo he llegado, no eres nadie’. Aunque, en no pocas ocasiones, se añade otra razón: el ahorro de mano de obra para que los socios y jefes puedan seguir ganando lo que apetecen. Y, claro, como les sucedía a los sargentos chusqueros, los roles profesionales se repiten y reproducen con tremenda facilidad, pues el que logra llegar no va a ser menos que sus predecesores.

Termino con una expresiva cita de Carl Gustav Jung, el padre de la psicología analítica, que ya transcribí en otro post:  «[la profesión] tiene algo de seductor y por ello tantos hombres no son, en el fondo, nada más que la dignidad que les ha concedido la sociedad. Sería inútil buscarles una personalidad detrás de la cáscara. Detrás de grandes apariencias representativas no son otra cosa que un hombrecillo digno de lástima. Por eso la profesión es tan seductora: porque representa una compensación barata a una personalidad deficiente”

Ah, y una confesión final: iba a titular este post ‘Esclavos y Negreros’. Otra aproximación posible al tema.

[1] Para los más jóvenes, una aclaración: la mili, término coloquial de Servicio Militar Obligatorio, era un período de desarrollo de la actividad militar que los jóvenes varones hacíamos en la reciente antigüedad durante aproximadamente un año.

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El bien del otro

24 jueves May 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Matrimonio

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Como prueba de lo poco que hemos cambiado los seres humanos en los últimos siglos, una de las definiciones de amor que ha tenido más aceptación en la historia del pensamiento tiene una antigüedad de más de 2.300 años: “amar es querer el bien del otro en cuanto otro”. Y se la debemos, cómo no, a Aristóteles.

Querer el bien del otro es, en efecto, lo propio del amor, pero no basta. Es una premisa necesaria pero no suficiente. Con un ejemplo se ve enseguida. Había previsto un plan especial con mi mujer esta noche y me llama a media tarde diciéndome que su madre no se encuentra bien, que tiene que ir a cuidarla y que, si no la ve bien, tendrá que quedarse a dormir con ella, que me llama en un rato y me dice. Tras la llamada, yo deseo intensamente la inmediata curación de mi suegra, incluso rezo por ella. Quiero su bien, diría Aristóteles, pero por no en cuanto ella (por razón de ella) sino en cuanto yo (por razón de mí). Es decir, su bien es un medio para conseguir el mío. Probablemente, Kant añadiría aquí que, al no tratar a mi suegra como un fin en sí misma, sino como un medio, la estoy degradando como persona, lo que también me hace a mí indigno de esta condición. ¡Qué barbaridad! ¿Todo esto solo por querer estar con mi mujer?

Es normal que nuestras intenciones no sean siempre puras, sino que estén transidas de emociones e intereses propios, pues, como dijo Enrique Rojas, nadie que no sea una almeja piensa en el vacío emocional. No hay que preocuparse. Son reacciones humanas. Pero también es humano, incluso más, enmendarlas y, aunque la primera reacción pueda tener un tinte egocéntrico, se puede enderezar rectificando la intención. No pasa nada, es un buen ejercicio que nos irá perfeccionando como personas. Con la suegra a lo mejor no es tan fácil, pero no hay que desesperar, todo es posible… En mi caso, por ejemplo, sí era fácil. Y lo sigue siendo, porque, desde que está en el Cielo, solo hago que pedirle ayuda.

Pero la definición de Aristóteles da mucho más juego. ¿Qué es querer el bien de otro? Hay muchos amores que se quedan en la persona del otro, lo cual está muy bien, pero hay que trascenderla. No solo hay que amar a la persona sino también los bienes (se entiende que me refiero preferentemente a bienes espirituales) que está llamada a poseer. Su bien y sus bienes.

Los amores que se detienen en la persona y se encierran en ella corren el riesgo de transformarse en amores posesivos y de acabar viendo al otro como una pertenencia. Esta actitud está detrás de muchos actos de violencia matrimonial o de pareja. Y nuestros jóvenes están especialmente expuestos porque la sociedad les presenta con demasiada frecuencia una parodia de amor que consiste en la posesión inmediata del cuerpo como un objeto de placer, sin contemplar a la persona en toda su profundidad.

Querer el bien del otro consiste, por el contrario, en ayudarle a que se desarrolle como persona, en presentarle los bienes culturales, profesionales, personales o espirituales que le están esperando para hacer de él o ella mejor persona y en invitarle a luchar por ellos. Es animarle y empujarle, si hace falta, a alcanzar las grandes cotas que Dios tiene pensadas para ella. Es allanarle en lo posible el camino de su desarrollo personal sin renunciar a mostrarle sus carencias y puntos de mejora. Es confiar en él o ella en todo lo que haga. Y es pensar siempre en su bien antes que en el nuestro, sabiendo que su crecimiento personal será nuestra mayor conquista, pues, si nuestra naturaleza y nuestro destino es el amor, cuanto más amemos más nos amaremos.

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Mindgodness

13 domingo May 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Espíritu

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Este fin de semana he asistido a un curso de mindgodness. La verdad es que, con mayor o menor acierto, vengo practicándolo a diario desde hace muchos años.

Y puedo asegurar que es cierto lo que dicen. Tiene efectos saludables para el cuerpo y para el espíritu. Reduce el estrés y la ansiedad, ayuda a dormir mejor, protege el cerebro, acrecienta la capacidad de concentración, desarrolla la autoconciencia y el autoconocimiento, calibra la realidad en su verdadera dimensión, desarrolla la inteligencia emocional, favorece la creatividad, mejora las relaciones personales y muchas cosas más.

Algunos maestros aconsejan comenzar con una postura cómoda pero atenta. Sentados en el suelo con la espalda apoyada en la pared, a ser posible. No es necesario que sea en la posición de loto. En el curso al que he ido, la verdad, nos sentábamos en unos bancos de madera la mar de cómodos oportunamente dispuestos para la ocasión. Y se meditaba de maravilla.

Tampoco nos era imprescindible repetir un mantra para estimular la liberación de pensamientos intrusivos porque el que dirigía la meditación la introducía con una serie de invocaciones que generaban el mismo efecto en un par de minutos. También los participantes, incluso los más noveles, podían sin dificultad hacerlo por su cuenta.

Una vez introducidos en el estado meditativo, se producía, sin embargo, un efecto no por conocido menos sorprendente. Mi primer impulso autoconsciente era encontrarme con el yo interior, ir en busca de mi ser más profundo y, desde allí, conectar con la realidad conscientemente.

Pero, cuando levantaba la vista y me concentraba en el objeto que tenía delante, una pequeña caja hacia la que todo estaba dispuesto en la habitación y a la que se orientaban todos los bancos, mi pequeño y aburrido yo se diluía y se me hacía esquivo, a tal punto que no lograba concentrarme en él.

En su lugar, surgía otra cosa, algo diferente y más grande, mucho más grande, que percibía como propio y ajeno al mismo tiempo. Era como si mi autoconciencia fuera, en verdad, al mismo tiempo, alteroconciencia.

Aunque en el fondo ya lo sabía, para mi tranquilidad, me volvieron a confirmar que eso era lo que sucedía cuando uno practicaba mindgodness. Que, buscándose a sí mismo en su interior, acababa siempre topándose con quien de verdad habita allí. Agustín de Hipona le llamó el “intimior intimo meo”, el “más íntimo a mí que yo mismo”, en traducción libre.

Es lo que tiene el mindgodness. Que siempre hay quien convoca al Espíritu Santo y trae a Jesús sacramentado, y, entonces, claro, entre que ya habitaba el alma y que se hace especialmente presente, todo se altera y se transforma de manera extraordinaria (sobrenatural, vamos).

Y, como era de esperar, volví a experimentar todos los otros efectos que el mindgodness añade a la clásica meditación del mindfulness y que, a veces, pueden parecer contradictorios. ¡Hay que ver qué lío de palabras! ¡Con lo fácil que era cuando todo era meditación!

¿Cuáles son esos efectos? La dedicación a los demás con olvido de sí mismo, la desconfianza en las propias fuerzas unida a la esperanza cierta de un mundo mejor que Alguien ha ganado ya para nosotros, una alegría inexplicable incluso en el dolor o la dificultad, la convicción de que la trayectoria personal no termina con la muerte, la unión (hay quien, para reforzar la idea, dice comunión) con los demás, la asunción (que no comprensión) de muchos de los misterios que la mente humana no alcanza a entender, la certeza de que sin la ayuda de una fuerza superior estamos condenados a la misma e irremediable historia de siempre… Y otros todavía más estrambóticos como, por ejemplo, ¡el deseo de cargar con una cruz diaria o de vivir más desprendido de los bienes materiales!

Lo que a mí me pasa cada año cuando voy a un curso de estos es que los efectos no me duran mucho. Por eso hago propósitos de continuar practicando mi mindgodness diario.

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Estrategias de amor

13 sábado Ene 2018

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Hijos, Matrimonio

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C.S. Lewis, el autor de “Las Crónicas de Narnia”, entre sus muchas obras, escribió un opúsculo denominado “La Abolición del Hombre” en el que afirma: “sin la ayuda de sentimientos orientados, el intelecto es débil frente al organismo animal. Yo jugaría antes a las cartas con un hombre escéptico respecto a la ética pero educado en la creencia de que “un caballero no hace trampas” que con un intachable filósofo moral que haya sido educado entre estafadores. En medio de una guerra no serán los silogismos los que mantendrán firmes los nervios y los músculos tras tres horas de bombardeo. El sentimentalismo más burdo hacia una bandera, un país o un regimiento sería más útil”.

En otras palabras, ya podemos esforzarnos los padres en transmitir a nuestros hijos las más grandes y bellas verdades o los más altos principios, que si no les hemos enseñado a “sentir” —así: sentir—  agrado y simpatía por lo que “en verdad” y no “en apetencia” es bueno y verdadero, y disgusto y repulsa por aquello que, también “realmente”, es malo o falso, todos nuestros esfuerzos pueden ser en vano. Si sus sentimientos no han sido educados parejamente a su entendimiento y, por el contrario, han campado arbitraria y caprichosamente por sus anchas, serán incapaces de hacer suyas esas verdades porque, aunque quieran, no podrán ni sabrán vivirlas y sentirlas como propias.

¿Y cómo se educan los sentimientos? Me temo que no hay otro camino que el de la virtud, la adquisición de hábitos buenos.

Ahora bien, la virtud tiene dos aspectos inseparables: uno es el hábito. El sentimiento necesita un cierto acostumbramiento para hacer suya una acción. Por ejemplo, yo, a los 15 años, estaba acostumbrado a decir palabrotas, me sentía natural diciéndolas y parecía que formaban parte de mi configuración personal. Sin embargo, con el tiempo y cierto esfuerzo, fui abandonando esa manera de hablar adolescente y hoy me resulta extraña; más bien he de forzarme para decirlas, salvo alguna que surge espontáneamente en momentos puntuales.

Toda virtud requiere, pues, entrenamiento. Pero ese entrenamiento, ese hábito adquirido no se transformará en virtud (he aquí el otro aspecto) hasta que se dirija al amor. Si todo mi esfuerzo por hablar educadamente hubiera tenido como única finalidad ascender socialmente o poder adular a quienes pueden favorecerme, pongo por caso, habría quedado en mera perfección técnica egoísta, y no sería virtud propiamente dicha. Por eso, Paul J. Wadell define a las virtudes como “estrategias de amor”. Son estrategia, técnica, entrenamiento, pero dirigidas al amor. Si no, se desvirtúan (nunca mejor dicho).

Por eso, al educar los sentimientos de nuestros hijos, es importante que vayan asimilando ciertas acciones para integrarlas en su configuración sentimental, que las perciban como suyas, como propias de su organismo a fuerza de repetirlas. Pero más lo es aún que sepan ver en su entorno un destino atractivo al que dirigir esas competencias que van adquiriendo. En otras palabras, que descubran la verdad y el bien rodeados de belleza, para poder seguirlos con esos hábitos que han ido desarrollando.

Por ejemplo, si usted quiere que su hijo llegue algún día a amar a una persona para siempre, comience por ayudarle a poner las últimas piedras en lo que haga, a terminarse la manzana que no le gusta, a prestar servicios a la familia, para que comprenda, a golpe de esfuerzo personal, que hay una realidad fuera de él que no se transforma según su capricho, que un alimento no es un desecho ni una persona un instrumento, que el amor es muchas veces esforzado y que él no es el centro del universo.

Pero, al mismo tiempo, muéstrele la belleza, la verdad y el bien que hay en el matrimonio para que pueda enamorarse de él. Muéstrele la cara amable de su propio matrimonio: la preferencia que tiene siempre su esposa sobre su trabajo, sus amigos, sus aficiones ¡o sus propios hijos!, el beso especial que reserva para ella, los detalles que le prepara, las galanterías que le brinda, la atención que le procura, el roce, el cariño, los abrazos, el entrelazar de manos, el sentarse juntos, la alegría de su vida matrimonial.

Si no, aunque, con el correr de los años, sea capaz de entender con la inteligencia que el amor para siempre es el ámbito privilegiado de la felicidad, su voluntad no será capaz de preservarlo y su sentimiento, que tantas veces es la prolongación de la voluntad, no percibirá una atracción suficiente que le impulse.

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Gente corriendo

28 martes Nov 2017

Posted by javiervq in Crecimiento personal, Familia y sociedad

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Ricardo Yepes, filósofo y profesor de Antropología, que falleció prematuramente hace dos décadas, deslizó en una de sus obras una sencilla y feliz frase que es toda una definición del que podríamos denominar ‘homo civitatis’. Afirma apodícticamente: “la gente corriente es gente corriendo”.

Dos anécdotas personales me vienen a la cabeza, y creo que pueden ayudar a ilustrar el pensamiento del autor.

La primera fue una reacción inesperada que experimenté a los treinta y pocos años, cuando solo tenía dos hijos (¡después vinieron 5 más!). Trabajaba entonces en un despacho de abogados de gran tamaño y tenía que apuntar escrupulosamente el tiempo que dedicaba a cada asunto, a fin de facturarlo al cliente. Nada especial, lo habitual en un despacho de abogados. Pero, para mí, que procedía de un despacho unipersonal de un catedrático, constituía una verdadera novedad que me costó incorporar (¡y aún me cuesta!) a mi quehacer diario. Un día, estaba en mi casa, en el suelo, jugando tranquilamente con mis hijos pequeños, cuando, instintivamente, miré el reloj con la intención de calcular el tiempo que llevaba con ellos. La reacción me preocupó, y me prometí a mí mismo, sin descuidar mis obligaciones para con el despacho y los clientes, no obsesionarme con el time report (el anglicismo habitual en la jerga profesional) y darle el carácter instrumental y localizado que tiene.

La segunda, ya en mis cuarenta, fue una llamada de un primo mío que, durante un tiempo, estuvo viviendo y trabajando en La Cerdanya, un valle del Pirineo catalán. Iba yo en moto con el móvil apresado entre el casco y la oreja, sonó el teléfono y contesté.

“¿Dónde estás, que se oye tanto ruido?”, me dijo mi primo.

“En la moto. Espera un momento, que paro”, contesté (lo puedo contar porque ya ha prescrito la multa que merecía).

“¡Los de Barcelona estáis todos locos!”, me reprendió mi primo cuando, tras bajar de la moto, retomé la conversación, “¡Pero, ¿cómo se te ocurre contestar al teléfono en la moto?! ¿Tan agobiado estás?”

En el otro extremo tengo un cliente que se mueve siempre con 20 ó 30 minutos de holgura. Si llega antes, no le importa esperar. Esos minutos son para él muy importantes porque le permiten hablar con la gente que se encuentra en el camino, ayudar a alguien que ve urgido, hacer un comentario amable a un desconocido, saludar a la florista con la que se cruza a diario o detenerse a comentar la última noticia con el vendedor de la ONCE. Vale la pena hacer cualquier recorrido con él. Es siempre un trayecto humano y enriquecedor.

Y tengo también un hermano, monje mendicante y, como él dice, ‘contemplativo en medio del mundo de la pobreza’, para quien el tiempo parece haberse detenido. Las adoraciones y celebraciones eucarísticas de su Comunidad se elevan entre cantos y oraciones y flotan por encima del tiempo, perdidas en algún ignoto lugar entre el Cielo y la Tierra donde solo el alma parece capaz de acceder. Caminar con él es también una experiencia insospechada: si ve un pobre en la calle, se sienta a su lado, le escucha y se olvida de todo lo demás.

Quizás son los extremos y haya que buscar el equilibrio, pero muchos tenemos que reconocer que la gestión del tiempo es una asignatura pendiente. Y no solo para ser más eficaces, que para eso ya hay muchos expertos, sino, simplemente, para ser más humanos, más auténticos, no vaya a ser que con tanta eficacia y tanta aceleración acabemos dando mucho fruto, pero ninguno maduro.

La conclusión podría ser esta: primero, las personas (¡y, ojo, que Dios también lo es!). Y según un orden jerárquico claramente establecido, claro, no vayamos a postergar ahora a nuestra familia bajo el pretexto de la florista… o incluso de los pobres. ¿Cómo hacerlo? Técnicas hay muchas, y expertos, más. Doctores tiene la Iglesia. Yo solo quería hacer (¿hacerme?) una llamada de atención. Y ya está hecha.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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