El otro día tuve ocasión de escuchar en youtube (¡si uno busca bien, hay algo más que vídeos graciosos y tutoriales!) una breve lección de Robert Spaemann, uno de los grandes filósofos del siglo XX, fallecido el pasado 10 de diciembre. El título era “Las paradojas del amor” y, como acostumbra, abordó el asunto con brillantez y profundidad. Lo siento, a pesar de ser un blog más bien divulgativo, hoy subo un poco el nivel de concentración exigible.
Una de las tesis que sostuvo fue la del carácter único y exclusivo del amor. Partió de una sugerente definición de amor de Valentín Tomberg: “amar es hacer al otro real para mí”. En efecto, normalmente, el otro se me presenta como menos real de lo que yo mismo me percibo. Su dolor de muelas, ejemplificaba Spaemann, por más intenso que sea, no lo percibo como el mío, es menos real que el mío. Solo el amor auténtico, fuerte y comprometido le puede otorgar un grado de realidad más intenso. El budismo o el estoicismo, por ejemplo, proponen igualar por abajo, es decir, hacerme a mí tan irreal como son los otros para mí, insensibilizarme para no tener que sufrir. Es lo que José Antonio Marina llama la felicidad de la almeja, bien encerrada en sí misma. El cristianismo consiste precisamente en lo contrario, en amar al otro como a mí mismo, es decir, en hacer al otro tan real para mí como lo soy yo. Amar al otro consistiría, pues, en este sentido, en alegrarse con las alegrías del otro y sufrir con sus penas, en sentir con él.
Pero aquí aparece una limitación, porque este amor, esta mirada no la podemos tener con todo el mundo. No podemos sacar a todo el mundo del anonimato porque no somos Dios. “Solo para Dios es todo el mundo irreemplazable”, insiste Spaemann, citando esta vez al filósofo colombiano Gómez Dávila, porque solo Dios puede amar a cada uno de todos de manera exclusiva y preferente.
Pero sí puedo amar de manera exclusiva a quien yo decida hacerlo, a los que me son cercanos y la vida y las circunstancias han puesto a mi lado. De hecho, si quiero reconocer al otro en su carácter único e insustituible, estoy abocado a amar de manera exclusiva a quienes elijo.
Por eso, continúa el filósofo, los celos forman parte del amor de amistad, presente también, claro está, en el amor matrimonial. Pavel Florensky, pensador ruso aniquilado por las purgas marxistas, dedicó la última carta de su principal obra (“La columna y el fundamento de la verdad”) a la defensa de los celos.
Es cierto que los celos basados en la suspicacia y la desconfianza minan y problematizan el amor, pero no lo es menos que “la total ausencia de celos es un insulto para la persona amada, que queda reducida a ‘uno más entre los otros’”. Si no me importa lo que la persona amada haga, si su comportamiento no me afecta más que el de los demás, es que es ‘una más entre los otros’ y ha dejado de ser la persona única e irrepetible que un día me arrebató, me arrancó de mi pobre mundo personal y se me hizo presente como única y distinta a todas las demás.
La exclusividad forma parte de la naturaleza personal del amor y los celos son una manifestación coherente con esa exclusividad en la entrega. Lourdes Flamarique, en un artículo publicado en la revista Pensamiento y Cultura, de la Universidad de La Sabana, explica la naturaleza de los celos:
“¿Qué son entonces los celos en sí mismos? Son uno de los elementos indispensables del amor, que constituyen su base y su fondo. Todo amor posee por esencia propia una fuerza selectiva, todo amor realiza un acto de elección, esto es, es de naturaleza personal. Si el amor -la amistad- es una libre elección, al establecer una relación con una persona (que es una entre muchas), se hace como si fuese única, apegándose a ella con su propia alma, por eso el amor -la amistad- es exclusivo. De esa exclusividad son signo los celos. Las personas amadas, como las empresas a las que se llega a dedicar buena parte de la vida no sólo son objeto de nuestro amor, sino también debemos tener celo hacia ellas. El amor requiere poder plasmar en la realidad ese estado de elección, reafirmarlo y conservarlo. Como afirma Florensky: ‘El conjunto de todo esto es lo que representan los celos’”.
Paulino Castells, experimentado psicólogo e incansable divulgador del amor y la relación de pareja, me comentó una vez: “cuando viene una pareja a mi consulta y empieza diciendo que ellos tienen una relación abierta y libre, basada en el respeto a la vida privada de cada uno, y que no les importa si el otro tiene relaciones íntimas o ámbitos de privacidad con terceras personas (en especial, del otro sexo), yo, simplemente, no me lo creo”.
Realmente, debe de ser muy triste sentirse amado ‘como uno más entre los otros’, entre la colectividad indiferente.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
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